Adán y Jesús (8° Parte)
Escrito autóctono
…Continuación:
Al darle su esencia, Dios hace aquella creación humana
compatible con Cristo. Poseía la capacidad de entenderse y relacionarse con Él
como ningún otro ser creado ni en el cielo ni en la tierra. Diseñada para
hacerse uno con Él. Esa esencia le permite ser resguardada en Cristo y la afinidad
entre ambos es una realidad patente y eterna, aunque dicha compañera debe
manifestarse en este mundo, ser formada y embellecida aquí, ser preparada y presentada
a Cristo como la amada que Él soñó y añoró por siempre.
Para Adán, el momento de conocer a su compañera ya
estaba a las puertas.
En el tiempo que Dios había dispuesto, el hombre que
disfrutaba de toda la perfección posible se sintió solo. No en soledad pues
Dios mismo era su compañero. Su necesidad representaba algo profundo en él,
algo que le pudiese complementar, pero para ello se necesitaría otro ser igual
que él. Pero ¿cómo sucedería esto si ya Dios había acabado su obra de creación?
¿Acaso pasó por alto un asunto tan elemental para el hombre? No podría tomar de
nuevo polvo de la tierra y moldear otra figura humana porque aunque humanas las
dos, no se entenderían entre ellas pues serían razas y géneros diferentes de
vida sin compatibilidad; estructuralmente similares mas no iguales. Una nueva
humanidad no hubiera podido llenar la necesidad de esta humanidad pues no estaría
estrechamente relacionada con ella.
Evidentemente Dios sabía lo que le ocurría a Adán, y
aunque este no podía comprender qué era, Dios ya le tenía la solución exacta.
Dios sabía que para que ambos seres se entendieran en
esencia entre sí, debía duplicarlos a partir de uno. En otras palabras, debían
ser dos sin dejar de ser uno. Entonces durmió a Adán, abrió la carne de su
costado y extrajo una costilla cerrándola de nuevo. El Gran alfarero, que ya
había moldeado el barro, tomaba del mismo vaso y formaba exquisitamente otro
tan bello como el primero. Era como él, una ella, de su misma naturaleza, de su
mismo género y especie, individual, pero para él.
Cuando Adán despertó, supo que tenía una cicatriz y en
seguida miró al ser más hermoso que jamás se habría imaginado ni visto en toda
la creación de Dios. Se dio cuenta que Dios la había sacado de él. Otro ser
humano tan maravilloso que calzaba con él de manera perfecta y genéticamente compatible.
Su hermosura lo extasió. Ella era todo cuanto necesitaba para estar definitivamente
completo.
Y Dios miraba maravillado como ambos seres radiantes
de luz llamados Adán (Génesis 5: 2) se
entendían entre sí. Ambos son sus hijos. Ambos son receptores de su amor. Ellos
se aman entre sí y le aman a Él con el mismo amor perfecto de siempre. Pero a
la hora de contar con un peso adicional en decisiones importantes y por sobre
todo de llevar la responsabilidad adicional, al menos en este punto no estaba
todavía definido. Era necesario que algo facilitara esa elección.
Continuará…