domingo, 26 de abril de 2015

El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor (Las 7 cosas que Dios pide). 3° parte



El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor
(Las 7 cosas que Dios pide). 3° parte
Escrito autóctono

Continuación…

“Estas cosas quiero… y el juicio” (Jeremías 9: 24)

Muchos hay que no comprenden el juzgar pues cuando se les señala un mal accionar responden con las conocidas palabras del Señor que están en Mateo 7: 1 “no Juzguéis para que no seáis juzgados”.  Lo saben de memoria y lo recetan a diestra y siniestra pero la verdad y lo que realmente hay en el corazón es que nadie quiere que se confronten su pecado ni sus actos. Usan entonces el mandamiento del Señor mencionado más como excusa que por el deseo de obedecerle.

Es un hecho que nadie debería juzgar a otro así porque así. Pero hay argumento suficiente en la Palabra, que nos muestra la forma correcta de utilizar el juicio, autorizándonos claramente a que juzguemos. No hay contradicción, lo que falta es una clara comprensión de la diferencia que existe en la forma de juzgar que coloca al que juzga en la posición de juez y se cree como si estuviese libre de ser juzgado; y la forma de juzgar que juzga con justo juicio mirándose así mismo en lo que va a juzgar primera y necesariamente para comprenderse libre de lo que juzga si es que lo está (1° Corintios 2: 15; 5: 1-3;  11: 31; 6: 1-8)

Nadie debería juzgar si antes no se ha juzgado así mismo. (“el juicio comienza por casa…” 1° Pedro 4: 17) Claro, porque como decía, el justo juicio difiere del simple juzgar humano en que el que juzga está primeramente pesándose a sí mismo pero también está anuente a ser pesado. No ocurre de otra manera. Este es el juicio que la Palabra autoriza y manda. ¿Comprende entonces las palabras: “el que de vosotros esté sin pecado...”? Así mismo estas palabras no debían ser la “muletilla” que muchos también utilizan como excusa pero que dejan incompleta obviando la parte justa que también dijo el Señor. Él mostró su gracia preciosa con la expresión: “ni yo te condeno” pero añade el mandato justo diciendo: “vete y no peques más”.

El justo juicio nos pone en balanza, nos llama a ser ejemplo en lo que juzgamos, nos hace consientes de no ser reos del mismo pecado que juzgamos; entonces podemos juzgar libremente y nuestro juicio es justo. (“Bienaventurado el que no se codena a sí mismo en lo que aprueba.” Romanos 14: 22)

El problema de todos aquellos acusadores que trajeron a la mujer al Señor para apedrearla, no radicaba específicamente en que fuesen pecadores. Finalmente todos lo somos también y por ende nadie podría juzgar. Pero si por pecado no pudiésemos juzgar, entonces no habría forma de que hiciéramos justicia. Su problema era que ellos consentían normalmente tal costumbre porque de seguro ellos también frecuentaban a ese tipo de mujer o al menos lo habían hecho alguna vez y ahora venían como bonita cosa a apedrearla. Me atrevo a pensar que hasta el mismo que estaba con ella en el pecado, estaba allí con una piedra en la mano listo para lanzársela. ¿Por qué no le trajeron también para ajusticiarlo? Porque seguramente era hasta uno de sus compinches.

Pero la Verdad no hizo más que ponerles un espejo frente a sus narices demostrándoles que debían de matarse ellos mismos a pedradas primero por el pecado que supuestamente venían a juzgar. Y si agregamos todos los demás pecados de que eran reos, ni uno solo podría quedar vivo entre ellos en realidad.

No puede usted pedirle a un hijo que no use drogas si usted las usa. No puede pedirle que no maldiga si usted es un maldiciente. No le puede pedir que no robe si usted acostumbra a tomar lo ajeno.

Cristo confrontaba duramente el pecado de los fariseos de manera frontal, no tanto por ser el Señor sino por el ejemplo que les había dado. Ninguno de ellos podía reclamarle pues sabían por ese ejemplo que lo que decía era cierto; no podían encararle de ninguna manera. “¿por cual obra me apedreaís?” -les dijo alguna vez-(Juan 10:32).

Esta es la forma sana de juzgar. Esta es la forma en que la Palabra nos autoriza para juzgar.


