Conversaciones de iglesia (9º Parte)
Escrito autóctono
Continuación…
¿Debe la
iglesia adaptarse a su época?
Muchos
opinan que: “Con el paso de los siglos la iglesia debe modernizarse y ajustarse
a las necesidades de su tiempo”
¿Debe
ser eso así?
Aquí
también para muchos, esta premisa no es cuestionable pues lo consideran un
hecho. Pero curiosamente saltan también quienes se polarizan hacia el extremo
opuesto.
Por
un lado, no se trata de que nos vistamos como los judíos de la época del Señor,
ni guardemos sus costumbres de vida cotidiana en la forma de las casas donde
vivían, su estilo de sociedad, sus horarios, comidas, trabajos, etc, como para
ser más “bíblicos”. No se trata de dejar
de usar relojes, ni los medios actuales de transporte porque deberíamos seguir
midiendo el tiempo como ellos lo hicieron o seguir transportándonos en camellos
para estar más “alineados” a la Palabra. Llegar a eso sí que sería retroceder
20 siglos o más.
Por
otro lado, tampoco se trata de que convirtamos a la iglesia o la exposición del
mensaje en un show de luces y colores destellantes, showmans carismáticos,
músicas psicodélicas y coreografías al mejor estilo de Las Vegas, para atraer multitudes
y crear adeptos. ¿Por qué será que nos
cuesta tanto comprenderlo?
¡Claro
que se logra atraer masas así! ¿Pero vienen por el Espíritu?
Poderío
tecnológico y de convocatoria si acaso; pero ¡nada del poder de Dios!
Por
favor, dejémonos de fábulas. Que acudan los defensores del modernismo con sus
atuendos tecnológicos y también los conservadores con sus atuendos antiguos y “se
desnuden” ante el Señor para que se den cuenta que son iguales unos y otros, hechos
a semejanza de Él.
Si
le hubiese tocado al Señor aparecer en nuestros tiempos, no hubiera venido a
cambiar la política de su nación -como no lo hizo en su tiempo-, ni a variar
nada del presente. Sencillamente se hubiera adaptado naturalmente a nuestro entorno
y momento histórico, vistiendo conforme nuestra época, pero sin comprometer su
mensaje ni misión. Pero el momento en que vino a nosotros hace 2000 años fue el
exacto para cumplir con su propósito. Ni antes, ni después.
Leer
la Palabra nos muestra indudablemente que el mensaje pretende cambiar al hombre
desde dentro hacia afuera, porque la necesidad espiritual del hombre es la
misma hoy que hace 2000 años. Su mal continúa siendo el mismo aunque
tecnológicamente estemos más avanzados. Si pasaran otros 2000 años, le aseguro
que eso no cambiaría aunque hayamos podido llegar a habitar las estrellas y
viajar más rápido que la velocidad de la luz o quizá teletransportanos. La
razón, es que esa “enfermedad” que entró en él desde el Edén, solo tiene una
cura para siempre: La sangre preciosa de Cristo. No hay ni habrá otro antídoto.
Entonces
aún hoy con tantas formas tan atractivas de entretenimiento, con tantas
posibilidades de diversión y esparcimiento que se tienen y que el dinero y las
posesiones pueden ampliar, con todos los logros que posibilita la vida de hoy,
con las sustancias legales o ilegales inclusive que muchas veces el hombre se
atreve a consumir intentando aliviar la carga de su interior o alcanzar el
máximo de experiencias; continúa buscando incansablemente como satisfacerse y
ser feliz. Pero nada puede llenarle, ni
siquiera la religión cualquiera sea esta.
Para
su necesidad solo hay una solución, se llama Cristo y está disponible.
Entonces
la misión de la iglesia representa la cruz y la solución que provee. Nada más.
Pablo decía que su ministerio es el de la reconciliación y su mensaje el Cristo
crucificado. Su petición: “Reconcíliense con Dios”. Él no podía hacer nada por
nadie más que presentarle el mensaje. Dios abriría los corazones que estuviesen
dispuestos y se revelaría a ellos. Quienes creyesen al mensaje de
reconciliación pasarían a ser parte del pueblo de Dios; vendrían a ser sus
hijos por el Espíritu que pondría en ellos. Se bautizarían inmediatamente al
creer y entonces serían parte de la iglesia para continuar ahora ellos
esparciendo el mismo mensaje que les transformó a sus semejantes. Gente
convertida a Dios, reconciliada, lavados por la sangre del Cordero, hechos
santos, ahora juntos edificándose mutuamente en un proceso continuo que vería
pasar los siglos, atendiendo de la misma manera la necesidad imperiosa de sus
contemporáneos con la misma solución: Cristo. Sin agregarle nada más.
Pero
la modernidad le quiere dictar otra cosa a los necesitados de nuestra época y
la iglesia ha querido “bailar” a su ritmo queriendo congraciarse con ella.
Continuará…