domingo, 15 de noviembre de 2015

Conversaciones de iglesia (10º Parte)



Conversaciones de iglesia (10º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


La modernidad y todo lo que le representa captura a la gente, llena su tiempo, toca sus emociones, pero nunca satisface el alma. La iglesia tiene un solo camino, el resto es pérdida de tiempo. Si la iglesia no atiende la necesidad esencial de las personas, podrá capturarlas y sostenerlas algún tiempo con recreación, los divertirá, los emocionará, logrará hacer vibrar a mil sus corazones pero finalmente y frente a sus propias realidades, las personas se irán y buscarán otras mil y una formas para llenar su vacío inútilmente. Si no les presentamos a Cristo y a este crucificado, nada hará absolutamente nada por ellos. Si no llegan al punto de la reconciliación que está en la cruz, no tienen oportunidad alguna en su existencia. Si queremos ver números, eso es muy fácil; pero si anhelamos ver surgir al pueblo santo del Señor, estamos equivocando el camino.

La iglesia tiene la misma misión desde hace 2000 años, no ha cambiado porque es la misma necesidad que se trata con la misma solución. Todo lo que erróneamente hagamos para adaptarnos a nuestra época con la idea de satisfacer a la gente, no nos hace más que perder recursos y tiempo y hacérselos perder a ellos. Lo lamentable es que se trata de sus almas; se trata de su eternidad.

No estamos en este mundo para buscar la satisfacción o la emotividad de nadie, ni mucho menos su entretenimiento. En sentido figurado, eso es igual de tonto que darles juegos de mesa en vez de paracaídas a los pasajeros de un avión que se viene desplomando, tratando de entretenerles para evitar que piensen que están por estrellarse y morir.  

Tampoco nadie, consciente de la condición tan apremiante que vive, despreciaría el paracaídas pensando que puede sobrevivir al choque, menospreciando así la única oportunidad que tendría de  salvarse.

Debemos ser la voz de alerta para con nuestros semejantes por el peligro inminente que corren. Pero no sólo una escandalosa voz de alerta como muchos que ponen sirenas pero no indican con claridad la solución. Hay que guiar a las personas a su Salvador, dejándoles en claro que nosotros no somos esa solución y ni siquiera un pedacito de ella. Debemos asegurarnos que comprendan que no somos nosotros sus salvadores como para echárnoslos sobre nuestras espaldas ni entretenerlos. Nosotros no  somos rescatistas, ni la Palabra nos pone como tales. Si no atienden al mensaje de salvación, están perdidos aunque los convenzamos de asistir a un culto. Si no se encuentran con Cristo en su cruz, solo somos excelentes vendedores de una denominación.

Debemos comprender que hemos de dar el mensaje a todos, pero es Dios quien salvará a los que deban ser salvos. ¿Quienes lo serán? No nos concierne, ni podemos manipularlo ni mucho menos hemos sido llamados a cuantificarlo.

La iglesia es un cuerpo orgánico

Hablar de la iglesia como un cuerpo, primero no debería extrañarnos porque así vemos en la Palabra de Dios que está definido; segundo estoy convencido de que puede ayudar a disipar malas formas de comprenderla. La perspectiva de la iglesia como cuerpo más que una forma de verlo debe dejar en nuestras mentes la realidad no de lo que es, sino de quién es, un ente orgánico, vivo, preciosa prometida del Señor a la que Dios en su sabiduría nos ha fundido y compenetrado. Nada tiene que ver con movimiento alguno u organización eclesial llamada de tal o cual manera por los religiosos.

Los trágicos y lamentables eventos del 11 de setiembre del 2001 en Nueva York, nos muestran que en medio de tanta destrucción, se convocó a todas las diferentes estaciones de Bomberos del Estado para atender la emergencia. Si bien es cierto que muchos de los bomberos no se conocían entre sí, es interesante que cada cual acudió con una misma misión: Rescatar a tantos como se pudiera. Esa fatídica mañana muchos perecieron haciendo su trabajo. Ninguno estaba allí compitiendo porque su estación fuera mejor que la otra. Todos como uno en un mismo propósito.  De hecho los Bomberos se saben parte de un cuerpo mundial que tiene los mismos valores sin importar el país o la zona de donde sean. ¡Qué maravilla! y ¡cómo nos cuesta pensar en la iglesia en términos similares no de organización sino de cuerpo orgánico!

Lo mismo ocurre con la Cruz Roja. En la segunda guerra mundial, debían de atender a sus coterráneos heridos en el campo muchas veces bajo el fuego y fragor de la batalla. Algunos perecían en sus trabajos alcanzados por las balas o las bombas, pero estaban allí no para matar sino para salvar. Tanto de un bando como de otro, su misión y valores eran los mismos. De hecho eran parte del mismo equipo aunque les tocara estar en frentes distintos.  Ninguno de ellos estaba afiliado a los intereses de la guerra, su misión estaba más que definida. Ninguno creía que su equipo era mejor que el del enemigo porque en esencia eran parte de la misma organización mundial y por lo tanto colegas con iguales funciones.

No tenemos el mínimo problema en ver a la Cruz Roja o al cuerpo de Bomberos como uno solo sin importar de donde sean quienes las conforman. Pero ¡valla que con la iglesia estamos como con una venda en los ojos!

Hemos sido testigos por muchos años de cantidad de eventos evangelísticos que realizan en una zona algunas iglesias, y otras de la misma zona no se involucran porque no son suyas.  Convirtieron el evangelismo en esfuerzos particulares que exaltan y engrosan una denominación, no a Cristo el Señor ni su reino. Puede que ocasionalmente se hablen entre ellos pero que no están unidos, es un hecho.

Todo muestra la triste y diabólica realidad de que cada quien está por lo suyo, aunque insistan en que están en lo del Señor.

Continuará…