Adán y Jesús (9° Parte)
Escrito autóctono
…Continuación:
Aquella experiencia hermosa enseñó a Adán que el amor
deja cicatrices. Tener a quien llamaría Eva, le marcó física y espiritualmente
para siempre. La huella de su amor estaba en su costado y también en su
corazón.
Todo hablaba de algo que Dios ya había diseñado de la
misma forma para su Hijo Cristo. Él debía ser herido en su costado un día en
esta dimensión. Y Dios extraería a su compañera, a su amada, a aquella que amó
por siempre y por quien se entregó. Se manifestaría por fin en este mundo. Le
llamarían iglesia.
Sería de su misma esencia, igual que Él, le
complementaría, carne de su carne y hueso de sus huesos (Efesios 5: 30); igual que Eva para Adán (Génesis 2: 23). Genéticamente como Cristo. Con su misma Gloria y
resplandor. Este mundo sería testigo de que Cristo partiría físicamente un día,
ya no estaría como un ser individual entre nosotros, pero en alguna forma
seguiría aquí en espíritu y por medio de su compañera. Ella sería Él.
Mientras tanto ella estaría siendo embellecida en este
mundo por un período de tiempo pues la culminación de su unión con Cristo vendría
a suceder. Cuando el Padre diera la orden, su Hijo Cristo vendría por ella para
celebrar la boda más importante de toda la creación y la eternidad. Finalmente
Cristo estaría con el amor de su vida para siempre y le mostraría las cicatrices
de su amor.
Con todo lo visto hasta aquí, permítame ahora narrarle
la historia de la caída del hombre de una forma que estoy seguro nunca la ha
escuchado:
Adán y Eva, amos y señores de esta creación por
designio del Padre, son a su vez acechados por el enemigo de Dios quien sufre y
cruje los dientes de envidia al ver cómo Dios ama a aquellos seres más que a
cualquier otro ser con vida de su creación incluyéndole a él quien fuese una de
sus magníficas obras en el pasado.
Quiere destrozar aquella relación y para hacerlo tenía
algo a su favor; Dios les había dado a ellos libre decisión de amarle, voluntad
propia. Les había dado la capacidad de pecar si así lo decidían. Si lograba
ponerlos en su contra, sin duda Dios les desecharía así como lo desechó a él.
El escenario no podía estar mejor. El plan era que ellos pusieran en duda la
veracidad de Dios y querer ser igual que Él tal como también él intentó serlo
una vez.
Se las ideó y en la relación que vigilaba de aquella
pareja, vio un punto de vulnerabilidad. Su inocencia. Comenzaría su trabajo con
Eva, quien le pareció ser más frágil. Al fin y al cabo Adán tenía trabajo que
hacer administrando la creación de Dios.
La historia es más que conocida, se valió de una
advertencia que les había dado Dios de no tocar un árbol de entre todos los que
había, e indujo a Eva a pecar. De inmediato y sin ella percatarse, la luz
gloriosa y pura que le vestía se desvaneció quedando expuesto su cuerpo. Aún en
aquel momento de letargo en que no se daba cuenta de lo que le había ocurrido, fue
a Adán para darle a comer de aquel delicioso fruto.
Es de destacar que el pecado de Eva gracias al engaño
del enemigo no cobra vida al momento de tomar y comer del fruto prohibido, sino
desde que duda de las Palabras de Dios. El enemigo logra implantar el gen (la
semilla) del pecado en el corazón de Eva produciendo incredulidad antes de que
ella siquiera tocara el fruto (Hebreos 3:
12). En otras palabras, al creer como ciertas las palabras de la serpiente,
hace a Dios mentiroso.
El mal continuará afectando a la humanidad a través de toda su historia de la misma
forma, haciendo que el hombre ponga en tela de duda la Palabra de Dios. Allí comienza
el pecado. Primero en su mente como una idea (concupiscencia), luego en su voluntad
cuando cree en ella (da a luz el pecado) y por supuesto en la acción cuando lo consuma
llevándolo al hecho (da a luz la muerte) (Santiago
1: 14 y 15).
Continuará…