domingo, 12 de junio de 2016

Adán y Jesús (9° Parte)



Adán y Jesús  (9° Parte)
Escrito autóctono                                                                                                    

…Continuación:

Aquella experiencia hermosa enseñó a Adán que el amor deja cicatrices. Tener a quien llamaría Eva, le marcó física y espiritualmente para siempre. La huella de su amor estaba en su costado y también en su corazón.

Todo hablaba de algo que Dios ya había diseñado de la misma forma para su Hijo Cristo. Él debía ser herido en su costado un día en esta dimensión. Y Dios extraería a su compañera, a su amada, a aquella que amó por siempre y por quien se entregó. Se manifestaría por fin en este mundo. Le llamarían iglesia.

Sería de su misma esencia, igual que Él, le complementaría, carne de su carne y hueso de sus huesos (Efesios 5: 30); igual que Eva para Adán (Génesis 2: 23). Genéticamente como Cristo. Con su misma Gloria y resplandor. Este mundo sería testigo de que Cristo partiría físicamente un día, ya no estaría como un ser individual entre nosotros, pero en alguna forma seguiría aquí en espíritu y por medio de su compañera. Ella sería Él.

Mientras tanto ella estaría siendo embellecida en este mundo por un período de tiempo pues la culminación de su unión con Cristo vendría a suceder. Cuando el Padre diera la orden, su Hijo Cristo vendría por ella para celebrar la boda más importante de toda la creación y la eternidad. Finalmente Cristo estaría con el amor de su vida para siempre y le mostraría las cicatrices de su amor.

Con todo lo visto hasta aquí, permítame ahora narrarle la historia de la caída del hombre de una forma que estoy seguro nunca la ha escuchado:

Adán y Eva, amos y señores de esta creación por designio del Padre, son a su vez acechados por el enemigo de Dios quien sufre y cruje los dientes de envidia al ver cómo Dios ama a aquellos seres más que a cualquier otro ser con vida de su creación incluyéndole a él quien fuese una de sus magníficas obras en el pasado.

Quiere destrozar aquella relación y para hacerlo tenía algo a su favor; Dios les había dado a ellos libre decisión de amarle, voluntad propia. Les había dado la capacidad de pecar si así lo decidían. Si lograba ponerlos en su contra, sin duda Dios les desecharía así como lo desechó a él. El escenario no podía estar mejor. El plan era que ellos pusieran en duda la veracidad de Dios y querer ser igual que Él tal como también él intentó serlo una vez.

Se las ideó y en la relación que vigilaba de aquella pareja, vio un punto de vulnerabilidad. Su inocencia. Comenzaría su trabajo con Eva, quien le pareció ser más frágil. Al fin y al cabo Adán tenía trabajo que hacer administrando la creación de Dios.

La historia es más que conocida, se valió de una advertencia que les había dado Dios de no tocar un árbol de entre todos los que había, e indujo a Eva a pecar. De inmediato y sin ella percatarse, la luz gloriosa y pura que le vestía se desvaneció quedando expuesto su cuerpo. Aún en aquel momento de letargo en que no se daba cuenta de lo que le había ocurrido, fue a Adán para darle a comer de aquel delicioso fruto.

Es de destacar que el pecado de Eva gracias al engaño del enemigo no cobra vida al momento de tomar y comer del fruto prohibido, sino desde que duda de las Palabras de Dios. El enemigo logra implantar el gen (la semilla) del pecado en el corazón de Eva produciendo incredulidad antes de que ella siquiera tocara el fruto (Hebreos 3: 12). En otras palabras, al creer como ciertas las palabras de la serpiente, hace a Dios mentiroso.

El mal continuará afectando a la humanidad  a través de toda su historia de la misma forma, haciendo que el hombre ponga en tela de duda la Palabra de Dios. Allí comienza el pecado. Primero en su mente como una idea (concupiscencia), luego en su voluntad cuando cree en ella (da a luz el pecado) y por supuesto en la acción cuando lo consuma llevándolo al hecho (da a luz la muerte) (Santiago 1: 14 y 15).


Continuará…