domingo, 31 de enero de 2016

Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (7º parte) y Final



Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (7º parte) y Final
Escrito autóctono

Continuación…

Antes de la cruz Dios había santificado utensilios y muebles, de manera que lo que se servía en ellos o aquello que llegarían a contener participaba de esa santificación (Mateo 23: 17 y 19). Sombra de lo que vendría a hacer Cristo. Todo el que estuviera en Él participaría de su santificación.

Pero es importante resaltar que aquella figura fue un trato de Dios para con su pueblo Israel en esa determinada etapa de la historia. Ningún otro pueblo fuera de los israelitas tuvo ni tabernáculo, ni templo (uno único) dedicado al Dios verdadero, ni utensilios aprobados por Dios. Nadie fuera de ellos poseía una raza sacerdotal que ministrara y administrara lo concerniente a Dios de la manera que Dios se los había ordenado y que llegó a su fin en la cruz.

Entonces ¿qué hacemos nosotros queriendo darle continuidad a esas cosas o adaptándolas a nosotros cuando ni siquiera somos judíos? Ahora como lo decíamos, la santificación opera desde la persona de Cristo para todos los que creen en Él. El problema es que nos inventamos muchas más cosas de las que ni la biblia habla ni tampoco nos autoriza a realizar como si siguiéramos en esos tiempos y como si fuésemos judíos.

Encima la religión ha querido darle un matiz ilusorio a la Cena del Señor, desenfocando la santidad y colocándola donde no es para justificar santidades inexistentes. Ni el ritual, ni la copa en sí, ni los utensilios son santos, ni deben ser santificados, ni se debe creer que podrán serlo. La cruz dejó sin efecto toda santificación que no sea operada por el Espíritu de Dios el cual vino a santificar a personas y no cosas.

Hoy podemos aplicarle hasta una razón lógica. ¿Se vería usted dando gracias a Dios por el plato o por los cubiertos que usará cuando se va a alimentar, en vez de hacerlo por los alimentos? Los alimentos son los que le proveerán salud, lo otro es solo donde se sirven. Aún dar gracias por ellos no los santifica en ninguna forma, no los impregna de nada espiritual tampoco. 

El enfoque y la centralidad de la Cena es Cristo únicamente. La entrega de su cuerpo y sangre en sacrificio para nuestro bien.

Por supuesto participan de ella aquellos que han sido santificados por el Espíritu de Dios pues lo han sido en el hecho glorioso del significado de los elementos de esa Cena que es Cristo sacrificado.  De allí se desprende la advertencia que se nos hace al tomarla indignamente lo cual no significaba necesariamente tomarla en pecado sino algo mucho más serio. Por un lado tomarse en poco lo sagrado de sus elementos (no el vino ni el pan sino la sangre y el cuerpo) y por otro, no discernir el cuerpo (1º Corintios 11: 28-31), lo que en otras palabras quiere decir examinar el cuerpo; la comunión con quienes la tomarán que forman parte de ese cuerpo (el cuerpo de Cristo). Ya lo decíamos; no se trata del trillado bendecir a los hermanos, es conocerlos cercanamente, como una familia real.

¿Discierne usted al cuerpo (su hermandad para con quienes participan de la Cena al igual que usted)? No lo saco de la manga. Notemos que esa noche, el Señor hace alusión al que le había de entregar (¡qué detalle que normalmente se pasa por alto cuando se habla de la Cena del Señor!). Había un miembro de los presentes que no estaba en verdadera comunión con los otros aunque estaba allí entre ellos. Judas Iscariote. El Señor no obvia su Cena por una situación de Judas, sino lo insta a que termine lo que había comenzado. Y Judas, siendo expuesto, se levanta y se va.

La Cena antes que excluir, pretende hacernos meditar sobre nuestra relación con los hermanos (aquellos que han sido lavados por la sangre del Cordero, por lo que se menciona la Comunión de la sangre de Cristo). Si algo no anda bien, debemos inmediatamente arreglar la situación y proceder a tomarla. En un caso verdaderamente último en que no fuera posible en ese momento, entonces es mejor apartarse. Esto nos debería llevar a cuidar constantemente nuestra comunión con los creyentes y a no esperar a la Cena del Señor para hacer conciencia.

