lunes, 28 de julio de 2014

¿Qué del hacer o no hacer para agradar a Dios? 2da. de 3 partes



¿Qué del hacer o no hacer para agradar a Dios?
2da. de 3 partes.
Escrito autóctono


Continuación…

Aquellos hermanos que estuvieron con el Señor momentos antes que este ascendiera en el monte del Olivar, escucharon las palabras “recibiréis poder…y me seréis testigos…” Al cabo de esos 10 días, cuando llegó Pentecostés, vino el Espíritu Santo y todos fueros llenos y capacitados. Sin embargo no nos dice la Palabra que se lanzaran a una Campaña “cacería” para evangelizar Jerusalén aunque fueron palabras explícitas del Señor. ¿Desobedecieron? ¿No comprendieron? Ninguna de las dos. Todos tenían el poder del Espíritu y podían ser testigos pero no era el momento de ninguna evangelización a gran escala o al menos no como nos hubiésemos imaginado que tuviesen que hacerlo. Debían comenzar a experimentar la maravillosa vida de comunidad haciendo únicamente 4 cosas: “perseverar en la doctrina de los apóstoles, (perseverar) en la comunión unos con otros, (perseverar) en el partimiento del pan y (perseverar) en las oraciones” Hechos 2: 42. Mientras tanto, Dios hacía su parte: añadir cada día a la iglesia los que habían de ser salvos (verso 43).

Podríamos resumir estas 4 columnas como formación, convivencia, compartir y fortalecerse. En medio de ese proceso de vivir a Dios y sin pretenderlo, estaban siendo testigos a los suyos allí en Jerusalén. Por eso su número se acrecentaba.

Ese relacionarse en comunidad creciendo en el conocimiento del Señor, duró unos 8 a 10 años. Ahora vemos que fue el período usado por Dios para robustecer a Cristo en ellos, de modo que estuvieran listos para anunciar el mensaje más allá de Jerusalén en poco tiempo al venir su primera persecución.

Cristo mismo se formó en las diferentes áreas que Dios había dispuesto para Él, durante 30 años. ¡Y valla ministerio fructífero de 3 años!. Pablo pasó unos 10 años formándose en Antioquía luego de su conversión, y luego apareció e hizo una obra difícilmente superable por cualquier otro.

Seamos entendidos de qué es lo que nos toca “hacer” primero, antes de lanzarnos a “hacer” lo que ni Dios nos ha llamado.

Efesios 2: 10 dice concretamente Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas¡Qué claridad la manera de Dios para con nosotros!: 1-Somos su diseño, 2- para parecernos a Cristo, 3- con el fin de que realicemos buenas obras, 4- sus obras. No debemos alterar el orden de su proceso y recordar que el fin es realizar sus obras. En otras palabras, no tenemos que andar inventando nada. El problema está en que si no le conocemos, ¿cómo vamos a conocer sus obras? ¿Cómo comprenderemos los objetivos de Dios?

Pero ampliemos más sobre ese crecer que Dios espera que tengamos.

El Nuevo Testamento confirma una y otra vez, que hay un “hacer” expresado en acciones o verbos que nos concierne a aquellos lavados por su sangre. Esto parte del hecho igualmente de que Dios no hará nada en nuestras vidas si nosotros no tomamos la iniciativa de cambiar (Ef. 4: 22 y 23, Col. 3: 5). Al leer estos pasajes, es indiscutible ver  en ellos el mandamiento para el hombre a hacer su parte. Más lo concerniente a vivificar el espíritu y crear un nuevo hombre es algo que solo Dios puede hacer. Entonces para que se muestre el nuevo hombre que Dios creó, el creyente genuino debe eliminar los vestigios del antiguo hombre. Ese que estaba viciado con todo lo del mundo, debe desaparecer de nuestros miembros para dar lugar ahora en ellos a la nueva naturaleza, nuevas costumbres, nueva vida. La vida que es y está en Cristo que ahora debe tomar el control en nosotros.

