domingo, 19 de junio de 2016

Adán y Jesús (10° Parte)



Adán y Jesús  (10° Parte)
Escrito autóctono

…Continuación:

Adán por su parte se encontraba pleno en todas sus facultades tal como Dios lo había creado cuando Eva pecó. Al verla venir, se da cuenta que ha ocurrido algo trágico pues la luz que la vestía le había abandonado. Inmediatamente corre a donde ella comprendiendo que la ha perdido para siempre. Ese es el mayor golpe que recibiría. No se imagina sin Eva. La ama con todas sus fuerzas y alma y no podría vivir sin ella. Dios les había dicho que morirían al desobedecer. No mintió. Eso significaba cortar su relación con la Vida que es Él tal como la muerte física es ser separado de la vida. De esa forma Eva ya no podría volverse a relacionar ni con él ni con el Padre como hasta ahora lo había podido hacer.

El dolor que sentía era tan grande y profundo cual no había sentido nunca; era sencillamente indescriptible. Corría hacia ella como queriendo protegerla, más ya era demasiado tarde. Como todo un caballero y a sabiendas de que sería destruida (separada y desechada de Dios), solo había una cosa por hacer: sacrificarse él mismo por ella. Tomar su pecado y sufrir el castigo junto con ella. No podía salvarla, pero si identificarse con ella definitivamente. Su acto, fue un acto de amor. Su sacrificio, uno por amor. Él no fue engañado para comer del fruto, lo fue Eva (1° Timoteo 2: 14). Eva no necesitó convencerle de nada. Comió pensando en su amor por Eva, no dudando de Dios en ningún momento. Pero su acción no evitaría lo decretado por Dios y también murió como Eva.

Su luz se desvaneció.

Miró su cuerpo y el de su mujer por primera vez expuestos, desnudos a la intemperie y quiso cubrirse con hojas (Génesis 3: 7). Luego oyó la voz de Dios y se escondió pues sintió por primera vez miedo y vergüenza (Génesis 3: 8). Es lo que nos continúa pasando. El pecado además de separarnos de Dios nos deja desnudos ante Él y buscamos cualquier cosa que nos tape o nos oculte de su pureza. El pecador no puede mirar a los ojos de la Pureza y Santidad de Dios pues se siente indigno. 

El enemigo estaba más que complacido por el logro. Había vencido al hombre en su terreno y como tal tomaba posesión de lo que le pertenecía: este mundo. Le arrebataba su señorío, su principado (Lucas 4: 5 y 6). Ahora él dominaba al hombre. Por haber introducido en él su semilla, la simiente del hombre se vería contaminada generando hijos tan potencial y caprichosamente inclinados hacia el mal o hacia el bien. A la raza humana le tocaría experimentar una lucha encarnizada de ambas influencias en sí misma toda su existencia.

El enemigo había logrado convertir al hombre en su esclavo y Dios no podía hacer nada al respecto. De todas formas Dios lo desecharía de su presencia para siempre -pensó- tal como le había ocurrido a él. 

Pero el enemigo ignoraba gran parte de la verdad.


Continuará…