Esto se reafirma en la forma tan clara de expresarlo el apóstol Pablo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. …” 1º Corintios: 10: 16 y 17. La alusión clara acerca de la comunión en la cena del Señor es para con los creyentes, nada fuera de esa relación en comunidad y mutualidad.

Cristo insistió en el amor entre sus seguidores registrado en no pocas ocasiones por Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Además Pablo, Santiago, Pedro y de nuevo Juan como autores de prácticamente lo restante de lo que conocemos como el Nuevo Testamento, todos sin excepción coinciden en recordarnos que el amor es el distintivo más importante de quienes se saben discípulos del Señor. De todas las referencias de mutualidad que aparecen en el Nuevo Testamento, el amor es de lo que más se habla contando con 40 pasajes y la que más se le acerca es la mutua edificación que tiene solo 15.  Así que si algo define la comunión de los santos es el amor, parte fundamental del cuerpo de Cristo.

Realmente es grave si no se tiene conciencia de ello dice la Palabra de Dios (1º Corintios 11: 27-32).

Para terminar, recuerde que usted ha sido bendecido por el Señor, y cada vez que comparte en mutualidad con sus hermanos, la bendición se extiende y fluye entre ustedes, a todo el cuerpo de Cristo.

Bendiga, hágalo siempre, bendiga de manera natural sin excepción y de todas las maneras posibles. Muchas más veces en forma material que verbal (Santiago 2: 15 y 16; 1º Juan 3: 17 y 18). Hágalo una práctica constante, hágalo su estilo de vida. Bendiga así como el Señor lo hace con usted a cada momento y todos los días de su vida. Bendiga sin esperar nada a cambio. Hágalo en Nombre del Señor, no en su nombre propiamente como si lo compartido fuese suyo, porque recuerde que todo usted como lo que tiene le pertenece al Señor. Por eso lo hacemos en su Nombre y el Señor será el único glorificado y exaltado siempre en labios de quienes reciban esas bendiciones.

Y usted se constituirá en objeto de más bendiciones por parte de Él para que pueda continuar bendiciendo más, mucho más.

Fin.

Próxima Nueva serie:
“Se busca iglesia”


sábado, 23 de enero de 2016

Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (6º parte)



ANTES DE CONTINUAR CON NUESTRA SERIE, QUEREMOS AGRADECER A TODOS Y CADA UNO DE NUESTRO LECTORES QUIENES CON SU GENTIL SEGUIMIENTO, NOS PERMITEN ARRIBAR  Y SUPERAR LAS 5000 VISITAS AL BLOG.
GRACIAS DE TODO CORAZÓN POR LAS PALABRAS DE ÁNIMO QUE NOS ESCRIBEN Y POR LA RECOMENDACIÓN QUE DAN A OTROS PARA QUE SE SUMEN A LA LECTURA Y ANÁLISIS DE NUESTROS DIFERENTES TEMAS.
HONOR SEA AL SEÑOR POR SU GRACIA.


Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (6º parte)
Escrito autóctono

Continuación…

Si lo que quiere es “pactar” algo, ¿por qué mejor no se pacta usted?; páctese a aferrarse de la Palabra de Dios, a apasionarse por ella, a obedecerla, a servir a su prójimo, a ser un buen testigo de Cristo y déjese de tonterías intentando trueques sin fundamento con Dios.

De manera que si a partir de la cruz, Dios ya no bendice, ni unge, ni santifica cosas materiales, ¿por qué vamos a hacerlo nosotros?

La Palabra de Dios dice que debemos ungir con aceite a los enfermos, (ningún aceite santo por si acaso) y es algo que deben hacer los ancianos (hermanos creyentes maduros) para que sean sanados (Santiago 5: 14). ¿Ve que es para personas y no cosas la unción con aceite en nuestros tiempos? Por supuesto que en un entorno de oración y fe pues tampoco no es nada mágico.