Continuará…



domingo, 19 de abril de 2015

El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor (Las 7 cosas que Dios pide). 2° parte



El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor
(Las 7 cosas que Dios pide). 2° parte
Escrito autóctono

Continuación…

La misericordia que Dios pretende que tengamos, es un atributo que busca mantenernos en la realidad de quienes somos y cómo hemos sido tratados por Él. Muchas veces no recordamos lo que fuimos, se nos olvida muy fácil que también estuvimos perdidos, caídos y desechados. Nuestro trato para con los demás no toma eso en cuenta. Y es aquí en donde en vez de hacer justicia como Dios la hace, nos convertimos en unos juiciosos listos para lapidar al pecador. Pero Él nos recuerda “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra…” (Juan 8: 7).

Muchos ya no recuerdan que Dios les levantó, les sanó las heridas, les limpió y les vistió devolviéndoles la dignidad que habían perdido; pero hoy miran de reojo al caído, no se atreven a tomar de la mano al que está sucio y jamás abrazarían al andrajoso, no se acuerdan del hambriento que tienen al lado aunque ellos sí tienen de comer. Ignoran los zapatos rotos de su hermano aunque tienen pares de sobra en su casa, no montan a los hermanos en sus automóviles o vehículos del año mostrando una frialdad de corazón que no le importa aún que ellos puedan ir por sus mismos rumbos. Dan la mano y la paz al hermano en una reunión junto el trillado “Dios le bendiga”, más en la calle su filosofía es: cada quien en lo suyo. 

¡Qué porquería de “hermandad”!

Misericordia quiero, y justicia y juicio” no el agravio, ni la indiferencia.

¡Cómo llegamos a convertimos en unos elitistas; sumidos en estar bien nosotros sin importarnos los demás! Abrazamos y acompañamos calculadamente a quienes en algún momento también nos podrían abrazar y acompañar. Al  “hoy por ti” añadimos rápidamente el “mañana por mí”.   Accionamos por intereses, no por amor.

La Justicia de Dios demanda un precio, su Misericordia ve la impotencia del deudor y provee el pago. Sin embargo hay Misericordia mucho antes que hubiese deudor y deuda. Es la Misericordia la que mueve a Dios, pero también es ella la que salda la deuda, y ahora Dios se place o deleita en continuar extendiéndola. (Miqueas 7: 18)

Estas cosas quiero…   justicia…” (Jeremías 9: 24)

¿Que desea Dios al pedirnos que hagamos justicia? ¿Cuál es la forma válida de hacer justicia?

La justicia claramente estipula la no acepción de personas. La justicia no permite que el juicio se corrompa. Debe llamar a las cosas por su nombre sin miramientos de ninguna clase pero siendo honesta y pura. En ella se sustenta la solidaridad. Otra vez tiene que ver con la condición misma del que la ejercita.

Hemos tomado en nuestras manos la justicia pero no para ser justos sino para ajusticiar. Muy fácil somos jueces, no porque juzgar sea malo, de hecho la Palabra nos insta y permite juzgar, pero con justo juicio. Debe mediarse en el amor y la consideración de que también nosotros somos débiles y propensos (1° Corintios 10: 12; Gálatas 6: 1). Si viviéramos conforme a la misericordia y el juicio y la justicia de Dios, mucho se arreglaría entre nosotros pero no. Decimos conocerle pero no es cierto. Mucho menos le entendemos.

La Palabra llama a la justicia coraza pues es impenetrable. Es y debe ser una de las armas del creyente. (Efesios 6: 14). Pero también será una corona que se le dará como galardón testificando del buen ejercicio que le dio aquel que la recibiere (2° Timoteo 4: 8).

Dios es la fuente de toda justicia, sin conocimiento de Él no puede haberla (Deut. 32: 4).

Se necesita imperiosamente creyentes que se adiestren y apliquen en hacer justicia en medio de un mundo tan injusto. Se necesita un pueblo de Dios que muestre la justicia tal cual es y no que reproduzcamos las injusticias propias del mundo en nuestro seno.

Personas que levanten la voz frente a las injusticias pero por convicción y ejemplo, jamás por religiosidad. Los religiosos de la época del Señor estaban prestos a señalar, juzgar y hasta condenar siendo ellos mismos unos hipócritas en los pecados que juzgaban.

Definitivamente hemos de haber sido declarados inocentes. Un verdadero arrepentimiento ante Dios, que da fruto de ello en el diario vivir, es la clave. Nadie en condición diferente puede hacerlo. Un creyente justificado por Cristo, puede ahora establecer la justicia de Dios pero siempre en consideración de sí mismo y fundamentado en la misericordia.

