sábado, 26 de diciembre de 2015

Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (2º parte)



Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (2º parte)
Escrito autóctono

Continuación…

Para tener una visión más amplia de la bendición de Dios, debemos mirar al principio mismo en que Él puso al hombre en el huerto del Edén pleno de todo bien, es decir saturado de bendición en todas las formas posibles. Le hizo santo, puro, inteligente, sano, amable, fuerte, totalmente relacionado con Él y poseedor de toda la creación de Dios.

Para el hombre moderno la bendición significa tener todo cuanto quiere; dinero, libertad, poder, felicidad a costa de lo que sea o quien sea. Por eso lo que los hombres llamamos bendición es muy diferente a lo que Dios nos muestra como bendición.
    
Para Dios, la bendición se identifica más en su misma esencia de dador y de  entregarse. Es como deberíamos de asimilarla y practicarla. Dios nos bendice para que nosotros bendigamos a los demás. La palabra dice “mejor cosa es dar que recibir”.

Ahora bien, si la bendición tiene que ver con palabras y bondades de Dios para con nosotros y aún de nosotros hacia los demás, es porque la bendición transmite siempre o da algo. Debemos entender cómo opera si la emite Dios y cómo si la emitimos nosotros. Algo nos debe quedar claro, es similar pero no igual.

Si revisamos la Palabra de Dios, nos damos cuenta cuánta diferencia hay de cuando Dios bendijo algo o a alguien y lo que ocurre cuando lo hacemos nosotros. Existe una diferencia bien marcada en la práctica de bendecir en el antiguo pacto respecto al nuevo. Las cosas cambiaron ciertamente.

Por ejemplo en los tiempos antiguos la bendición paterna era de tan grande importancia, que solo se tenía una y estaba reservada para el hijo primogénito varón. No existía ningún misticismo en el asunto, era totalmente real. La magnitud de su importancia afectaba positivamente no solo la persona sino a su entorno y hasta a su descendencia. Los profetas por su parte tenían en sus labios un poder especial al declarar una bendición sobre un pueblo o una persona así como cuando declaraban una maldición. No bendecían o maldecían adrede, se tenía como algo de cuidado y para un momento muy particular; sobre todo bajo la dirección de Dios.

Para nosotros cambió el panorama, Dios nos ordena en su Palabra que bendigamos siempre, nunca que maldigamos (Romanos 12: 14; Santiago 3: 10). Recordemos que hay un proceso espiritual en progreso cada vez que se bendice o maldice verbalmente por lo que la Palabra nos alerta a tener cuidado y mantener siempre en nuestros labios bendición y no maldición.  En Cristo la bendición directa e ilimitada de Dios nos alcanzó a todos los que por el Señor fuimos llamados a ser parte de su Pueblo. ¡Gloria a Dios! Y esa bendición de Dios nos capacita para que bendigamos a otros. Ya no existe condenación alguna ni maldición que nos afecte a partir de que Cristo nos lava con su preciosa sangre (Romanos 8: 1). Si alguien maldice a quien es bendito por Dios, la maldición se torna en bendición pero puede volvérsele en maldición sobre aquel que la profirió. Si alguien le bendice, se volverá la bendición sobre aquel que bendijo.


Continuará…


sábado, 19 de diciembre de 2015

Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (1º parte)



Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (1º parte)
Escrito autóctono

Bendición; palabra muy usada por muchos pero a ciencia cierta gran cantidad no comprende su significado.

La bendición de manera simple, es todo cuanto nos produzca sentimientos de satisfacción y estado de bienestar en el marco de la pureza. Podríamos decir que se refiere a todo lo bueno que recibimos o que nos pasa. Resalto la pureza, porque hay cosas que brindan bienestar y deleite que no son necesariamente bendición y obedecen a apetitos de la carne más que otra cosa. 

Por ejemplo llamamos bendición a la salud, al alimento que Dios pone en nuestras mesas, a la inteligencia que Dios nos da. Llamamos bendición a un nuevo día que se nos permite vivir, a la vida misma, al aire que respiramos; llamamos bendición a tener buenos hijos, a ser amados, a compartir con personas que nos aprecian, a tener buena relación con nuestros semejantes, a lograr un sueño por el que luchamos, a dormir bien, a salir y regresar con bien. Llamamos bendición a tener económicamente lo necesario cuando se necesita, al techo que nos cobija, a la mano que se extiende a ayudarnos.

