sábado, 25 de junio de 2016

Adán y Jesús (11° Parte)



Adán y Jesús  (11° Parte)
Escrito autóctono

…Continuación:

Cuando Dios venía al encuentro del hombre, ya sabía lo que le había ocurrido; pero quiso ver su reacción ante su pecado.

El hombre se presentaba por primera vez ante Dios como raza caída, manchado por el pecado. Al ser cuestionado por Dios, solo atinó a justificarse a sí mismo echando la culpa a su mujer. Quien fuese gallardo, amable, caballeroso, fuerte, erguido; ahora era un cobarde, encorvado de vergüenza, sin ápice de caballerosidad. Este Adán no era más aquel Adán. Si queremos hallar el segundo Adán en la biblia es este. Quien estuvo dispuesto a defenderla con gallardía y dar su vida por ella, ahora ya no le importaba su destino. Ahora ya no estaba dispuesto a tomar y cargar la culpa él solo, afrontando el peso de la consecuencia  de su pecado y procedió cobardemente a achacar a su mujer su fallo. La mujer le siguió en la misma fórmula, también se justificó a sí misma echando la culpa a la serpiente. Se dice con picardía, que la serpiente no tuvo a quién echarle la culpa y por eso le tocó recibir de primera el veredicto.

Así que Dios aplicó la rigurosidad del castigo.

Sí, el hombre murió como se lo había dicho. Fue separado de la Vida. Ya no era compatible con la santidad, el honor, la pureza, la luz. Ahora quedaba bajo el dominio de la oscuridad. Su castigo fue la muestra de un Padre amoroso que permitía que le alcanzara la consecuencia de su proceder pero interesado en no dejarle así pues le continuaba amando profundamente.

Así mismo Dios sentó responsabilidades constituyendo al hombre como cabeza para su mujer y ella se constituiría como su cuerpo. Pero dejemos en claro esto. Hacerle cabeza de su mujer a diferencia de lo que muchos justifican inadecuadamente, no significaba un premio ni reconocimiento para él de parte de Dios, a pesar de que su pecado fue una obra sacrificial de amor que se gestó libre de toda duda. Su sacrificio de amor por ella, ahora se tornaría en uno constante de servicio por cuanto se dio por ella.

Dios determinó que se enseñoreara de ella con el fin de que el hombre respondiera por ella, la cuidara y la amara estando dispuesto a dar inclusive su vida por ella como ya lo había hecho. Eso era el verdadero significado de hacerle cabeza de su mujer.

No es algo que me invento; el cuadro que expresa con más elocuencia esta relación de autoridad, entrega, servicio y amor, es el de Cristo mismo con su iglesia tal como está descrito en Efesios 5: 22 al 29 y del que debemos aprender para rectificar los pésimos roles que hemos aplicado en el matrimonio históricamente.

El hombre debía responder a Dios por los suyos y ser quien guiara a su familia a partir de ahora en su largo camino por la vida, sirviéndole, enseñándole y dándole ejemplo.

Otorgarle esa posición sobre su mujer, lo obligaba a dar cuentas más claras y a tener mayor responsabilidad y cuidado; jamás lo convertía en rey con súbditos o sirvientes sino en quien velara por su mujer y más tarde por sus hijos pues para Dios, la posición no funge como terminarían tergiversándolo los hombres corrompidos por la iniquidad en que el mayor (el más grande) se sirve del menor (Marcos 10: 42 al 45).

Continuará…



domingo, 19 de junio de 2016

Adán y Jesús (10° Parte)



Adán y Jesús  (10° Parte)
Escrito autóctono

…Continuación:

Adán por su parte se encontraba pleno en todas sus facultades tal como Dios lo había creado cuando Eva pecó. Al verla venir, se da cuenta que ha ocurrido algo trágico pues la luz que la vestía le había abandonado. Inmediatamente corre a donde ella comprendiendo que la ha perdido para siempre. Ese es el mayor golpe que recibiría. No se imagina sin Eva. La ama con todas sus fuerzas y alma y no podría vivir sin ella. Dios les había dicho que morirían al desobedecer. No mintió. Eso significaba cortar su relación con la Vida que es Él tal como la muerte física es ser separado de la vida. De esa forma Eva ya no podría volverse a relacionar ni con él ni con el Padre como hasta ahora lo había podido hacer.

