sábado, 8 de febrero de 2014

Cuando la religiosidad fue desenmascarada de una vez y para siempre

Cuando la religiosidad fue desenmascarada de una vez y para siempre

Escrito autóctono

“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron;...” 
Mateo 27: 50 y 51


La muerte del Señor en la Cruz aquel triunfante día en el Gólgota, fue testimonio espiritual de la derrota de todo cuanto nos impedía entablar relación con Dios de manera directa.

Ahora el camino estaba despejado hasta el lugar Santísimo.

Pero, ¿Fue el velo del Templo lo único que cedió al poder de la muerte de Cristo?

El partimiento del velo abrió sin límite de tiempo y sin día anual específico la entrada al lugar Santísimo no solo para quien se considerase único con el privilegio de hacerlo al menos una vez al año, esto es el Sumo Sacerdote, sino también para la común raza sacerdotal que aunque ministros, nunca hubiesen podido acceder a él.

Pero también estaba abierto a los varones de Israel, quienes hasta entonces contaban con un sitio en los alrededores del templo delimitado hasta el atrio de los sacerdotes. Habían caído hasta aquí dos barreras.

¿Y qué de las mujeres judías? Nunca se podrían imaginar siquiera llegar a ser sacerdotisas ya que ello era practicado solo por las religiones paganas; y ni soñar con el lugar Santísimo. No podían ingresar a observar los sacrificios de cerca puesto que la puerta de Nicanor les impedía la entrada al sitio exclusivo de los hombres. Mas ellas recibieron  también el beneficio. Pensemos en los enfermos terminales, personas con discapacidad o con alguna deformidad física. Nunca lo hubiesen logrado. De hecho a los leprosos que habían sido limpiados de su lepra de manera milagrosa, se les había asignado un lugar aparte en aquel gran edificio. No debían relacionarse con los demás. 

Pero quizá los más favorecidos de todos vendrían a ser los gentiles, quienes nunca podían entrar al templo. Para ellos cayeron dos barreras más además de todas las que ya mencioné. El soreg o balaustrada (barandal alrededor del templo de Herodes que les impedía acceder so pena de muerte) y por supuesto la puerta la Hermosa, (principal puerta del templo ubicada en el sector este, de frente al conocido Pórtico de Salomón y "con vista" al Monte de los Olivos).

El lugar Santísimo se hace accesible -por decisión Divina- a todos los hombres y mujeres deseosos de ingresar hasta la misma presencia de Dios.

Pero hay algo más.

Al partirse el velo de arriba abajo, deja evidente un hecho que se había ocultado celosa y silenciosamente por varios siglos por las familias de ascendencia aarónica. El Arca del pacto, símbolo de la presencia y protección de Dios para con su pueblo, no estaba allí desde la ocupación Babilónica. Era el secreto mejor guardado en Israel por el Sumo Sacerdote. De haberse sabido tal verdad, la tradición religiosa y el respeto a lo más sagrado para los judíos se hubiese desmoronado y tornado en un caos. La razón simple para no decirlo además de la mencionada, es que necesitaban sostener la fe del pueblo para conservar su tradición sacerdotal. Mantener al pueblo en ignorancia garantizaba su trabajo y su salario.

Desgraciadamente la religión y la tradición han sabido aprovecharse de la falta de conocimiento a través de los siglos, consciente de la necesidad que tiene el ser humano de creer en algo y darle solo lo que conviene, a fin de manipularlo y usarlo para sus fines. 

El testimonio del lugar Santísimo sin el Arca también llamada de la Alianza, fue la respuesta tajante de Dios para desenmascarar la religiosidad y dejar expuesto el engaño. Así el Sacrificio de Cristo también proveyó libertad de la religiosidad y la tradición para todos los hombres.

La destrucción del templo en el año setenta de nuestra era por el General romano Tito, terminó por confirmar la disposición Divina de eliminar para siempre el santuario físico, lugar único, o lugar consagrado para venir a su presencia; estableciendo uno mucho mejor, el de carne y hueso, el templo-hombre hecho por sus propias manos, ahora el sitio de su habitación extendido universalmente a toda raza, lengua y nación por todas las generaciones. Esta sería la Gloria postrera del templo profetizada por Hageo.