Conversaciones de iglesia (10º Parte)
Escrito autóctono
Continuación…
La
modernidad y todo lo que le representa captura a la gente, llena su tiempo, toca
sus emociones, pero nunca satisface el alma. La iglesia tiene un solo camino,
el resto es pérdida de tiempo. Si la iglesia no atiende la necesidad esencial
de las personas, podrá capturarlas y sostenerlas algún tiempo con recreación, los
divertirá, los emocionará, logrará hacer vibrar a mil sus corazones pero
finalmente y frente a sus propias realidades, las personas se irán y buscarán
otras mil y una formas para llenar su vacío inútilmente. Si no les presentamos
a Cristo y a este crucificado, nada hará absolutamente nada por ellos. Si no
llegan al punto de la reconciliación que está en la cruz, no tienen oportunidad
alguna en su existencia. Si queremos ver números, eso es muy fácil; pero si
anhelamos ver surgir al pueblo santo del Señor, estamos equivocando el camino.
La
iglesia tiene la misma misión desde hace 2000 años, no ha cambiado porque es la
misma necesidad que se trata con la misma solución. Todo lo que erróneamente
hagamos para adaptarnos a nuestra época con la idea de satisfacer a la gente,
no nos hace más que perder recursos y tiempo y hacérselos perder a ellos. Lo
lamentable es que se trata de sus almas; se trata de su eternidad.
No
estamos en este mundo para buscar la satisfacción o la emotividad de nadie, ni mucho
menos su entretenimiento. En sentido figurado, eso es igual de tonto que darles
juegos de mesa en vez de paracaídas a los pasajeros de un avión que se viene desplomando,
tratando de entretenerles para evitar que piensen que están por estrellarse y
morir.
Tampoco
nadie, consciente de la condición tan apremiante que vive, despreciaría el
paracaídas pensando que puede sobrevivir al choque, menospreciando así la única
oportunidad que tendría de salvarse.
Debemos
ser la voz de alerta para con nuestros semejantes por el peligro inminente que
corren. Pero no sólo una escandalosa voz de alerta como muchos que ponen
sirenas pero no indican con claridad la solución. Hay que guiar a las personas
a su Salvador, dejándoles en claro que nosotros no somos esa solución y ni
siquiera un pedacito de ella. Debemos asegurarnos que comprendan que no somos
nosotros sus salvadores como para echárnoslos sobre nuestras espaldas ni
entretenerlos. Nosotros no somos
rescatistas, ni la Palabra nos pone como tales. Si no atienden al mensaje de
salvación, están perdidos aunque los convenzamos de asistir a un culto. Si no
se encuentran con Cristo en su cruz, solo somos excelentes vendedores de una
denominación.
Debemos
comprender que hemos de dar el mensaje a todos, pero es Dios quien salvará a
los que deban ser salvos. ¿Quienes lo serán? No nos concierne, ni podemos
manipularlo ni mucho menos hemos sido llamados a cuantificarlo.
La iglesia es un cuerpo orgánico
Hablar
de la iglesia como un cuerpo, primero no debería extrañarnos porque así vemos
en la Palabra de Dios que está definido; segundo estoy convencido de que puede
ayudar a disipar malas formas de comprenderla. La perspectiva de la iglesia
como cuerpo más que una forma de verlo debe dejar en nuestras mentes la
realidad no de lo que es, sino de quién es, un ente orgánico, vivo, preciosa
prometida del Señor a la que Dios en su sabiduría nos ha fundido y
compenetrado. Nada tiene que ver con movimiento alguno u organización eclesial
llamada de tal o cual manera por los religiosos.
Los
trágicos y lamentables eventos del 11 de setiembre del 2001 en Nueva York, nos
muestran que en medio de tanta destrucción, se convocó a todas las diferentes
estaciones de Bomberos del Estado para atender la emergencia. Si bien es cierto
que muchos de los bomberos no se conocían entre sí, es interesante que cada
cual acudió con una misma misión: Rescatar a tantos como se pudiera. Esa
fatídica mañana muchos perecieron haciendo su trabajo. Ninguno estaba allí compitiendo
porque su estación fuera mejor que la otra. Todos como uno en un mismo
propósito. De hecho los Bomberos se
saben parte de un cuerpo mundial que tiene los mismos valores sin importar el
país o la zona de donde sean. ¡Qué maravilla! y ¡cómo nos cuesta pensar en la
iglesia en términos similares no de organización sino de cuerpo orgánico!
Lo
mismo ocurre con la Cruz Roja. En la segunda guerra mundial, debían de atender
a sus coterráneos heridos en el campo muchas veces bajo el fuego y fragor de la
batalla. Algunos perecían en sus trabajos alcanzados por las balas o las
bombas, pero estaban allí no para matar sino para salvar. Tanto de un bando
como de otro, su misión y valores eran los mismos. De hecho eran parte del
mismo equipo aunque les tocara estar en frentes distintos. Ninguno de ellos estaba afiliado a los intereses
de la guerra, su misión estaba más que definida. Ninguno creía que su equipo
era mejor que el del enemigo porque en esencia eran parte de la misma organización
mundial y por lo tanto colegas con iguales funciones.
No
tenemos el mínimo problema en ver a la Cruz Roja o al cuerpo de Bomberos como
uno solo sin importar de donde sean quienes las conforman. Pero ¡valla que con
la iglesia estamos como con una venda en los ojos!
Hemos
sido testigos por muchos años de cantidad de eventos evangelísticos que
realizan en una zona algunas iglesias, y otras de la misma zona no se
involucran porque no son suyas.
Convirtieron el evangelismo en esfuerzos particulares que exaltan y
engrosan una denominación, no a Cristo el Señor ni su reino. Puede que ocasionalmente
se hablen entre ellos pero que no están unidos, es un hecho.
Todo
muestra la triste y diabólica realidad de que cada quien está por lo suyo,
aunque insistan en que están en lo del Señor.
Continuará…