sábado, 7 de noviembre de 2015

Conversaciones de iglesia (9º Parte)



Conversaciones de iglesia (9º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


¿Debe la iglesia adaptarse a su época?

Muchos opinan que: “Con el paso de los siglos la iglesia debe modernizarse y ajustarse a las necesidades de su tiempo” 

¿Debe ser eso así?

Aquí también para muchos, esta premisa no es cuestionable pues lo consideran un hecho. Pero curiosamente saltan también quienes se polarizan hacia el extremo opuesto.

Por un lado, no se trata de que nos vistamos como los judíos de la época del Señor, ni guardemos sus costumbres de vida cotidiana en la forma de las casas donde vivían, su estilo de sociedad, sus horarios, comidas, trabajos, etc, como para ser más “bíblicos”.  No se trata de dejar de usar relojes, ni los medios actuales de transporte porque deberíamos seguir midiendo el tiempo como ellos lo hicieron o seguir transportándonos en camellos para estar más “alineados” a la Palabra. Llegar a eso sí que sería retroceder 20 siglos o más.

Por otro lado, tampoco se trata de que convirtamos a la iglesia o la exposición del mensaje en un show de luces y colores destellantes, showmans carismáticos, músicas psicodélicas y coreografías al mejor estilo de Las Vegas, para atraer multitudes y crear adeptos.  ¿Por qué será que nos cuesta tanto comprenderlo?

¡Claro que se logra atraer masas así! ¿Pero vienen por el Espíritu?

Poderío tecnológico y de convocatoria si acaso; pero ¡nada del poder de Dios!

Por favor, dejémonos de fábulas. Que acudan los defensores del modernismo con sus atuendos tecnológicos y también los conservadores con sus atuendos antiguos y “se desnuden” ante el Señor para que se den cuenta que son iguales unos y otros, hechos a semejanza de Él.

Si le hubiese tocado al Señor aparecer en nuestros tiempos, no hubiera venido a cambiar la política de su nación -como no lo hizo en su tiempo-, ni a variar nada del presente. Sencillamente se hubiera adaptado naturalmente a nuestro entorno y momento histórico, vistiendo conforme nuestra época, pero sin comprometer su mensaje ni misión. Pero el momento en que vino a nosotros hace 2000 años fue el exacto para cumplir con su propósito. Ni antes, ni después.

Leer la Palabra nos muestra indudablemente que el mensaje pretende cambiar al hombre desde dentro hacia afuera, porque la necesidad espiritual del hombre es la misma hoy que hace 2000 años. Su mal continúa siendo el mismo aunque tecnológicamente estemos más avanzados. Si pasaran otros 2000 años, le aseguro que eso no cambiaría aunque hayamos podido llegar a habitar las estrellas y viajar más rápido que la velocidad de la luz o quizá teletransportanos. La razón, es que esa “enfermedad” que entró en él desde el Edén, solo tiene una cura para siempre: La sangre preciosa de Cristo. No hay ni habrá otro antídoto.

Entonces aún hoy con tantas formas tan atractivas de entretenimiento, con tantas posibilidades de diversión y esparcimiento que se tienen y que el dinero y las posesiones pueden ampliar, con todos los logros que posibilita la vida de hoy, con las sustancias legales o ilegales inclusive que muchas veces el hombre se atreve a consumir intentando aliviar la carga de su interior o alcanzar el máximo de experiencias; continúa buscando incansablemente como satisfacerse y ser feliz.  Pero nada puede llenarle, ni siquiera  la religión cualquiera sea esta.

Para su necesidad solo hay una solución, se llama Cristo y está disponible.

Entonces la misión de la iglesia representa la cruz y la solución que provee. Nada más. Pablo decía que su ministerio es el de la reconciliación y su mensaje el Cristo crucificado. Su petición: “Reconcíliense con Dios”. Él no podía hacer nada por nadie más que presentarle el mensaje. Dios abriría los corazones que estuviesen dispuestos y se revelaría a ellos. Quienes creyesen al mensaje de reconciliación pasarían a ser parte del pueblo de Dios; vendrían a ser sus hijos por el Espíritu que pondría en ellos. Se bautizarían inmediatamente al creer y entonces serían parte de la iglesia para continuar ahora ellos esparciendo el mismo mensaje que les transformó a sus semejantes. Gente convertida a Dios, reconciliada, lavados por la sangre del Cordero, hechos santos, ahora juntos edificándose mutuamente en un proceso continuo que vería pasar los siglos, atendiendo de la misma manera la necesidad imperiosa de sus contemporáneos con la misma solución: Cristo. Sin agregarle nada más.

Pero la modernidad le quiere dictar otra cosa a los necesitados de nuestra época y la iglesia ha querido “bailar” a su ritmo queriendo congraciarse con ella. 

Continuará…