Pero hay cosas que parecen no ser buenas que se tornaron en bendición para alguien como por ejemplo no lograr tomar el autobús a tiempo y enterarse después que tuvo un accidente serio donde se produjeron heridos.
 
Dice la Palabra de Dios que: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre...”  (Santiago 1: 17) y que Dios tiene pensamientos de paz y no de mal para nosotros (Jeremías 20: 11).

Conociendo a Dios comprendemos que Él hizo todas las cosas pensando en que pudiésemos estar bien, que fuésemos plenos y tuviésemos felicidad. Mirándonos en nuestra condición pecaminosa, hizo todo cuanto estuvo en sus manos para no dejarnos así ni que nos perdiéramos, entregó hasta su posesión más preciada por nosotros, a su hijo.

Así que la fuente de toda bendición es Él. Al amarnos decidió darnos todas sus bendiciones y son las que disfrutamos día a día por medio de Cristo.

Continuará…

domingo, 13 de diciembre de 2015

Conversaciones de iglesia (14º Parte) Final.



Conversaciones de iglesia (14º Parte) Final.
Escrito autóctono

Continuación…

Comprendamos que a todo lo de Dios, nosotros los seres humanos estamos nulos si Él no se nos revela. No podemos andar por allí alardeando de que nosotros sí entendemos o podemos hacer las cosas. “Separados de Él nada podemos hacer” dijo el Señor mismo (Juan: 15: 5b); si Él no nos liberta, no podemos ser libres, porque su libertad no es de este mundo ni funciona como la de aquí, es celestial. No podemos entenderla ni manipularla porque no es nuestra.  ¿Por qué no terminamos de comprender eso?

Entonces captamos, no en nuestro intelecto, no sabría explicarlo, pero de alguna forma el misterio de Dios se hace de la nada en nosotros -así como lo comenté antes-, como un día Él dijo “sea la luz” y la luz fue. Es igual. Y note que hubo luz antes de haber sol. Esa luz no era de este mundo ni de esta dimensión.

La luz que iluminó aquella desordenada, vacía y tenebrosa creación al principio, era la luz de su Gloria, visible solo y hasta ese momento en el ámbito o dimensión celestial pero no en este. Se ha preguntado ¿cómo Dios siendo luz no iluminó Él mismo aquellas tinieblas? Porque su luz no se había revelado a esta dimensión. A la voz de su Palabra, su luz gloriosa se manifestó aquí en nuestra dimensión.  Es la misma luz que ilumina nuestra razón cuando Él se revela y da la orden. Es la gloriosa luz con que vieron resplandecer a Cristo, Moisés y Elías en el monte de la transfiguración aquellos discípulos.  La luz que cegó a Saulo camino a Damasco. No es la luz de nuestro sol. Es más poderosa que la más poderosa luz que exista en nuestra dimensión.

Pero se hace visible hasta que Dios lo ordena. Nosotros no podemos ni sabemos cómo hacerla visible.

La Palabra dice que Cristo mismo es esa luz gloriosa (Juan 1: 9; Heb. 1: 3). Pero nadie le conocerá realmente si Él no se le revela.

Escuche esta gran verdad: Muchos piensan que ver la iglesia es ir a un sitio. O como millones que creen que la iglesia es el local a donde asisten. ¡Qué pobre percepción de ella!. Otros quizá creen estarla viendo cuando están en un culto congregados. Pero igualmente no deja de ser apenas una ilusión. Ni siquiera la verías conociendo un grupo de creyentes genuinos. Ellos son tan solo una micro parte. Aún ni juntando a todos los creyentes de tu época tienes a la iglesia. Faltan todos cuantos la han conformado. Pero ni aún así estaría completa. Faltan todos los que serán unidos a ella en esta dimensión pero que ya la conforman en la eternidad.  Por eso no es tan simple como creemos que es. Y como tampoco podemos verla, no podemos asirla, ni mucho menos manipularla. Es del Señor.

Y tal como le sucedió al mismo Señor; que aunque muchos le vieron físicamente hace 2000 años, Cristo no les fue revelado a su corazón y no le conocieron. 

