viernes, 27 de febrero de 2015

Primordialmente por las casas… ¿Y el templo? 5° parte



Primordialmente por las casas… ¿Y el templo?  5° parte
Escrito autóctono

Continuación…


Los hombres se multiplicaron, y apartados de Dios quisieron tener el control de llegar hasta Él -recordemos la Torre de Babel (Génesis 11)-, pero no pudiendo hacerlo, crearon sus propios dioses viéndolos en la naturaleza, el sol, la luna, o en aquellas cosas que no entendían y les rendirían culto edificándoles altares.  Eso trajo otra fase en la situación; el hombre adaptó sus dioses a su propia naturaleza pecaminosa controlando cómo cuándo y dónde encontrarse con ellos y convirtiendo en sagrados sus apetitos carnales. Asignó santuarios o sitios de adoración en lugares altos, montes (supuestamente más cerca de esos dioses), también debajo de árboles frondosos que les significaban vida y fertilidad. Les harían, estatuas e imágenes que los representaran para presentarle sus ofrendas o bien podérselos llevar consigo si se tenían que trasladar.

Todo aquello trajo el nombramiento de quienes iban a cuidar de esos sitios y a especializarse en las formas de adoración, ministración y administración de sus dioses. Aparecieron entonces los sacerdotes y sacerdotisas. Ellos no solo tendrían la facultad de intermediar entre su dios y el pueblo, sino que también eran reconocidos como los portadores de su mensaje. Estos sacerdotes, ligados al esoterismo y prácticas ocultas por instrucción demoníaca, harían sacrificios de animales y presentarían todo tipo de ofrendas en honor a sus dioses, pero también les dedicarían sacrificios humanos de hombres, doncellas y principalmente niños primogénitos que eran degollados o quemados vivos en sus altares. Las sacerdotisas también tendrían funciones similares en los rituales pero sobre todo, fungirían como prostitutas sagradas. Conocemos toda esta información por lo que expresa la Palabra que hacían las naciones antiguas paganas y que luego lamentablemente también adoptó el pueblo de Israel y fue causa de su ruina al conquistarlas. Además históricamente hay basta información de ello en muchas fuentes.

Por su parte, los hombres de Dios levantaban altares principalmente en el sitio en que Él les hablaba o se les manifestaba, o bien en el lugar en que vivían (Génesis 12: 7 y 8; 13: 18; 1° Samuel 7: 15) para tener cerca la facilidad de mantenerse en comunión con su Dios. La primera referencia bíblica donde ya se menciona un altar edificado para Dios, es el caso de Noé (Génesis 8: 20).

Su construcción no era nada complicado, piedras apiladas una encima de la otra hasta formar una especie de montículo a razón de una mesa en donde eventualmente pondrían las ofrendas de producto o la víctima que se ofrecería en sacrificio. Existieron altares en que nunca se hicieron sacrificios ni se presentaron ofrendas pues el altar en sí mismo marcaba un sitio en el que se había manifestado Dios y servía como testimonio permanente.

Cuando las ofrendas presentadas en ellos eran quemadas, el humo subía como una especie de perfume (grato olor) ante Dios, imitado de la misma forma por las demás culturas para sus dioses paganos. Sin duda los altares a esos dioses, fueron el esfuerzo de Satán para imitar y suplantar al altar de Dios. 

El sacrificio de seres humanos en los altares edificados para Dios, no estaba contemplado, a diferencia de las culturas paganas en los que sí lo practicaban como lo normal.

Siguiendo la Presencia de Dios
¿Por qué es necesario seguirle el rastro a la Presencia de Dios para comprender la vigencia o no que tenga un sitio específico como santuario de Dios?

Porque era y sigue siendo la Presencia de Dios lo que hacía de un sitio, su santuario o su casa temporal. Por hermoso o no que fuese eventualmente un altar de piedras o el tabernáculo o inclusive el templo con toda su riqueza y elaboración minuciosa, nada haría de esos sitios santuario o casa, si Dios no se manifestaba en ellos con su Presencia. No era solo decir que Dios estaba allí, debía haberse dado una manifestación sobrenatural en ese lugar que lo justificara. Recordemos que la nube de la Presencia de Dios debía llenar el templo, sino solo quedaba como un edificio muy bellamente edificado.  Era sagrado a partir de ese momento, antes no. Horeb no hubiese sido una montaña sagrada, si no se hubieran mirado los indicios claros sobrenaturales de la Presencia de Dios en ella (Éxodo 19: 16-20). Ninguna persona y ni aún los animales podían acercarse o tocarla (19: 12 y 13). La misma Arca de la Alianza hubiese quedado como un simple cofre hermosamente trabajado y decorado, si la Presencia de Dios no lo hubiese llenado. Entonces estando contenida en ella, la convirtió en una pieza sagrada que no debía manipularse sino por los sacerdotes únicamente. Cualquiera que la tocara podía morir (2° Samuel 6: 6 y 7).  La Presencia de Dios era tan poderosa que daba pavor y por ello le temían (Éxodo 20: 18; 1° Samuel 4: 6 y 7;  1° Reyes 8: 10 y 11). Esa era la diferencia de El Dios verdadero a los dioses de pacotilla de las demás naciones (1° Samuel 5: 2-4). 

Continuará…