El dolor que sentía era tan grande y profundo cual no había sentido nunca; era sencillamente indescriptible. Corría hacia ella como queriendo protegerla, más ya era demasiado tarde. Como todo un caballero y a sabiendas de que sería destruida (separada y desechada de Dios), solo había una cosa por hacer: sacrificarse él mismo por ella. Tomar su pecado y sufrir el castigo junto con ella. No podía salvarla, pero si identificarse con ella definitivamente. Su acto, fue un acto de amor. Su sacrificio, uno por amor. Él no fue engañado para comer del fruto, lo fue Eva (1° Timoteo 2: 14). Eva no necesitó convencerle de nada. Comió pensando en su amor por Eva, no dudando de Dios en ningún momento. Pero su acción no evitaría lo decretado por Dios y también murió como Eva.

Su luz se desvaneció.

Miró su cuerpo y el de su mujer por primera vez expuestos, desnudos a la intemperie y quiso cubrirse con hojas (Génesis 3: 7). Luego oyó la voz de Dios y se escondió pues sintió por primera vez miedo y vergüenza (Génesis 3: 8). Es lo que nos continúa pasando. El pecado además de separarnos de Dios nos deja desnudos ante Él y buscamos cualquier cosa que nos tape o nos oculte de su pureza. El pecador no puede mirar a los ojos de la Pureza y Santidad de Dios pues se siente indigno. 

El enemigo estaba más que complacido por el logro. Había vencido al hombre en su terreno y como tal tomaba posesión de lo que le pertenecía: este mundo. Le arrebataba su señorío, su principado (Lucas 4: 5 y 6). Ahora él dominaba al hombre. Por haber introducido en él su semilla, la simiente del hombre se vería contaminada generando hijos tan potencial y caprichosamente inclinados hacia el mal o hacia el bien. A la raza humana le tocaría experimentar una lucha encarnizada de ambas influencias en sí misma toda su existencia.

El enemigo había logrado convertir al hombre en su esclavo y Dios no podía hacer nada al respecto. De todas formas Dios lo desecharía de su presencia para siempre -pensó- tal como le había ocurrido a él. 

Pero el enemigo ignoraba gran parte de la verdad.


Continuará…


domingo, 12 de junio de 2016

Adán y Jesús (9° Parte)



Adán y Jesús  (9° Parte)
Escrito autóctono                                                                                                    

…Continuación:

Aquella experiencia hermosa enseñó a Adán que el amor deja cicatrices. Tener a quien llamaría Eva, le marcó física y espiritualmente para siempre. La huella de su amor estaba en su costado y también en su corazón.

Todo hablaba de algo que Dios ya había diseñado de la misma forma para su Hijo Cristo. Él debía ser herido en su costado un día en esta dimensión. Y Dios extraería a su compañera, a su amada, a aquella que amó por siempre y por quien se entregó. Se manifestaría por fin en este mundo. Le llamarían iglesia.

Sería de su misma esencia, igual que Él, le complementaría, carne de su carne y hueso de sus huesos (Efesios 5: 30); igual que Eva para Adán (Génesis 2: 23). Genéticamente como Cristo. Con su misma Gloria y resplandor. Este mundo sería testigo de que Cristo partiría físicamente un día, ya no estaría como un ser individual entre nosotros, pero en alguna forma seguiría aquí en espíritu y por medio de su compañera. Ella sería Él.

Mientras tanto ella estaría siendo embellecida en este mundo por un período de tiempo pues la culminación de su unión con Cristo vendría a suceder. Cuando el Padre diera la orden, su Hijo Cristo vendría por ella para celebrar la boda más importante de toda la creación y la eternidad. Finalmente Cristo estaría con el amor de su vida para siempre y le mostraría las cicatrices de su amor.

Con todo lo visto hasta aquí, permítame ahora narrarle la historia de la caída del hombre de una forma que estoy seguro nunca la ha escuchado:

Adán y Eva, amos y señores de esta creación por designio del Padre, son a su vez acechados por el enemigo de Dios quien sufre y cruje los dientes de envidia al ver cómo Dios ama a aquellos seres más que a cualquier otro ser con vida de su creación incluyéndole a él quien fuese una de sus magníficas obras en el pasado.

Quiere destrozar aquella relación y para hacerlo tenía algo a su favor; Dios les había dado a ellos libre decisión de amarle, voluntad propia. Les había dado la capacidad de pecar si así lo decidían. Si lograba ponerlos en su contra, sin duda Dios les desecharía así como lo desechó a él. El escenario no podía estar mejor. El plan era que ellos pusieran en duda la veracidad de Dios y querer ser igual que Él tal como también él intentó serlo una vez.

