sábado, 28 de noviembre de 2015

Conversaciones de iglesia (12º Parte)



Conversaciones de iglesia (12º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


¿Por qué, NO? Porque la verdad, conviene que las cosas permanezcan como están y dejar que el Espíritu de Dios liberte a los que Él quiera, para los propósitos que Él quiera.

¿Qué quiere decir esto?

Cualquiera puede leer razones y terminar convenciéndose, pero salirse de donde está por el solo hecho de haber adquirido información, no hace nada en él, de hecho puede más bien perjudicarlo.

Tampoco deberíamos nosotros andar sacando a nadie de su forma de entender tradicionalmente la iglesia, porque es hacerle un daño y eso es pecado ante el Señor. Es como sacar a un pez del agua y dejarle a la intemperie ahogándose; porque aunque respira oxígeno, su cuerpo biológicamente no está adaptado para respirarlo fuera del agua. El único que puede y sabe brindarle “el oxígeno” que necesita para sobrevivir fuera de “su agua” es Dios, pues Él le puede trasladar a otro ambiente sin que peligre.

Nuestra labor ha de mostrar el camino como lo define la Palabra para bien de aquellos a los que el Señor llame fuera. Insisto, esto es algo dirigido a los que el Señor llame o esté llamando fuera.

Sacar a alguien de la iglesia tradicional cristiana por voluntad humana convenciéndole con argumentos fuertes, es crear zombis, aunque dichos argumentos sean válidos. La Vida y Verdad de Dios en alguien es un asunto del Padre, del Hijo y del Espíritu, donde nosotros no tenemos injerencia alguna aunque hayamos recibido revelación por su gracia y misericordia. La revelación de la Vida de Dios es personal e intransferible. No se puede implantar en nadie por medios humanos. Aunque lo intentemos de cualquier manera, el Espíritu de Vida que tiene la revelación de Dios no se puede manipular ni reproducir en ninguna persona. Simplemente no podemos, así como no nos es posible resucitar un muerto.

La reacción lógica de quien no comprende o que solo ha recibido información, es juzgar. Juzgar a quienes le enseñaron toda su vida y juzgar a los que le enseñan ahora. Es algo que no podemos evitar. Por eso la Palabra nos llama a ser tolerantes y aún a perdonar. Esto porque lo que tenemos por su gracia, no nace de nosotros, sino que somos llevados misericordiosamente por el Espíritu de Dios a esta su revelación. Tan solo sentimos en algún momento que algo no compaginaba con lo que vivíamos cristianamente hablando y pedimos a Dios su ayuda y Él que es tan compasivo acudió.     

Se ha preguntado, ¿dónde iría la gente si les sacamos de sus sistemas sin que hayan tenido revelación de parte de Dios? Es más peligroso eso que el que permanezcan allí.

Sinceramente y aunque manipulado, el sistema les ofrece alguna oportunidad de conocer del Señor y como sea, los niños, los jóvenes y las familias en general es lo único que tienen, lo que es mejor que nada.

No estoy desmeritando lo que el entender la iglesia tradicionalmente de esa forma ha sido por siglos por el simple hecho de hacerlo, o como alguien malagradecido que no valore los años en que fue parte de ese medio, porque sin lugar a dudas, las experiencias vividas allí durante mucho de mi vida, fueron muy enriquecedoras en conocimiento y relación con hermanos que todavía hoy están vigentes. Si existen cosas valorables que inclusive marcaron mi vida de manera positiva fueron esas.  

He mencionado en otras ocasiones que no hay pecado en congregarse en una iglesia tradicional cristiana. (Cualquier hermano de una de esas iglesias que lea esto pensará que  ¡qué gran atrevimiento el mío de decir tal cosa!, porque desde su perspectiva en su vivir de iglesia más bien es al revés). Perdóneme el hermano, pero no comprenderá mis palabras estando dentro.