Si nada tuviéramos que hacer, como lo dictaminan algunas doctrinas, la Escritura no gastaría tinta y palabras en todas y cada una de las recomendaciones que nos pide llevar a cabo a fin de que el nuevo hombre creado según Dios salga a relucir o se manifieste en forma visible. Hubiese bastado con creer y arrepentirnos para alcanzar la reconciliación, pero la Escritura nos dice que además de ello debemos convertirnos a Dios (Hch. 3: 19). Como lo hemos visto en otras enseñanzas, creer y arrepentirse no significa precisamente convertirse. El ejemplo de muchísimas personas que pueden creer y hasta llegar a arrepentirse, no garantiza que se hayan convertido. Hemos de cumplir lo que la Escritura nos define.

En su segunda carta, Pedro nos comparte la maravilla de esa obra y la parte de nuestro “hacer” para confirmarla en nosotros (2° Pedro 1: 3-9). Los versículos 10 y 11 nos dicen el resultado y promesa que nos da la redención y transformación en nuestra vida.

Entonces el ser vivificados y renovados por su Espíritu cuando hemos nacido de nuevo, -acto que se sucede en nuestro interior y que es lo que nosotros no podíamos hacer-, representa su obra total, completa y perfecta; pero el dar espacio en nosotros para que se note esa renovación en forma visible o lo que es lo mismo, el cambio que debe mostrarse en nuestro exterior, le toca a nuestra voluntad cederla y se desarrolla en proceso. Estos cambios revelan la realidad de nuestro arrepentimiento y son lo que la Palabra también llama: obras dignas de arrepentimiento (Hch. 26: 20). Esto significa la conversión. Aquello que antes no podíamos hacer o lamentablemente lo simulábamos como algo plástico, ahora nos es posible en y a través de la vida de Cristo. Por eso debemos permitirle a Él vivir su vida en nosotros trabajando en ceder el espacio a esa nueva forma de vida que hemos recibido.

Hemos comprendido mal el versículo en cuestión. Ocuparme en mi salvación es el asunto y no de mi salvación. Esa pequeña pero gran diferencia causa estragos en muchos que pasan su vida intentando hacer algo, cualquier cosa para añadir a su cuenta personal y obtener “más puntos” ante Dios. Intentar conseguir más de algo como si se nos hubiese dado por partes.

Más ocuparme en mi salvación es desarrollarme en algo que ya poseo.

Y…, hay algo más.

Continuará…

sábado, 19 de julio de 2014

¿Qué del hacer o no hacer para agradar a Dios? 1era. de 3 partes.


¿Qué del hacer o no hacer para agradar a Dios?
1era. de 3 partes.
Escrito autóctono

“…ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” Filipenses 2:12b

Al considerar la obra salvífica del Señor Jesús a favor de nuestras vidas, este pasaje me hace meditar en: ¿acaso existe una cuota de nuestra parte en “hacer” para lograr algo más de esa obra en nosotros?

Debemos analizar entonces dos interpretaciones que el pasaje nos puede estar mostrando:
1) Ocuparme de mi salvación con temor y temblor “es hacer obras” porque debo afianzar mi salvación;
2) Ocuparme de mi salvación con temor y temblor “es hacer obras” como fruto de mi salvación.

En el primero de los casos, veo personas que se dedican a realizar un sin fin de cosas para agradar a Dios y procuran conservar su salvación; en el segundo veo a los que no les preocupa agradar a Dios; tampoco dudan de su salvación, sólo permiten que sus vidas sean transformadas por la Vida de Dios. ¿Qué están haciendo entonces? Ocupándose en conocerla y vivirla.

No creo que la Escritura nos quiera llevar a pensar que la salvación es gradual como si debieramos completar de alguna manera la obra que el Señor comenzó, dejándonos una parte a nosotros. Tampoco creo que exista algo que debamos realizar para mejorar dicha obra en nosotros, estando afanados en el continuo -hacer para Dios- como lo pudimos estar en el pasado.

En la medida en que la vida de Dios nos posea, lo que hacemos como obras, viene ahora de su Espíritu y no de nuestra carne. El versículo 13 del capítulo 2 nos continúa diciendo que Él es el que produce en nosotros así el querer como el hacer. En otras palabras, no “hago” porque quiero llegar a ser, “hago” como resultado de que soy.

