Primordialmente por
las casas… ¿Y el templo? 5° parte
Escrito autóctono
Continuación…
Los hombres se multiplicaron, y
apartados de Dios quisieron tener el control de llegar hasta Él -recordemos la
Torre de Babel (Génesis 11)-, pero no
pudiendo hacerlo, crearon sus propios dioses viéndolos en la naturaleza, el sol,
la luna, o en aquellas cosas que no entendían y les rendirían culto
edificándoles altares. Eso trajo otra fase
en la situación; el hombre adaptó sus dioses a su propia naturaleza pecaminosa
controlando cómo cuándo y dónde encontrarse con ellos y convirtiendo en sagrados
sus apetitos carnales. Asignó santuarios o sitios de adoración en lugares altos,
montes (supuestamente más cerca de esos dioses), también debajo de árboles
frondosos que les significaban vida y fertilidad. Les harían, estatuas e
imágenes que los representaran para presentarle sus ofrendas o bien podérselos
llevar consigo si se tenían que trasladar.
Todo aquello trajo el nombramiento
de quienes iban a cuidar de esos sitios y a especializarse en las formas de
adoración, ministración y administración de sus dioses. Aparecieron entonces los
sacerdotes y sacerdotisas. Ellos no solo tendrían la facultad de intermediar
entre su dios y el pueblo, sino que también eran reconocidos como los
portadores de su mensaje. Estos sacerdotes, ligados al esoterismo y prácticas
ocultas por instrucción demoníaca, harían sacrificios de animales y
presentarían todo tipo de ofrendas en honor a sus dioses, pero también les
dedicarían sacrificios humanos de hombres, doncellas y principalmente niños
primogénitos que eran degollados o quemados vivos en sus altares. Las
sacerdotisas también tendrían funciones similares en los rituales pero sobre
todo, fungirían como prostitutas sagradas. Conocemos toda esta información por
lo que expresa la Palabra que hacían las naciones antiguas paganas y que luego
lamentablemente también adoptó el pueblo de Israel y fue causa de su ruina al
conquistarlas. Además históricamente hay basta información de ello en muchas
fuentes.
Por su parte, los hombres de Dios
levantaban altares principalmente en el sitio en que Él les hablaba o se les
manifestaba, o bien en el lugar en que vivían (Génesis 12: 7 y 8; 13: 18; 1° Samuel 7: 15) para tener cerca la
facilidad de mantenerse en comunión con su Dios. La primera referencia bíblica
donde ya se menciona un altar edificado para Dios, es el caso de Noé (Génesis 8: 20).
Su construcción no era nada
complicado, piedras apiladas una encima de la otra hasta formar una especie de montículo
a razón de una mesa en donde eventualmente pondrían las ofrendas de producto o
la víctima que se ofrecería en sacrificio. Existieron altares en que nunca se
hicieron sacrificios ni se presentaron ofrendas pues el altar en sí mismo marcaba
un sitio en el que se había manifestado Dios y servía como testimonio permanente.
Cuando las ofrendas presentadas en
ellos eran quemadas, el humo subía como una especie de perfume (grato olor) ante
Dios, imitado de la misma forma por las demás culturas para sus dioses paganos.
Sin duda los altares a esos dioses, fueron el esfuerzo de Satán para imitar y
suplantar al altar de Dios.
El sacrificio de seres humanos en
los altares edificados para Dios, no estaba contemplado, a diferencia de las
culturas paganas en los que sí lo practicaban como lo normal.
Siguiendo la Presencia de Dios
¿Por qué es necesario seguirle el
rastro a la Presencia de Dios para comprender la vigencia o no que tenga un
sitio específico como santuario de Dios?
Porque era y sigue siendo la
Presencia de Dios lo que hacía de un sitio, su santuario o su casa temporal.
Por hermoso o no que fuese eventualmente un altar de piedras o el tabernáculo o
inclusive el templo con toda su riqueza y elaboración minuciosa, nada haría de
esos sitios santuario o casa, si Dios no se manifestaba en ellos con su
Presencia. No era solo decir que Dios estaba allí, debía haberse dado una
manifestación sobrenatural en ese lugar que lo justificara. Recordemos que la
nube de la Presencia de Dios debía llenar el templo, sino solo quedaba como un
edificio muy bellamente edificado. Era
sagrado a partir de ese momento, antes no. Horeb no hubiese sido una montaña
sagrada, si no se hubieran mirado los indicios claros sobrenaturales de la
Presencia de Dios en ella (Éxodo 19:
16-20). Ninguna persona y ni aún los animales podían acercarse o tocarla (19: 12 y 13). La misma Arca de la
Alianza hubiese quedado como un simple cofre hermosamente trabajado y decorado,
si la Presencia de Dios no lo hubiese llenado. Entonces estando contenida en
ella, la convirtió en una pieza sagrada que no debía manipularse sino por los
sacerdotes únicamente. Cualquiera que la tocara podía morir (2° Samuel 6: 6 y 7). La Presencia de Dios era tan poderosa que
daba pavor y por ello le temían (Éxodo
20: 18; 1° Samuel 4: 6 y 7; 1° Reyes 8:
10 y 11). Esa era la diferencia de El Dios verdadero a los dioses de
pacotilla de las demás naciones (1°
Samuel 5: 2-4).
Continuará…