Para hermanos y amigos de la iglesia tradicional que me conocen y saben en lo que estoy, ver mi vida les ha convencido a no juzgarme comprendiendo que Dios no se encasilla para hacer las cosas de manera tal o cual. Saben que estoy bien y también ellos a su vez se sienten bien como están. No lo pongo en duda, sinceramente. Conozco hermanos muy comprometidos, genuinos en Dios, que están y son parte de la iglesia tradicional. El sistema no ha logrado dañar su relación con Dios pues Él les ha guardado. Tenemos comunión porque a la verdad somos de los mismos, es decir pertenecemos al cuerpo de Cristo y el mismo Espíritu que les trata a ellos es el mismo que me trata a mí. La misma sangre nos limpió y el mismo Señor nos sostiene y vendrá por nosotros.

He entendido que Dios tiene un pueblo único y trata con su pueblo donde quiera esté. Dentro o fuera del sistema que los hombres empoderaron llamándolo “iglesia”. Por lo tanto su interés no es el sistema en sí, eso es humano y carnal y Él no tiene relación con eso, pero sí tiene total relación con quienes son suyos.

Continuará…


sábado, 21 de noviembre de 2015

Conversaciones de iglesia (11º Parte)



Conversaciones de iglesia (11º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


¿Nos debe preocupar que millones entiendan la iglesia de una forma errada?

y No. ¿Y esa ambigüedad?

¿Por qué, SÍ? Porque lamentablemente la forma de iglesia que conocemos, se ha vendido a sí misma a tal nivel, que crea dependencia so pena de condenación. Eso ya es muy grave. Por un lado las personas creen que no hay nada más cerca de Dios que estar involucrado con una iglesia, lo que a muchos les ayuda a sobrellevar sus “cargos de conciencia”. De no estarlo, inmediatamente entran en un estado de culpabilidad descomunal porque les han enseñado toda la vida que eso es sinónimo de no congregarse, lo que representa clara desobediencia a la Palabra. Además tienen sobre ellos la presión de los demás feligreses que les señalan por el “sacrilegio” de no “ir a la iglesia”; les condenan y les hacen a un lado juzgándolos. Enfrentarlo les hace en muchísimos casos alejarse totalmente de la comunión con Dios. Se sienten como fuera del redil, creen quedar expuestos al diablo y por lo tanto se ven inducidos a caer en el pecado. De allí que muchos no regresarán nunca a las cosas de Dios. 

¡Qué mal hace realmente esa forma de comprender la iglesia! Estando fuera, no se sienten ya que son iglesia porque por alguna fórmula demoníaca muy efectiva que les implantaron, se tragaron que no se puede ser iglesia fuera de la iglesia. ¡Qué enredo! Claro, porque al haber dos formas de asimilar la iglesia -según aprendieron-,… se quedan con la peor.

Encima se tiene la mala formación de toda la vida referente a la dependencia del sistema iglesia, la cual es otro de los grandes problemas. La persona se siente incapaz de continuar con su vida de oración o conocimiento de la Palabra o de contribución económica a la obra, porque son dinámicas que practicaba principalmente mientras permanecía en la iglesia. Lógicamente se enfría porque tristemente fue formada necesitando sus líderes para que le guiaran y le enseñaran. Estaba sujeta a programas y fechas para poder desarrollar fielmente cada uno de los procesos mencionados. 

Si a todo esto le sumamos la situación de vida social que significa estar en una iglesia y al quedar fuera se les trunca por completo, entonces es claro que el asunto se torna inmanejable. Para colmo, pesa también que si por alguna razón hay la posibilidad de pensar diferente, les significa condenación porque igualmente así fueron enseñados. Todo fuera de la iglesia -les dicen- es pecado, y otra forma de entender las cosas representa un engaño seguro, una secta, una herejía.

Note cuán serio es el asunto.

Todos estos factores y cualquiera que se desprenda de ellos, vienen a raíz de dicha deplorable forma de comprender la iglesia. Las personas se encuentran en un laberinto del cual no pueden salir solo y únicamente si Dios revela a su corazón la Verdad. Se darán cuenta que esa Verdad no compagina con lo que les enseñaron y aprendieron toda la vida.

Pero un momento; no fueron enseñados así en la mayoría de los casos como un acto de mala fe. Tan solo es la tradicional forma de ser enseñados que se ha legado de generación en generación. A sus líderes igualmente les formaron de esa manera quienes también lo hicieron con ellos. Y así, simple y sencillamente logra una filosofía mantenerse en pie.