El problema está en nuestro enfoque. Muchos realizan obras para agradar a Dios o inclusive erróneamente pensando en asegurar su salvación; más están las obras que menciona la Palabra que sí debemos hacer porque se es.  Pero antes de producir obras, el “trabajo” en que debo ocuparme es dentro mío, edificando primeramente el ser y no trabajando desde afuera procurando ser. Ese ocuparse en lo interno nos llevará a producir posteriormente obras que se verán externamente, exactamente las que producirá el Espíritu de Dios en mí y no todo cuanto yo quisiera hacer para Dios buscando convencer no se a quién, puesto que a Dios, eso no le interesa. De hecho aún nuestras justicias y lo más santo que quisiéramos presentarle en nuestras fuerzas, le significan trapo de inmundicia y abominación (Isaías 64: 6; Lucas 16: 15).

Tal cual las obras de la ley que sabemos no justifican a nadie, ni tienen el poder de hacerlo. Pero la fe que no posee obras, dice la Palabra es muerta. Y hay obras que justifican igual que la fe (Stg. 2: 24). Sepamos comprender la diferencia. No quiera convertir su amor a Él en trabajo, porque terminará exhausto, desanimado y se parecerá a los religiosos. Si su sano deseo es agradar a Dios, entonces témale y haga justicia (Hechos 10:35); en ese orden.

Conozca a Dios antes que nada para que su fe se acreciente, pues sin ella le será imposible agradarlo (Hebreos 11: 6)

El “hacer” primordial que nos define la Palabra, tiene como propósito que lleguemos a ser lo que Dios quiere y diseñó para nosotros. Demanda claro está, obras de nuestra parte (Miqueas 6: 8;  Juan 15: 5). Debemos entender que este “hacer” para llegar a “ser”, no tiene nada que ver absolutamente con agradar a Dios, ni mucho menos con sumar a nuestra salvación la cual fue completa por Cristo. Tiene que ver con lo que respecta a la naturaleza de Dios; adquirir mostrar la forma de vida de Dios en nosotros.

¡Cómo nos cuesta comprender que hemos de aprender primero para después hacer; no al revés!

Continuará…


sábado, 12 de julio de 2014

Las palabras de esta vida


Las palabras de esta vida
Escrito autóctono

 “Id, y puestos en pie en el templo, anunciad al pueblo todas las palabras de esta vida” Hch.5: 20

El pasaje nos muestra en relación a ellas que: A)Son la respuesta de Dios ante el cuestionamiento y la presión. B)Vienen como ordenanza para los suyos de lo que deben hacer y decir exactamente y dónde hacerlo. C)Son el mensaje urgente de creyentes para no creyentes. D)Contenido: Cristo, motivo mismo por el que son cuestionados.

A) Es muy probable que cuando las personas (cristianos tradicionales o con algún tipo de creencia religiosa e inconversos en general) escuchen el genuino mensaje del evangelio, reaccionen de cualquiera de dos formas: se escandalicen o se compunjan. La razón tiene que ver con que lo que están escuchando no les es familiar. De hecho, pueden sentirse señalados o inclusive hasta acusados por la Verdad. Un dicho popular dice “la verdad no peca pero incomoda”. Todos quieren la verdad, la pretenden con todas sus fuerzas, pero cuando la encuentran se llevan un fiasco. ¿Qué esperábamos encontrar cuando se nos presentó la Verdad? ¿Acaso no cumplió con nuestras expectativas? La continua búsqueda de la verdad que tiene el ser humano, se eclipsa cuando la tiene de frente. ¿Qué ocurre?: la Verdad juzga nuestra forma de vida. Ella es directa, clara e ineludible. Creímos que nos aliviaría o satisfaría avalando nuestra forma de ser; justificaría todo cuanto somos, hacemos o sabemos. ¡Jamás que nos confrontaría! La Verdad que es Cristo mismo no se adapta a nosotros puesto que somos una especie diferente a Él y caída. Dios nos presenta la Verdad con la mejor de las intenciones: que nos veamos en un espejo; y nuestra reacción no se hace esperar. O es positiva o negativa.

Positiva al producir en nosotros compunción y arrepentimiento; negativa al producir furor y rechazo. Aún la actitud de ignorarla es muestra de rechazo. No existe más. Veremos alguna de las dos en mayor o menor escala o quizá de manera progresiva. Amaremos y hasta nos apegaremos a aquellos que viven por la Verdad o los perseguiremos con la idea de acallarlos.