Se las ideó y en la relación que vigilaba de aquella pareja, vio un punto de vulnerabilidad. Su inocencia. Comenzaría su trabajo con Eva, quien le pareció ser más frágil. Al fin y al cabo Adán tenía trabajo que hacer administrando la creación de Dios.

La historia es más que conocida, se valió de una advertencia que les había dado Dios de no tocar un árbol de entre todos los que había, e indujo a Eva a pecar. De inmediato y sin ella percatarse, la luz gloriosa y pura que le vestía se desvaneció quedando expuesto su cuerpo. Aún en aquel momento de letargo en que no se daba cuenta de lo que le había ocurrido, fue a Adán para darle a comer de aquel delicioso fruto.

Es de destacar que el pecado de Eva gracias al engaño del enemigo no cobra vida al momento de tomar y comer del fruto prohibido, sino desde que duda de las Palabras de Dios. El enemigo logra implantar el gen (la semilla) del pecado en el corazón de Eva produciendo incredulidad antes de que ella siquiera tocara el fruto (Hebreos 3: 12). En otras palabras, al creer como ciertas las palabras de la serpiente, hace a Dios mentiroso.

El mal continuará afectando a la humanidad  a través de toda su historia de la misma forma, haciendo que el hombre ponga en tela de duda la Palabra de Dios. Allí comienza el pecado. Primero en su mente como una idea (concupiscencia), luego en su voluntad cuando cree en ella (da a luz el pecado) y por supuesto en la acción cuando lo consuma llevándolo al hecho (da a luz la muerte) (Santiago 1: 14 y 15).


Continuará…

sábado, 4 de junio de 2016

Adán y Jesús (8° Parte)



Adán y Jesús  (8° Parte)
Escrito autóctono

…Continuación:

Al darle su esencia, Dios hace aquella creación humana compatible con Cristo. Poseía la capacidad de entenderse y relacionarse con Él como ningún otro ser creado ni en el cielo ni en la tierra. Diseñada para hacerse uno con Él. Esa esencia le permite ser resguardada en Cristo y la afinidad entre ambos es una realidad patente y eterna, aunque dicha compañera debe manifestarse en este mundo, ser formada y embellecida aquí, ser preparada y presentada a Cristo como la amada que Él soñó y añoró por siempre.

Para Adán, el momento de conocer a su compañera ya estaba a las puertas.

En el tiempo que Dios había dispuesto, el hombre que disfrutaba de toda la perfección posible se sintió solo. No en soledad pues Dios mismo era su compañero. Su necesidad representaba algo profundo en él, algo que le pudiese complementar, pero para ello se necesitaría otro ser igual que él. Pero ¿cómo sucedería esto si ya Dios había acabado su obra de creación? ¿Acaso pasó por alto un asunto tan elemental para el hombre? No podría tomar de nuevo polvo de la tierra y moldear otra figura humana porque aunque humanas las dos, no se entenderían entre ellas pues serían razas y géneros diferentes de vida sin compatibilidad; estructuralmente similares mas no iguales. Una nueva humanidad no hubiera podido llenar la necesidad de esta humanidad pues no estaría estrechamente relacionada con ella.

Evidentemente Dios sabía lo que le ocurría a Adán, y aunque este no podía comprender qué era, Dios ya le tenía la solución exacta.

Dios sabía que para que ambos seres se entendieran en esencia entre sí, debía duplicarlos a partir de uno. En otras palabras, debían ser dos sin dejar de ser uno. Entonces durmió a Adán, abrió la carne de su costado y extrajo una costilla cerrándola de nuevo. El Gran alfarero, que ya había moldeado el barro, tomaba del mismo vaso y formaba exquisitamente otro tan bello como el primero. Era como él, una ella, de su misma naturaleza, de su mismo género y especie, individual, pero para él.

Cuando Adán despertó, supo que tenía una cicatriz y en seguida miró al ser más hermoso que jamás se habría imaginado ni visto en toda la creación de Dios. Se dio cuenta que Dios la había sacado de él. Otro ser humano tan maravilloso que calzaba con él de manera perfecta y genéticamente compatible. Su hermosura lo extasió. Ella era todo cuanto necesitaba para estar definitivamente completo.

Y Dios miraba maravillado como ambos seres radiantes de luz llamados Adán (Génesis 5: 2) se entendían entre sí. Ambos son sus hijos. Ambos son receptores de su amor. Ellos se aman entre sí y le aman a Él con el mismo amor perfecto de siempre. Pero a la hora de contar con un peso adicional en decisiones importantes y por sobre todo de llevar la responsabilidad adicional, al menos en este punto no estaba todavía definido. Era necesario que algo facilitara esa elección.


Continuará…