¿Qué del hacer o no hacer para agradar a Dios?
2da. de 3 partes.
Escrito autóctono
Continuación…
Aquellos hermanos que estuvieron
con el Señor momentos antes que este ascendiera en el monte del Olivar,
escucharon las palabras “recibiréis poder…y me seréis testigos…” Al cabo de
esos 10 días, cuando llegó Pentecostés, vino el Espíritu Santo y todos fueros
llenos y capacitados. Sin embargo no nos dice la Palabra que se lanzaran a una
Campaña “cacería” para evangelizar Jerusalén aunque fueron palabras explícitas
del Señor. ¿Desobedecieron? ¿No comprendieron? Ninguna de las dos. Todos tenían
el poder del Espíritu y podían ser testigos pero no era el momento de ninguna
evangelización a gran escala o al menos no como nos hubiésemos imaginado que
tuviesen que hacerlo. Debían comenzar a experimentar la maravillosa vida de
comunidad haciendo únicamente 4 cosas: “perseverar en la doctrina de los apóstoles, (perseverar) en la comunión
unos con otros, (perseverar) en el partimiento del pan y (perseverar) en las
oraciones” Hechos 2: 42. Mientras tanto, Dios hacía su parte: añadir cada día a
la iglesia los que habían de ser salvos (verso 43).
Podríamos resumir estas 4 columnas como formación,
convivencia, compartir y fortalecerse. En medio de ese proceso de vivir a Dios y
sin pretenderlo, estaban siendo testigos a los suyos allí en Jerusalén. Por eso
su número se acrecentaba.
Ese relacionarse en comunidad creciendo en el
conocimiento del Señor, duró unos 8 a 10 años. Ahora vemos que fue el período
usado por Dios para robustecer a Cristo en ellos, de modo que estuvieran listos
para anunciar el mensaje más allá de Jerusalén en poco tiempo al venir su
primera persecución.
Cristo mismo se formó en las diferentes áreas
que Dios había dispuesto para Él, durante 30 años. ¡Y valla ministerio
fructífero de 3 años!. Pablo pasó unos 10 años formándose en Antioquía luego de
su conversión, y luego apareció e hizo una obra difícilmente superable por
cualquier otro.
Seamos entendidos de qué es lo que nos toca
“hacer” primero, antes de lanzarnos a “hacer” lo que ni Dios nos ha llamado.
Efesios 2: 10 dice concretamente “Porque somos hechura suya, creados
en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas” ¡Qué claridad la manera de Dios para con
nosotros!: 1-Somos su diseño, 2- para parecernos a Cristo, 3- con el fin de que
realicemos buenas obras, 4- sus obras. No debemos alterar el orden de su
proceso y recordar que el fin es realizar sus obras. En otras palabras, no
tenemos que andar inventando nada. El problema está en que si no le conocemos,
¿cómo vamos a conocer sus obras? ¿Cómo comprenderemos los objetivos de Dios?
Pero ampliemos más sobre ese
crecer que Dios espera que tengamos.
El Nuevo Testamento confirma una y otra vez, que hay un
“hacer” expresado en acciones o verbos que nos concierne a aquellos lavados por
su sangre. Esto parte del hecho igualmente de que Dios no hará nada en nuestras
vidas si nosotros no tomamos la iniciativa de cambiar (Ef. 4: 22 y 23, Col. 3:
5). Al leer estos pasajes, es indiscutible ver
en ellos el mandamiento para el hombre a hacer su parte. Más lo concerniente
a vivificar el espíritu y crear un nuevo hombre es algo que solo Dios puede
hacer. Entonces para que se muestre el nuevo hombre que Dios creó, el creyente
genuino debe eliminar los vestigios del antiguo hombre. Ese que estaba viciado
con todo lo del mundo, debe desaparecer de nuestros miembros para dar lugar
ahora en ellos a la nueva naturaleza, nuevas costumbres, nueva vida. La vida
que es y está en Cristo que ahora debe tomar el control en nosotros.
Si nada tuviéramos que hacer, como lo dictaminan algunas
doctrinas, la Escritura
no gastaría tinta y palabras en todas y cada una de las recomendaciones que nos
pide llevar a cabo a fin de que el nuevo hombre creado según Dios salga a
relucir o se manifieste en forma visible. Hubiese bastado con creer y
arrepentirnos para alcanzar la reconciliación, pero la Escritura nos dice que
además de ello debemos convertirnos a Dios (Hch. 3: 19). Como lo hemos
visto en otras enseñanzas, creer y arrepentirse no significa precisamente
convertirse. El ejemplo de muchísimas personas que pueden creer y hasta llegar
a arrepentirse, no garantiza que se hayan convertido. Hemos de cumplir lo que la Escritura nos define.
En su segunda carta, Pedro nos comparte la maravilla de
esa obra y la parte de nuestro “hacer” para confirmarla en nosotros (2° Pedro 1:
3-9). Los versículos 10 y 11 nos dicen el resultado y promesa que nos da la redención
y transformación en nuestra vida.
Entonces el ser vivificados y renovados por su Espíritu
cuando hemos nacido de nuevo, -acto que se sucede en nuestro interior y que es
lo que nosotros no podíamos hacer-, representa su obra total, completa y
perfecta; pero el dar espacio en nosotros para que se note esa renovación en
forma visible o lo que es lo mismo, el cambio que debe mostrarse en nuestro
exterior, le toca a nuestra voluntad cederla y se desarrolla en proceso. Estos
cambios revelan la realidad de nuestro arrepentimiento y son lo que la Palabra también llama:
obras dignas de arrepentimiento (Hch. 26: 20). Esto significa la conversión.
Aquello que antes no podíamos hacer o lamentablemente lo simulábamos como algo
plástico, ahora nos es posible en y a través de la vida de Cristo. Por eso
debemos permitirle a Él vivir su vida en nosotros trabajando en ceder el
espacio a esa nueva forma de vida que hemos recibido.
Hemos comprendido mal el versículo en cuestión. Ocuparme en mi salvación es el asunto y no de mi salvación. Esa pequeña pero gran diferencia
causa estragos en muchos que pasan su vida intentando hacer algo, cualquier cosa
para añadir a su cuenta personal y obtener “más puntos” ante Dios. Intentar conseguir
más de algo como si se nos hubiese dado por partes.
Más ocuparme en
mi salvación es desarrollarme en algo que ya poseo.
Y…, hay algo más.
Continuará…