domingo, 6 de diciembre de 2015

Conversaciones de iglesia (13º Parte)



Conversaciones de iglesia (13º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…

¿Por qué digo esto con tanta convicción? Porque no es lo que vemos con la vista lo que tiene importancia y eso lo respalda la Palabra. Va más allá. La realidad es que Dios nos hizo parte de algo más maravilloso, grande y hasta inexplicable, más allá de lo que pensamos.

La iglesia; el reino; el mensaje; todo; perteneciente a otra dimensión.
¿Por qué es importante que comprendamos que la iglesia, el reino que anunciamos, el mensaje que proclamamos, todo; no es de este mundo ni tiene nada que ver con él? Porque  ni siquiera es de fuera de este mundo como si lo pudiésemos ubicar en algún sitio del extenso universo.

Es de otra dimensión. Pertenece a la eternidad. Es celestial; del Padre.

Y por ser así, no está para entenderse con la mente o el intelecto, es espiritual y revelado solo y únicamente por el Padre. Nos guste o no, no podemos acceder a ellos por nuestro propios medios ni conocimientos, ni siquiera por nuestra voluntad. Nada absolutamente nos permite verlos. Dios es quien los muestra y los abre para nosotros. De hecho es Él quien nos traslada a ellos, porque ni siquiera sabemos cómo encontrarlos.  Increíble e inexplicablemente -insisto-, Él nos hace parte de una dimensión más (la de Él) además de aquella a la que ya pertenecemos (la material), sin que sepamos cómo es posible o cómo lo hace. No sucede porque lo decidimos o cuando lo queremos, pasa cuando Él lo quiere. Por eso es que si Él abre nadie puede cerrar y si Él cierra, nadie puede abrir (Apoc. 3: 7). No tenemos nosotros el control sobre ello, es solo injerencia del Señor y nada más. Así como no podemos capturar la vida, así tampoco podemos asir lo eterno y manipularlo a nuestro antojo.

Por eso vale preguntarnos,

¿Cómo pretendemos nosotros los hombres entender la iglesia si lo único que conocemos y fue puesto en nuestras manos es lo que forma parte de esta dimensión material en la que nos encontramos?; ¿Cómo pretendemos acceder a su Palabra por medios propios si no es de nuestra dimensión?; ¿Cómo pretendemos entender la iglesia, el reino, su vida, su luz, su amor o su paz de la cual se nos dice que sobrepasa todo entendimiento? Filip. 4: 7. Porque si nos habló las cosas de este mundo y nos cuesta tanto que lo creamos… ¿Cómo y dónde habríamos quedado si nos hubiese hablado las celestiales? (Juan 3: 12)

Pablo mismo mencionó que en el tercer cielo y el paraíso “oyó cosas inefables que no le es dado al hombre expresar (2º Cor. 12: 4). En otras palabras no existe el léxico en ningún idioma que pueda describirlas; y… “cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido a corazón de hombre son las que Dios tiene preparadas para los que le aman” 1º Cor. 2: 9. ¿A dónde piensa usted que Dios quiere mostrarnos cosas grandes y ocultas que no conocemos? Jer. 33: 3 ¿Acaso no es en esta vida? ¿Qué clase de Dios creemos que tenemos? Uno que puede conmover al universo hasta sus mismos confines y a la eternidad misma pero que ¿no puede sorprendernos de manera profunda hasta el éxtasis de dejarnos sin habla para describir lo que es, hace, dice o ha planeado para nosotros?

¡Qué profundidad y qué maravilla la de nuestro Dios que nos deja perplejos y sin habla!, es que todavía no existen las palabras para poder expresarlo. ¡Ése es nuestro indescriptible Dios!

Todas sus cosas son de otra dimensión, diferente y mayor que la nuestra. Sus pensamientos trascienden eternamente a los nuestros, sus propósitos, no los podemos encerrar. Isaías 55: 9

La Escritura recalca que es su Espíritu el único que puede abrirnos lo profundo de Dios. 1º Cor. 2: 10. Nosotros no podemos darnos por entendidos así como así. ¡Qué soberbios somos!

Acá es donde comprendo ahora la expresión del Salmo 42: 7 “…Un abismo llama a otro…”. Se refiere a una comunicación entre profundidades; es decir la profundidad de Dios y la del hombre. Por tanto no es algo somero. Es espiritual, íntimo y profundo.

Nadie conoce al Hijo, nadie, solo el Padre; así mismo nadie conoce al Padre, nadie, solo el Hijo y aquellos a los que el Hijo se los quiera revelar (Mateo 11: 27). Eso no ha dejado de ser. Es un principio eterno. Así que nadie puede producirle hijos a Dios por mucho que se esmere y predique; ni hacer que Dios tenga hijos por mucho que se lo pida, porque no son engendrados por voluntad de carne ni de varón sino por voluntad de Dios (Juan 1: 12 y 13) (otro principio eterno).  Nada podemos ni sabemos hacer nosotros al respecto.

Si el Señor no edifica la casa”… (Salmo 127: 1), ¿qué hacemos nosotros perdiendo el tiempo tratando de edificar una? De nuevo, su casa es suya, Él la edifica como Él sabe y quiere, y de hecho lo está asiendo en este mismo instante sin requerir intervención humana. Nada podemos hacer nosotros respecto a su casa. ¡Qué bendición y qué bueno que eso es así! Porque su casa no es de este mundo, es de otra dimensión.

Continuará…