Continuará…



lunes, 13 de abril de 2015

El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor (Las 7 cosas que Dios pide). 1° parte



El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor
(Las 7 cosas que Dios pide). 1° parte
Escrito autóctono

“Así dijo El Señor: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy El Señor, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice El Señor”.  Jeremías 9: 23-24


Fue plan de Dios liberarnos por medio del conocimiento de la verdad (“…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” Juan 8: 32)

Poseer libertad pero para proceder a la misericordia, al juicio y a la justicia. En otras palabras Libertad para amar.

La Escritura insiste en que Dios es misericordioso y justo. Son atributos Divinos que permiten un balance importante en el accionar de Dios que es perfecto. Interesantemente no están allí solo para mostrarnos parte de cómo es Él sino para que los aprendamos, pues su deseo es que su pueblo también muestre en sí el mismo balance. (“…porque estas cosas quiero, dice el Señor”)

Podríamos interpretar que son las cosas que Él ama y dejarlo hasta allí. Pero el contexto de toda la Palabra tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, nos confirma su intención de que asimilemos igualmente en nosotros cada uno de esos atributos para desarrollarlos en nuestro trato para con los demás y en nuestra relación con Él.

¿Qué significa obrar con misericordia, juicio y justicia? ¿Qué significa entenderle y conocerle?

Analizaremos uno a uno estos 5 elementos y hallaremos en el camino dos más que se les asocian.

Jesús reprocho a los fariseos el cinismo que tenían de hablar de Dios pretendiendo ser celosos de sus cosas pero en la realidad ignorando su esencia. Mateo 9: 13 Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio.

Millones de personas hoy tienen la misma situación. Para ellos Dios es justo y misericordioso; para ellos Dios habla verdad, pero no viven ni conocen lo que es esa realidad pues no saben o no han querido ser transformados en ella.

Hoy muchos buscan el poder de Dios, anhelan su sabiduría, hacen alarde de la santidad y aún sirven a Dios pero no se ejercitan en la misericordia, ni operan en justicia, ni hacen juicio.

La misericordia de Dios hace que los hombres -siendo pecadores empedernidos-, todavía estemos aquí. No desea nuestra muerte, no quiere nuestra perdición, no nos condena. Contrario a todo eso más bien nos ama y se dio a sí mismo para alcanzarnos. No le buscamos nosotros a Él sino Él vino a nosotros. Su amor fue mostrado primero a nosotros por lo cual ahora nosotros también le amamos. (1° Juan 4: 19). Esa verdad debe comunicarnos un interés que Él continúa teniendo por la humanidad no queriendo que ni uno solo se pierda más que todos procedamos al arrepentimiento (2° Pedro 3: 9b).

La misericordia de Dios nos llama a la reconciliación como un ruego y no como una imposición de alguien que tiene todo el poder de obligarnos si lo quisiera pues tiene de sobra cómo hacerlo. Eso debemos entenderlo y obrar de la misma forma para con el pecador.  Algunos quisieran a la manera de Jonás, ver la Ira de Dios manifestada en castigo sobre los impíos con tal de satisfacer su propio anhelo de venganza. Muchos hasta se alegran cuando Dios castiga al pecador, pero la Palabra nos llama a ver esa situación y reflexionar para con nosotros mismos, nunca a alegrarnos (Proverbios 24: 17 y 18). Muchos parecen tener un látigo de púas en sus manos para tratar a los demás, pero Dios no nos trata a nosotros de esa manera  sino que nos muestra aún en eso su misericordia al intentar llegar a nuestro corazón.

La misericordia de Dios nos habla del perdón. ¿Y quién no reconoce que Dios es ampliamente perdonador y que olvida, ¡sí, olvida! nuestro pecado cuando se lo hemos confesado y nos hemos arrepentido? Tanto nos ha enseñado el perdón como un ejemplo en Él mismo que nos lo pide como un requisito a todos cuantos queramos experimentarlo; que también perdonemos. (Marcos 11: 25 y 26)

Nos enseña Dios que es tardo para la ira y grande en misericordia. Esa paciencia de Dios ha pasado por alto también nuestra ignorancia. (Hechos 17: 30; Rom. 3: 25).

Continuará…