“No dejando de congregarnos…” Heb. 10: 25 (2ª parte)
Escrito
autóctono
Continuación…
Ahora bien, es interesante pensar en todas las veces en que
nos congregábamos antes con la idea de asistir a un culto en el que llegábamos
normalmente a sentarnos y a ver activos a unos pocos que nos ministraban, nos
dirigían, nos predicaban y ocasionalmente, solo ocasionalmente éramos
participantes también por ejemplo cuando hacíamos una lectura, una oración o
compartiendo los anuncios para con los asistentes que permanecían sentados e inactivos
escuchando.
Pero casi siempre los activos eran los mismos y el resto,
el grosor de la asistencia permanecía escuchando, cantando, ofrendando, o
saludando cuando aquellos pocos activos lo ordenaban conforme lo disponía el
programa.
Pero una interacción o actividad de todos y cada uno de
los miembros uno por uno de forma ordenada no era posible, al fin y al cabo aunque
hubiésemos comprendido el versículo no se podía por la cantidad de asistentes y
porque un programa y un horario lo impedía y en alguna medida no se debía alterar
el protocolo a ese nivel. Tampoco existía tiempo para algo así.
Pero no se trataba, ni me refiero aquí expresamente a ser
tomado en cuenta para alguna participación dentro de un programa con los
mentados anuncios, lectura o un especial, o inclusive la alabanza u oración
congregacional, sino para los que nos dice la Palabra: una participación
activa de todos haciendo uso de los dones dados por el Espíritu Santo a cada miembro
presente en la reunión con el fin de la mutua edificación.
Cuando leo al apóstol Pablo (1ra. Corintios 14: 26) diciendo:
“¿Qué
hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene
salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación.
Hágase todo para edificación.”, me pone a pensar
en lo que significaba esa actividad de todos los asistentes en una de esas
reuniones de los santos. Y esto no era ocasional como si se tratase de un día especial
dentro de una agenda semanal mensual o anual, sino que era la normalidad de
vida cuando ellos se reunían como iglesia local y sucedía así en todas las
iglesias del Señor según recalca el pasaje unos versículos más adelante en el verso 33.
Si vemos un par de capítulos antes como el Espíritu
capacitaba a todos los creyentes con diferentes dones, la intención era que
todos tuvieran -sin excepción- posibilidades sobrenaturales de ministrar a los
demás creyentes para edificarse mutuamente. Esto no era un asunto aislado recomendado
a una iglesia en que debían darse directrices para que se ordenaran las cosas.
Note lo que dice el apóstol Pedro en su primera carta universal a las iglesias (1era.
Pedro 4: 10). Es decir, eso era la normalidad de vida de iglesia de los
santos en todas partes.
Quizá en este momento usted se pregunte, “¿pero cómo es
posible que esto que está escrito en la Palabra tan claramente de cómo debe ser
normalmente la reunión de iglesia no se practique? En algún punto nos perdimos
en programas y activismos que nada tienen que ver con la Palabra”.
Continuará…