Por último, hay un gran detalle que no podemos pasar inadvertido y debemos aclararlo de una vez y por todas.

La Palabra de Dios muestra a los hermanos del primer siglo aparentemente bendiciendo un objeto inanimado (la copa de la Cena del Señor) 1º Corintios 10: 16.

Veamos a qué se refiere esa bendición y no leamos solo por encima como ocurre en muchos de estos casos.

Tres de los Evangelios (excepto Juan) y además Pablo en 1º de Corintios, nos relatan detalles de la Cena del Señor. La lectura nos permite comprobar que en ningún momento se trataba de impregnarle ningún poder o misticismo a la copa; no hay nada de eso por ningún lado. Tampoco el asunto se centraba en la copa como tal sino en su contenido. Está claro que es una bendición verbal resaltando la representación del vino, tal como lo hizo Cristo el Señor y nos lo enseñó en la última Cena. Eso es todo.

El Señor nunca detalló nada de la copa. No dio sus características, ni de qué material era, ni si lucía imponente o bonita en medio de la cena. Tampoco dio mandamientos que debía ser de algún material específico. Al decir: “esta copa es mi sangre” nadie cuerdo diría que estaba hablando de la copa sino de su contenido, es decir, el vino que estaba en ella. Y aunque estaba bendiciendo, nunca dijo: “bendita mi sangre”.

Bendecir no es necesariamente solo decir “eres bendito” o “te bendigo”. Solo hacerlo no mueve un dedo por nadie ni se enfoca en expresar verdaderas declaraciones o más aún, interesarse por las situaciones del hermano. Decir solo: “te bendigo”, “bendito seas” o el trillado “que Dios te bendiga”, se transformó en un pinche cliché que solo pretende sonar bonito. Con esto no estoy intentando eliminar la belleza de las expresiones; decir: “que Dios te bendiga” ó “te bendigo” no está mal, de hecho desean algo bueno, pero hoy es usado por cualquiera y ni sabe lo que está diciendo. Estas expresiones se han prostituido en labios de quienes ni bendicen ni conocen a Dios y ni mucho menos se interesan si a la persona a la que se lo dicen le hace falta algo. A muchos de ellos les da lo mismo usar esas expresiones como maldecir al prójimo sin diferencia alguna. Lamentablemente hoy son sinónimo de decir: “que Dios haga algo por ti, a mí me importas un comino”.

Pero bendecir verbalmente es hacer una declaración, resaltar algo relevante y de provecho, y Cristo lo hizo diciendo lo que representaba tanto el pan como el vino en su Cena y la obra que harían en nuestro beneficio. Pero no solo lo dijo, lo hizo una realidad. Porque bendecir no es solo declarar buenos deseos, es procurarlos para quienes bendecimos.

Interesantemente ni el Señor ni sus seguidores bendicen al pan aunque tiene todas las condiciones simbólicas como lo tiene el vino. La razón, son una unidad; es Él en esa representación. Su cuerpo no estaba desligado de su sangre.

Tal como ocurre con la copa, tampoco la ceremonia en sí es bendecida sino su contenido. No se ve al Señor bendiciendo ni el momento ni lo que iba a instituir (la Cena) como tal. Tan solo hizo una pausa en la cena de la Pascua judía para fundar su propia Cena separando un par de elementos que estaban sobre la mesa. Y de esta manera declaró el beneficio de su cuerpo y de su sangre ejemplarizándolos en el pan y el vino. Además dio mandamiento: “Hagan esto en memoria de mí” (Lucas 22: 19; 1º Corintios 11: 24 y 25)

Continuará…


sábado, 16 de enero de 2016

Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (5º parte)



Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (5º parte)
Escrito autóctono

Continuación…



Usted debe bendecir a todos sin excepción; verbalmente pero en forma material muchísimas más veces. Aunque cualquiera es digno de su dádiva, debe tomar en cuenta primordial y principalmente a los de la familia de la fe (Gálatas 6: 10) obedeciendo la recomendación de la Palabra. Pero debe de tener el cuidado de que esa generosidad que el Señor le capacita para brindar, sea entregada a las personas idóneas puesto que también hay quienes se podrían aprovechar recibiéndola sin necesariamente requerirla dejando a los que verdaderamente la necesitan desprotegidos. Para ello es importante averiguar previamente con hermanos de confianza que ya pueden tener casos identificados.