Los conceptos, las formas, las figuras, los estilos y todo lo que sabemos de la iglesia hoy día son de fuentes humanas intentando interpretar las Escrituras y aplicando lo que creen es de iluminación divina. Eso las convierte en patrañas. Pero ¡¿qué, en la realidad eterna de la iglesia que es su verdadera realidad?! Allí no sabemos ni podemos pretender saberlo. Pero la religión funciona copiando vez tras vez, siglo a siglo la misma figura que se continúa heredando de los hombres y lo defienden a muerte como de la Palabra. ¡Qué fiasco!

Hay solo una forma de iglesia, la de Dios, tal como la diseñó y funcionó durante los tres primeros siglos de nuestra era. Si tuviésemos que ser, deberíamos ser esa. Es más, deberíamos continuar siendo esa sin cambio alguno. Lo que vemos hoy no es ni su sombra. Dios decidió ocultarla a los hombres.

De hecho me hace pensar que fue más bien su plan el que todo se convirtiera en lo que es hoy para que los suyos sí experimentaran la iglesia genuina, esa que continúa y se mantiene invisible a los ojos de los hombres.

Porque su iglesia sigue existiendo y surge en cualquier lugar como Él lo quiere y sin que intervengan los hombres para ser quien ella es desde la eternidad, etérea ante nuestros ojos. Dios continúa definiendo los corazones que la conforman, (gente que le escucha y obedece a su mandato). Precioso pueblo que la constituye en su esencia; santo, apartado del mundo, glorioso, que muestra y huele a Cristo. Sin duda muchos que inclusive están dentro de la iglesia tradicional pero también muchos que no participan de dicha iglesia; -sistema creado y manejado por los hombres que grita y dice “aquí estamos”, haciendo lo que sea para hacerse sentir y ser reconocidos con el único fin de captar más adeptos para sí que, ignorando la Palabra, son envueltos en su forma-.

¡Que el Señor nos tenga por dignos no solo de ser parte de su casa genuina (la iglesia real) sino también de mirar su gloria y belleza!

…“¡Oh tú, iglesia preciosa, doquiera estés y continúes surgiendo por el designio bendito del Señor, eres el anhelo de nuestra alma, nuestra vida y pasión!”

Fin.


Próxima serie: Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos


domingo, 6 de diciembre de 2015

Conversaciones de iglesia (13º Parte)



Conversaciones de iglesia (13º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…

¿Por qué digo esto con tanta convicción? Porque no es lo que vemos con la vista lo que tiene importancia y eso lo respalda la Palabra. Va más allá. La realidad es que Dios nos hizo parte de algo más maravilloso, grande y hasta inexplicable, más allá de lo que pensamos.

La iglesia; el reino; el mensaje; todo; perteneciente a otra dimensión.
¿Por qué es importante que comprendamos que la iglesia, el reino que anunciamos, el mensaje que proclamamos, todo; no es de este mundo ni tiene nada que ver con él? Porque  ni siquiera es de fuera de este mundo como si lo pudiésemos ubicar en algún sitio del extenso universo.

Es de otra dimensión. Pertenece a la eternidad. Es celestial; del Padre.

Y por ser así, no está para entenderse con la mente o el intelecto, es espiritual y revelado solo y únicamente por el Padre. Nos guste o no, no podemos acceder a ellos por nuestro propios medios ni conocimientos, ni siquiera por nuestra voluntad. Nada absolutamente nos permite verlos. Dios es quien los muestra y los abre para nosotros. De hecho es Él quien nos traslada a ellos, porque ni siquiera sabemos cómo encontrarlos.  Increíble e inexplicablemente -insisto-, Él nos hace parte de una dimensión más (la de Él) además de aquella a la que ya pertenecemos (la material), sin que sepamos cómo es posible o cómo lo hace. No sucede porque lo decidimos o cuando lo queremos, pasa cuando Él lo quiere. Por eso es que si Él abre nadie puede cerrar y si Él cierra, nadie puede abrir (Apoc. 3: 7). No tenemos nosotros el control sobre ello, es solo injerencia del Señor y nada más. Así como no podemos capturar la vida, así tampoco podemos asir lo eterno y manipularlo a nuestro antojo.