Realmente es una situación alarmante. A muchos les toma años desintoxicarse de farsas y doctrinas manipuladas que les marcó hasta las entrañas. ¡Qué lamentable que pase eso porque el Evangelio genuino nunca fue para tal cosa! Como muy bien se dijo: “es más fácil engañar a alguien que sacarlo de su engaño”.

¡Oh, por Dios!, si pudieran salir de la pecera mental del sistema, entonces verían un lago. Si pudieran percibir que el brazo del Señor es más poderoso y suficiente para sostenerles…; Si pudieran comprender que el Señor tiene su pueblo por  todas partes edificándose y no solo un grupo encerrado en un edificio; si tan solo pudieran entenderse en Dios, saber quienes son y lo que tienen, entonces conocerían que no hay forma de salirse de la iglesia del Señor porque permanecen en ella las 24 horas del día (eternamente) porque la iglesia no es ningún edificio ni ningún grupo denominacional. Si supieran que el Espíritu no ha dejado de ser nuestro maestro y abre cada día su Palabra a nuestros corazones cuando nos sentamos a sus pies. Si pudieran comprender la maravilla de saberse casa del Señor, por lo tanto la gloria de Dios está y va con ellos a todas partes. Si pudieran darse cuenta las tantas oportunidades que Dios nos dejó para bendecir a muchos pero principalmente a nuestros hermanos en la fe que padecen necesidad, porque para ellos destinó el Señor la mayor parte de los recursos conforme a su Palabra. Se podrían enterar que verdaderamente hay una familia maravillosa de santos redimidos que está dispersa en todo lugar esperándoles para edificarse como uno con ellos.

Pero estas son cosas que no se pueden solo saber porque uno las lee, deben ser reveladas en el poder del Espíritu con que están impregnadas, para realmente ser comprendidas. Y eso solo Dios el Padre puede hacerlo en los corazones que se encuentren abiertos. Si ellos estuvieran dispuestos a negarse a todo lo que saben y creen comprender, entonces se caería el velo y Dios les enseñaría. Se requiere nada para que Dios comience a hacer su obra.

Al punto de la nada  en el corazón, voluntad, mente; para que Dios diga de nuevo: “Sea la Luz”.

Continuará…

domingo, 15 de noviembre de 2015

Conversaciones de iglesia (10º Parte)



Conversaciones de iglesia (10º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


La modernidad y todo lo que le representa captura a la gente, llena su tiempo, toca sus emociones, pero nunca satisface el alma. La iglesia tiene un solo camino, el resto es pérdida de tiempo. Si la iglesia no atiende la necesidad esencial de las personas, podrá capturarlas y sostenerlas algún tiempo con recreación, los divertirá, los emocionará, logrará hacer vibrar a mil sus corazones pero finalmente y frente a sus propias realidades, las personas se irán y buscarán otras mil y una formas para llenar su vacío inútilmente. Si no les presentamos a Cristo y a este crucificado, nada hará absolutamente nada por ellos. Si no llegan al punto de la reconciliación que está en la cruz, no tienen oportunidad alguna en su existencia. Si queremos ver números, eso es muy fácil; pero si anhelamos ver surgir al pueblo santo del Señor, estamos equivocando el camino.

La iglesia tiene la misma misión desde hace 2000 años, no ha cambiado porque es la misma necesidad que se trata con la misma solución. Todo lo que erróneamente hagamos para adaptarnos a nuestra época con la idea de satisfacer a la gente, no nos hace más que perder recursos y tiempo y hacérselos perder a ellos. Lo lamentable es que se trata de sus almas; se trata de su eternidad.

No estamos en este mundo para buscar la satisfacción o la emotividad de nadie, ni mucho menos su entretenimiento. En sentido figurado, eso es igual de tonto que darles juegos de mesa en vez de paracaídas a los pasajeros de un avión que se viene desplomando, tratando de entretenerles para evitar que piensen que están por estrellarse y morir.  

Tampoco nadie, consciente de la condición tan apremiante que vive, despreciaría el paracaídas pensando que puede sobrevivir al choque, menospreciando así la única oportunidad que tendría de  salvarse.