B) La ordenanza está dada, “id” y “anuncien”. Dios no esconde la Verdad. Su interés es que sea presentada a todos. Después de haber sido encarcelados, los apóstoles pudieron haberse escondido mientras se apaciguaban los ánimos de sus enemigos, sin embargo debían ir al centro mismo de la fe religiosa a compartir el mensaje. Llama la atención la expresión “puestos en pie en el templo”. Sin duda era un acto de desafío; Dios estaba decidido a exponer a todos frente a la persona de Cristo y confrontarlos con Él. El mensaje debía alcanzar el punto mismo de la creencia de quienes lo escucharan, es decir que tocara su fe, lo que más amaban, lo que más respetaran en su corazón religiosamente hablando. Debía ser allí, en lo más profundo de su seguridad, de su falsa seguridad, en los linderos mismos de sus altares que debían ser desmenuzados de forma contundente por la Verdad.

C) Este mensaje no está dirigido a genuinos creyentes. Ya ellos entendieron. La Verdad ya impactó sus vidas y la disfrutan teniendo nueva vida y siendo un testimonio vivo a los demás. De hecho ahora crecen en ella. El evangelio no es para los hijos de Dios porque ya cumplió su cometido en ellos. El evangelio tal como lo recalca el apóstol Pablo, es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree (Rom. 1: 16), el poder del que habla Juan en su evangelio el cual da la facultad de ser hecho hijo de Dios (Juan 1: 12). En otras palabras, ser bautizado -introducido- en un cuerpo, el cuerpo de Cristo (1° Corintios 12: 12 y 13).

Este mensaje está dirigido de manera urgente a personas que hayan escuchado o no acerca de Cristo, a practicantes o no de cualquier creencia, a religiosos. Entre todos los que escuchen, la Vida se reflejará en los que así Dios haya dispuesto y en los que no, no. La Verdad será recibida o no, pero todos deben saberla. Este mensaje no es en ninguna manera el “evangelio light” –tan común en nuestros días- en que se habla de Cristo como el motor de la realización humana. Convenientemente muy psicológico y motivacional para no “incomodar” o “asustar” a los oyentes.

NO!; es el verdadero evangelio que llama al arrepentimiento y a abandonar el pecado, a negarse a sí mismo, a rendir la mala o “buena vida” que se tenga y depositarla delante de Dios sabiendo que ella va camino a la destrucción sin importar a la creencia a la que se pertenezca. Llama a propios y a extraños a cuenta. Reitero, no a quienes han creído genuinamente quienes viven una vida resucitada como muestra de su fe, más a todo el resto.

D) El contenido del mensaje señala a Cristo. Él es la Vida. Pero no la vida que conocen quienes escuchan. No la práctica de vivir el diario vivir. Ni siquiera quienes crean estar viviendo o anhelen vivir para Dios. Es vivir a Dios. Esto es lo no conocido. No les es un mensaje familiar a los oyentes. Pueden saber de Dios, asistir a un sitio donde se les hable de Dios, pueden inclusive servir a Dios, pero irónicamente no lo conocen.

“Las palabras de esta vida” son el mensaje diferente que los creyentes que lo están viviendo en carne propia, tienen para los que no tienen ni la menor idea de lo que se les está hablando. Lo han leído en la Escritura y lo tienen de frente pero no se les ha revelado. Este mensaje no es de este mundo y no tiene referencia de nada en él. Es idioma espiritual y debe ser entendido en ese plano. Debe ser activado en el espíritu para que se pueda percibir. No sucede en la mente. No es información. Posee un código del cual solo Dios conoce la combinación y lo descodifica en los que Él quiere. Esa decodificación lleva a la compunción y arrepentimiento. Ningún hombre puede decodificarse o decodificar a otro. Por favor comprendámoslo, es un asunto de Dios. El mensaje genuino de “las palabras de esta vida” son el mensaje característico de la iglesia genuina del Señor que solo ella puede presentar y vivir.



domingo, 6 de julio de 2014

Arrepentidos pero… ¿convertidos? (5° y última parte)



Arrepentidos pero… ¿convertidos? (5° y última parte)
Escrito autóctono

Continuación:

Si acudimos de nuevo a lo dicho por Pedro: “arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados” y “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesús para perdón de los pecados…”, sumado a otros pasajes que también hablan acerca de salvación, tendremos entonces todos los factores que forman parte de la predicación esencial del evangelio: (En el caso del segundo y tercer punto que presento a continuación, no aparecen así como siguiendo un orden específico, pues podrían darse de manera inversa igualmente).