Por eso vale preguntarnos,

¿Cómo pretendemos nosotros los hombres entender la iglesia si lo único que conocemos y fue puesto en nuestras manos es lo que forma parte de esta dimensión material en la que nos encontramos?; ¿Cómo pretendemos acceder a su Palabra por medios propios si no es de nuestra dimensión?; ¿Cómo pretendemos entender la iglesia, el reino, su vida, su luz, su amor o su paz de la cual se nos dice que sobrepasa todo entendimiento? Filip. 4: 7. Porque si nos habló las cosas de este mundo y nos cuesta tanto que lo creamos… ¿Cómo y dónde habríamos quedado si nos hubiese hablado las celestiales? (Juan 3: 12)

Pablo mismo mencionó que en el tercer cielo y el paraíso “oyó cosas inefables que no le es dado al hombre expresar (2º Cor. 12: 4). En otras palabras no existe el léxico en ningún idioma que pueda describirlas; y… “cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido a corazón de hombre son las que Dios tiene preparadas para los que le aman” 1º Cor. 2: 9. ¿A dónde piensa usted que Dios quiere mostrarnos cosas grandes y ocultas que no conocemos? Jer. 33: 3 ¿Acaso no es en esta vida? ¿Qué clase de Dios creemos que tenemos? Uno que puede conmover al universo hasta sus mismos confines y a la eternidad misma pero que ¿no puede sorprendernos de manera profunda hasta el éxtasis de dejarnos sin habla para describir lo que es, hace, dice o ha planeado para nosotros?

¡Qué profundidad y qué maravilla la de nuestro Dios que nos deja perplejos y sin habla!, es que todavía no existen las palabras para poder expresarlo. ¡Ése es nuestro indescriptible Dios!

Todas sus cosas son de otra dimensión, diferente y mayor que la nuestra. Sus pensamientos trascienden eternamente a los nuestros, sus propósitos, no los podemos encerrar. Isaías 55: 9

La Escritura recalca que es su Espíritu el único que puede abrirnos lo profundo de Dios. 1º Cor. 2: 10. Nosotros no podemos darnos por entendidos así como así. ¡Qué soberbios somos!

Acá es donde comprendo ahora la expresión del Salmo 42: 7 “…Un abismo llama a otro…”. Se refiere a una comunicación entre profundidades; es decir la profundidad de Dios y la del hombre. Por tanto no es algo somero. Es espiritual, íntimo y profundo.

Nadie conoce al Hijo, nadie, solo el Padre; así mismo nadie conoce al Padre, nadie, solo el Hijo y aquellos a los que el Hijo se los quiera revelar (Mateo 11: 27). Eso no ha dejado de ser. Es un principio eterno. Así que nadie puede producirle hijos a Dios por mucho que se esmere y predique; ni hacer que Dios tenga hijos por mucho que se lo pida, porque no son engendrados por voluntad de carne ni de varón sino por voluntad de Dios (Juan 1: 12 y 13) (otro principio eterno).  Nada podemos ni sabemos hacer nosotros al respecto.

Si el Señor no edifica la casa”… (Salmo 127: 1), ¿qué hacemos nosotros perdiendo el tiempo tratando de edificar una? De nuevo, su casa es suya, Él la edifica como Él sabe y quiere, y de hecho lo está asiendo en este mismo instante sin requerir intervención humana. Nada podemos hacer nosotros respecto a su casa. ¡Qué bendición y qué bueno que eso es así! Porque su casa no es de este mundo, es de otra dimensión.

Continuará…

sábado, 28 de noviembre de 2015

Conversaciones de iglesia (12º Parte)



Conversaciones de iglesia (12º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


¿Por qué, NO? Porque la verdad, conviene que las cosas permanezcan como están y dejar que el Espíritu de Dios liberte a los que Él quiera, para los propósitos que Él quiera.

¿Qué quiere decir esto?

Cualquiera puede leer razones y terminar convenciéndose, pero salirse de donde está por el solo hecho de haber adquirido información, no hace nada en él, de hecho puede más bien perjudicarlo.