Debemos ser la voz de alerta para con nuestros semejantes por el peligro inminente que corren. Pero no sólo una escandalosa voz de alerta como muchos que ponen sirenas pero no indican con claridad la solución. Hay que guiar a las personas a su Salvador, dejándoles en claro que nosotros no somos esa solución y ni siquiera un pedacito de ella. Debemos asegurarnos que comprendan que no somos nosotros sus salvadores como para echárnoslos sobre nuestras espaldas ni entretenerlos. Nosotros no  somos rescatistas, ni la Palabra nos pone como tales. Si no atienden al mensaje de salvación, están perdidos aunque los convenzamos de asistir a un culto. Si no se encuentran con Cristo en su cruz, solo somos excelentes vendedores de una denominación.

Debemos comprender que hemos de dar el mensaje a todos, pero es Dios quien salvará a los que deban ser salvos. ¿Quienes lo serán? No nos concierne, ni podemos manipularlo ni mucho menos hemos sido llamados a cuantificarlo.

La iglesia es un cuerpo orgánico

Hablar de la iglesia como un cuerpo, primero no debería extrañarnos porque así vemos en la Palabra de Dios que está definido; segundo estoy convencido de que puede ayudar a disipar malas formas de comprenderla. La perspectiva de la iglesia como cuerpo más que una forma de verlo debe dejar en nuestras mentes la realidad no de lo que es, sino de quién es, un ente orgánico, vivo, preciosa prometida del Señor a la que Dios en su sabiduría nos ha fundido y compenetrado. Nada tiene que ver con movimiento alguno u organización eclesial llamada de tal o cual manera por los religiosos.

Los trágicos y lamentables eventos del 11 de setiembre del 2001 en Nueva York, nos muestran que en medio de tanta destrucción, se convocó a todas las diferentes estaciones de Bomberos del Estado para atender la emergencia. Si bien es cierto que muchos de los bomberos no se conocían entre sí, es interesante que cada cual acudió con una misma misión: Rescatar a tantos como se pudiera. Esa fatídica mañana muchos perecieron haciendo su trabajo. Ninguno estaba allí compitiendo porque su estación fuera mejor que la otra. Todos como uno en un mismo propósito.  De hecho los Bomberos se saben parte de un cuerpo mundial que tiene los mismos valores sin importar el país o la zona de donde sean. ¡Qué maravilla! y ¡cómo nos cuesta pensar en la iglesia en términos similares no de organización sino de cuerpo orgánico!

Lo mismo ocurre con la Cruz Roja. En la segunda guerra mundial, debían de atender a sus coterráneos heridos en el campo muchas veces bajo el fuego y fragor de la batalla. Algunos perecían en sus trabajos alcanzados por las balas o las bombas, pero estaban allí no para matar sino para salvar. Tanto de un bando como de otro, su misión y valores eran los mismos. De hecho eran parte del mismo equipo aunque les tocara estar en frentes distintos.  Ninguno de ellos estaba afiliado a los intereses de la guerra, su misión estaba más que definida. Ninguno creía que su equipo era mejor que el del enemigo porque en esencia eran parte de la misma organización mundial y por lo tanto colegas con iguales funciones.

No tenemos el mínimo problema en ver a la Cruz Roja o al cuerpo de Bomberos como uno solo sin importar de donde sean quienes las conforman. Pero ¡valla que con la iglesia estamos como con una venda en los ojos!

Hemos sido testigos por muchos años de cantidad de eventos evangelísticos que realizan en una zona algunas iglesias, y otras de la misma zona no se involucran porque no son suyas.  Convirtieron el evangelismo en esfuerzos particulares que exaltan y engrosan una denominación, no a Cristo el Señor ni su reino. Puede que ocasionalmente se hablen entre ellos pero que no están unidos, es un hecho.

Todo muestra la triste y diabólica realidad de que cada quien está por lo suyo, aunque insistan en que están en lo del Señor.

Continuará…

sábado, 7 de noviembre de 2015

Conversaciones de iglesia (9º Parte)



Conversaciones de iglesia (9º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


¿Debe la iglesia adaptarse a su época?

Muchos opinan que: “Con el paso de los siglos la iglesia debe modernizarse y ajustarse a las necesidades de su tiempo” 

¿Debe ser eso así?

Aquí también para muchos, esta premisa no es cuestionable pues lo consideran un hecho. Pero curiosamente saltan también quienes se polarizan hacia el extremo opuesto.