Pero ¿qué respecto a bendecir cosas o posesiones materiales como muchos que lo practican?

No quisiera dejar una puerta abierta. Creo que debe ser más como una forma de agradecimiento y compromiso consigo mismo y en fidelidad para con el Señor en su uso, pues a la verdad todo lo material que poseemos lo hemos recibido  de su mano. No le dé un misticismo a esa acción como queriendo convertirla en algo sagrado. No lo haga. No piense en santificar sus cosas como quien quiere investirles características particulares y especiales o que queden impregnadas de algún poder como muchos creen que sucede. ¡No es así!; si va a santificar, santifique a las personas, porque para ellas está dirigida la santificación. Si va a bendecir, bendiga a las personas pues es lo que Dios quiere que hagamos. Debe comprenderlo y actuar con toda madurez; la línea que podría confundir a cualquiera es muy delgada. La doctrina Neotestamentaria no registra mandamientos para nosotros al respecto como ya lo comentamos ni tampoco se pronuncia en contra. Esto no nos da licencia en ninguna manera como para andar bendiciendo cosas a diestra y siniestra o usarlo como un juguete de tacto cual si fuésemos el Rey Midas. Muchos se aprovechan del asunto y terminan en engaño. No vemos ni siquiera al Señor en ninguna parte de la Escritura teniendo una práctica de andar bendiciendo objetos inanimados en el relato de su vida. Aquello material que usted quisiera poner en las manos del Señor como su casa, vehículo o posesiones, mientras sean suyos muy seguramente los usará para lo bueno como parte de ese compromiso muy personal que tomó, pero en cualquier momento, usados por otra(s) persona(s), podrían utilizarlos para lo malo. El problema no está en el objeto en sí, sino en la persona, debemos entenderlo. No crea fantasiosamente que “se le quemarán las manos” a alguien que use sus cosas para hacer lo indebido.

En nuestros tiempos, toda práctica que administra poderes a objetos para que tengan influencia de cualquier índole o algún tipo de poder milagroso, es producto más de la ignorancia y parte de prácticas ocultas y malignas como el vudú, la hechicería o la brujería que nada tienen que ver con la sana doctrina que nos dicta la Palabra de Dios. No tenga absolutamente nada que ver con esas cosas, ni tenga en su casa nada que proceda de esas fuentes, ni las lleve con usted, pues Dios mismo las aborrece por todo el trasfondo diabólico de quienes están metidos en eso. Lea lo maravilloso de lo que se produjo en Efeso entre los que creyeron al Evangelio (Hechos 19: 18 y 19).

Tampoco utilice pociones ni aceites raros (aunque las elaboren cristianos) para -según ellos- ungir las cosas y bendecirlas. Nada de eso sale de la doctrina Neotestamentaria. No crea que aunque vengan de la llamada "Tierra Santa" (como agua del río Jordán, tierra tomada de esa zona o aceite de olivo entre otras cosas) van a ser más benditas que de otros sitios o a producir algo "espiritual" en quienes las posean. No se engañe.

Si usted insiste en bendecir algún objeto, quizá necesite ser tratado por Dios en esa parte. Ni se atreva a traer a otro creyente a que ore por sus cosas como si eso fuese a hacer la diferencia.

Si Dios le da una casa, un vehículo o un trabajo nuevo, compartir una comidita con sus hermanos en el Señor por el regocijo de lo recibido no está de más. Una acción de gracias así va más de la mano con el espíritu de la Palabra que echarle aceite y hacerle oraciones o como dicen algunos "pactarlas" con Dios. No raye en lo religioso y profano; le aseguro que no está el Señor en ello.

Continuará…