1-ARREPENTIMIENTO: Significa hacer un alto en la vida tal cual se lleva, un reconocer la condición  pecaminosa en que se está por lo que se es peligrosamente reo de muerte eterna, que significa la eterna separación de Dios. Tener tal conciencia puede traer una honda preocupación y tristeza por haber pecado y ofendido a Dios.
2-BAUTISMO EN AGUA: Implica un hecho físico de sumergimiento total en agua. Contiene 2 confesiones: Una a los hombres en que se declara y reconoce el Señorío de Cristo sobre la vida propia y otra a Dios en que se le confiesan los pecados invocando el nombre de Jesús para ser lavado de ellos (Romanos 10: 9 y 10, Hechos 22:16). Así como creemos que Jesús murió en nuestro lugar y por nuestras iniquidades, hemos de creer de corazón que Dios le levantó de entre los muertos, de lo contrario lo que hacemos no tiene valor, la fe sería vana y sin sentido si Él no hubiese resucitado. (Romanos 4:25, 1° Corintios 15:14 y 17)
3-CONVERSIÓN: significa volverse a Dios, cambiar de forma de pensar para comenzar una nueva vida en definitiva, misma que es producida por el Espíritu Santo quien viene a morar dentro de nosotros porque hemos creído. Ahora ya es posible y comienzan a aparecer los frutos dignos del arrepentimiento que se ha experimentado.

Este es el creer integral que plantea el Señor Jesús en su mandamiento “El que creyere y fuere bautizado será salvo” Marcos 16:16;  y el “…que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia pero con la boca se confiesa para salvación”, escrito por Pablo en Romanos 10: 9 y 10.

Creer de esta forma nos dará el beneficio más importante de todos; la salvación, pero además nos trae sanidad si estamos enfermos (Isaías 53:4-5, 1° Pedro 2:24), cambia por paz nuestro interior y entorno (Isaías 53:5), nos da libertad de todo cuanto nos aprisiona (Gálatas 5:1, Lucas 4:18) y nos asegura la vida eterna (Juan 3:16).

Entonces soy unido por Dios a su familia que son personas que igualmente invocan al Señor con un corazón limpio (2° Timoteo 2:22b).

Hemos de saber que la vida del Señor en este mundo hace 2000 años, nos trajo el ejemplo mismo de cómo habríamos de vivir. Por eso es primordial que la conozcamos. (Juan 5:39 y 40).

Su muerte hizo posible esa vida en nosotros. (Juan 5:40, Juan 10:10b, Juan 20:31).

Su resurrección fue el sello por el cual todo el que cree recibiría esa Vida en él. (Romanos 4:25, 1° Corintios 15:14 y 17).

El sacrificio de Cristo nos proveyó redención, que es pagar por nuestro pecado y de esta forma dejó nula la condenación que pesaba sobre nosotros. (Hechos 10:43, Hechos 26:18; Efesios 1:7).

Para terminar, es importante que sepamos que aún con el hecho de no haber pecado toda su vida, el Señor no nos podía proveer la  salvación automáticamente. Su solo sacrificio tampoco, solo habría quitado el pecado del mundo (el legado de Adán y Eva). Pero su resurrección, hizo efectiva la purificación de los pecados que cada uno de nosotros había cometido y de los cuales necesitábamos ser limpios. Pablo lo dice elocuentemente: sin su resurrección estaríamos aún en  nuestros pecados: 1° Corintios 15:14 y 17. De nada valdría predicar; la fe y la esperanza hubiesen quedado sin valor. Ni siquiera hubiésemos podido levantarnos de nuestras tumbas nunca. De hecho nadie podría haber sido justificado (Rom 4:25), si Él no hubiese resucitado.

La obra completa de Cristo en nuestro favor, hacía necesario su padecimiento y muerte en la cruz derramando su sangre y que resucitara al tercer día tal como lo había anunciado. Lucas 24:46, Hechos 26:23

Este es el mensaje central de toda la Biblia y que todos deben conocer: la muerte expiatoria de Cristo y su victoria total al resucitar de entre los muertos para redimirnos a nosotros