Por un lado, no se trata de que nos vistamos como los judíos de la época del Señor, ni guardemos sus costumbres de vida cotidiana en la forma de las casas donde vivían, su estilo de sociedad, sus horarios, comidas, trabajos, etc, como para ser más “bíblicos”.  No se trata de dejar de usar relojes, ni los medios actuales de transporte porque deberíamos seguir midiendo el tiempo como ellos lo hicieron o seguir transportándonos en camellos para estar más “alineados” a la Palabra. Llegar a eso sí que sería retroceder 20 siglos o más.

Por otro lado, tampoco se trata de que convirtamos a la iglesia o la exposición del mensaje en un show de luces y colores destellantes, showmans carismáticos, músicas psicodélicas y coreografías al mejor estilo de Las Vegas, para atraer multitudes y crear adeptos.  ¿Por qué será que nos cuesta tanto comprenderlo?

¡Claro que se logra atraer masas así! ¿Pero vienen por el Espíritu?

Poderío tecnológico y de convocatoria si acaso; pero ¡nada del poder de Dios!

Por favor, dejémonos de fábulas. Que acudan los defensores del modernismo con sus atuendos tecnológicos y también los conservadores con sus atuendos antiguos y “se desnuden” ante el Señor para que se den cuenta que son iguales unos y otros, hechos a semejanza de Él.

Si le hubiese tocado al Señor aparecer en nuestros tiempos, no hubiera venido a cambiar la política de su nación -como no lo hizo en su tiempo-, ni a variar nada del presente. Sencillamente se hubiera adaptado naturalmente a nuestro entorno y momento histórico, vistiendo conforme nuestra época, pero sin comprometer su mensaje ni misión. Pero el momento en que vino a nosotros hace 2000 años fue el exacto para cumplir con su propósito. Ni antes, ni después.

Leer la Palabra nos muestra indudablemente que el mensaje pretende cambiar al hombre desde dentro hacia afuera, porque la necesidad espiritual del hombre es la misma hoy que hace 2000 años. Su mal continúa siendo el mismo aunque tecnológicamente estemos más avanzados. Si pasaran otros 2000 años, le aseguro que eso no cambiaría aunque hayamos podido llegar a habitar las estrellas y viajar más rápido que la velocidad de la luz o quizá teletransportanos. La razón, es que esa “enfermedad” que entró en él desde el Edén, solo tiene una cura para siempre: La sangre preciosa de Cristo. No hay ni habrá otro antídoto.

Entonces aún hoy con tantas formas tan atractivas de entretenimiento, con tantas posibilidades de diversión y esparcimiento que se tienen y que el dinero y las posesiones pueden ampliar, con todos los logros que posibilita la vida de hoy, con las sustancias legales o ilegales inclusive que muchas veces el hombre se atreve a consumir intentando aliviar la carga de su interior o alcanzar el máximo de experiencias; continúa buscando incansablemente como satisfacerse y ser feliz.  Pero nada puede llenarle, ni siquiera  la religión cualquiera sea esta.

Para su necesidad solo hay una solución, se llama Cristo y está disponible.

Entonces la misión de la iglesia representa la cruz y la solución que provee. Nada más. Pablo decía que su ministerio es el de la reconciliación y su mensaje el Cristo crucificado. Su petición: “Reconcíliense con Dios”. Él no podía hacer nada por nadie más que presentarle el mensaje. Dios abriría los corazones que estuviesen dispuestos y se revelaría a ellos. Quienes creyesen al mensaje de reconciliación pasarían a ser parte del pueblo de Dios; vendrían a ser sus hijos por el Espíritu que pondría en ellos. Se bautizarían inmediatamente al creer y entonces serían parte de la iglesia para continuar ahora ellos esparciendo el mismo mensaje que les transformó a sus semejantes. Gente convertida a Dios, reconciliada, lavados por la sangre del Cordero, hechos santos, ahora juntos edificándose mutuamente en un proceso continuo que vería pasar los siglos, atendiendo de la misma manera la necesidad imperiosa de sus contemporáneos con la misma solución: Cristo. Sin agregarle nada más.

Pero la modernidad le quiere dictar otra cosa a los necesitados de nuestra época y la iglesia ha querido “bailar” a su ritmo queriendo congraciarse con ella. 

Continuará…