Tampoco deberíamos nosotros andar sacando a nadie de su forma de entender tradicionalmente la iglesia, porque es hacerle un daño y eso es pecado ante el Señor. Es como sacar a un pez del agua y dejarle a la intemperie ahogándose; porque aunque respira oxígeno, su cuerpo biológicamente no está adaptado para respirarlo fuera del agua. El único que puede y sabe brindarle “el oxígeno” que necesita para sobrevivir fuera de “su agua” es Dios, pues Él le puede trasladar a otro ambiente sin que peligre.

Nuestra labor ha de mostrar el camino como lo define la Palabra para bien de aquellos a los que el Señor llame fuera. Insisto, esto es algo dirigido a los que el Señor llame o esté llamando fuera.

Sacar a alguien de la iglesia tradicional cristiana por voluntad humana convenciéndole con argumentos fuertes, es crear zombis, aunque dichos argumentos sean válidos. La Vida y Verdad de Dios en alguien es un asunto del Padre, del Hijo y del Espíritu, donde nosotros no tenemos injerencia alguna aunque hayamos recibido revelación por su gracia y misericordia. La revelación de la Vida de Dios es personal e intransferible. No se puede implantar en nadie por medios humanos. Aunque lo intentemos de cualquier manera, el Espíritu de Vida que tiene la revelación de Dios no se puede manipular ni reproducir en ninguna persona. Simplemente no podemos, así como no nos es posible resucitar un muerto.

La reacción lógica de quien no comprende o que solo ha recibido información, es juzgar. Juzgar a quienes le enseñaron toda su vida y juzgar a los que le enseñan ahora. Es algo que no podemos evitar. Por eso la Palabra nos llama a ser tolerantes y aún a perdonar. Esto porque lo que tenemos por su gracia, no nace de nosotros, sino que somos llevados misericordiosamente por el Espíritu de Dios a esta su revelación. Tan solo sentimos en algún momento que algo no compaginaba con lo que vivíamos cristianamente hablando y pedimos a Dios su ayuda y Él que es tan compasivo acudió.     

Se ha preguntado, ¿dónde iría la gente si les sacamos de sus sistemas sin que hayan tenido revelación de parte de Dios? Es más peligroso eso que el que permanezcan allí.

Sinceramente y aunque manipulado, el sistema les ofrece alguna oportunidad de conocer del Señor y como sea, los niños, los jóvenes y las familias en general es lo único que tienen, lo que es mejor que nada.

No estoy desmeritando lo que el entender la iglesia tradicionalmente de esa forma ha sido por siglos por el simple hecho de hacerlo, o como alguien malagradecido que no valore los años en que fue parte de ese medio, porque sin lugar a dudas, las experiencias vividas allí durante mucho de mi vida, fueron muy enriquecedoras en conocimiento y relación con hermanos que todavía hoy están vigentes. Si existen cosas valorables que inclusive marcaron mi vida de manera positiva fueron esas.  

He mencionado en otras ocasiones que no hay pecado en congregarse en una iglesia tradicional cristiana. (Cualquier hermano de una de esas iglesias que lea esto pensará que  ¡qué gran atrevimiento el mío de decir tal cosa!, porque desde su perspectiva en su vivir de iglesia más bien es al revés). Perdóneme el hermano, pero no comprenderá mis palabras estando dentro.

Para hermanos y amigos de la iglesia tradicional que me conocen y saben en lo que estoy, ver mi vida les ha convencido a no juzgarme comprendiendo que Dios no se encasilla para hacer las cosas de manera tal o cual. Saben que estoy bien y también ellos a su vez se sienten bien como están. No lo pongo en duda, sinceramente. Conozco hermanos muy comprometidos, genuinos en Dios, que están y son parte de la iglesia tradicional. El sistema no ha logrado dañar su relación con Dios pues Él les ha guardado. Tenemos comunión porque a la verdad somos de los mismos, es decir pertenecemos al cuerpo de Cristo y el mismo Espíritu que les trata a ellos es el mismo que me trata a mí. La misma sangre nos limpió y el mismo Señor nos sostiene y vendrá por nosotros.

He entendido que Dios tiene un pueblo único y trata con su pueblo donde quiera esté. Dentro o fuera del sistema que los hombres empoderaron llamándolo “iglesia”. Por lo tanto su interés no es el sistema en sí, eso es humano y carnal y Él no tiene relación con eso, pero sí tiene total relación con quienes son suyos.

Continuará…