sábado, 7 de marzo de 2015

Primordialmente por las casas… ¿Y el templo? 6° parte



Primordialmente por las casas… ¿Y el templo?  6° parte
Por el hno. Víctor

Continuación…

Como decíamos previamente, a la manifestación de Dios en un lugar se le marcaba o señalaba como un santuario, o podía quedar allí como punto de testimonio de esa manifestación en forma de altar la mayor parte de las veces. Pero también el hombre usaría ese lugar como el sitio donde adorar a Dios y presentarle allí sus ofrendas y sacrificios de animales. Estaba en manos de Dios aceptar o no aquel gesto y desde luego era importante quién edificara dicho altar, sobre todo por su relación con Él. Algunas veces Dios ordenó que se le edificaran altares, otras los hicieron los hombres y eran aceptados por Dios. Pero en definitiva lo que hacía diferente un altar de otro, o un santuario de uno que no lo era, estaba determinado por la aceptación de Dios comprobada por la manifestación de su Presencia en ellos.

El hombre nunca pudo contener esa Presencia en ningún sitio por sí mismo como para manipularla o trasladarla a su gusto. Lo que vemos que ocurrió con el tabernáculo y posteriormente con el templo no contradice esta realidad ya que el pueblo en el caso del tabernáculo, nunca se movió en el desierto sin que la nube que les cubría lo hiciera antes. Así que no movieron el tabernáculo a criterio propio. La Presencia de Dios se movería solo en los hombros de los sacerdotes y por mandamiento del Señor. Cualquier otra forma hacía encender su ira. Respecto al templo, los sacerdotes colocarían el Arca de la Alianza dentro del santuario en el Lugar santísimo y luego la Presencia de Dios vendría a llenarla.

Cabe destacar que por cierto, el primer templo-edificio que aparece narrado en las Escrituras no es en el pueblo de Dios, lo edifican las naciones paganas que quisieron hacerle una casa terrenal a sus dioses para que vivieran en ella. Así que el primer templo nombrado en la biblia es pagano (Jueces capítulo 9). Interesantemente mucho tiempo después los israelitas le llaman templo al sitio en que está el Arca de la Alianza esto es en Silo (1° Samuel 1: 9). Eso no tenía referencia con el templo-edificio pagano.  

Edificar una casa para Dios no significaba que la misma fuese su casa para que Él viviera y Salomón que la edificó lo comprendió muy bien (lea 1° Reyes 8: 27; 2° Crónicas 2: 5 y 6)
La idea de edificarle una casa no provino de Dios aunque no la descarta (1° Reyes 8: 17 y 18) con todo Dios más bien les pregunta de manera diríamos que sarcástica “¿Dónde está la casa que me habréis de edificar…?” (Isaías 66: 1).

De verdad, pensar en hacerle una casa al Dios del Universo no resulta cuerdo, y Él se los dice: “El cielo es mi trono y la tierra estrado de mis pies”. Ni siquiera los cielos mismos le pueden contener.  Aún así, Dios no les deja a ellos el criterio de cómo construirla sino que les da el diseño como lo había hecho siglos antes igualmente con el tabernáculo (1° Crónicas 28: 19)

Pensar que el hombre pudiera contener al Dios verdadero en un edificio es como querer meter al Sol en un bolsillo del pantalón.

La forma en cómo Dios trajo su Presencia a un cofre como el Arca de la Alianza trasciende nuestro entendimiento. De nuevo, los hombres no podemos manipular dicha Presencia, ni mucho menos introducirla a ningún sitio. En realidad llamarle casa de Dios a un sitio, fue más la manera de decir que su Presencia estaba allí, más no necesariamente que Dios viviera allí. Dios lo afirma categóricamente: “Él no habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 7: 48; 17: 24).

Así como su Presencia inentendiblemente estuvo en un cofre y no porque los hombres la depositaran allí como dijimos, de la misma manera la Presencia de Dios estaría inentendiblemente dentro del hombre mucho tiempo después y no por disposición de ningún hombre. Esto sería así al fin y al cabo porque el hombre sería un templo pero no hecho de manos humanas.

La Presencia de Dios hacía santo o sagrado un lugar, nunca a la inversa. Eso ocurrió hasta la cruz. Los hombres no podemos santificar nada por nosotros mismos. Los sacerdotes en la época del tabernáculo y posteriormente del templo -únicos con la posibilidad de manipular y servir en ellos- antes de poder ejercer su ministerio sacerdotal fueron limpiados, vestidos y ungidos con aceite; santificados (consagrados) para Dios (Éxodo 40: 9-15). Sin eso, no habrían podido santificar nada ni a nadie en el ejercer de su sacerdocio.

Para esta dispensación de la gracia que vivimos, Cristo por medio de su sacrificio y su Palabra, limpia al individuo y lo santifica. El hombre es hecho sacerdote, vestido con vestiduras espirituales nuevas y ungido por el Espíritu Santo. Sólo hasta ese momento puede santificar a otros en él, antes no (1° Corintios 7: 14). Los objetos ni tampoco los lugares como veíamos anteriormente, ya no están contemplados para este tiempo. ¿La razón? Ya no se necesitan.

La Presencia de Dios que podía manifestarse de diferentes maneras convertía a un sitio en: su santuario, un lugar santo, su casa temporal (Génesis 28: 16 y 17; 35: 6); o a una montaña  (Horeb, Éxodo 3: 5), o un sitio cualquiera (Josué 5: 14 y 15). Luego transformó al tabernáculo al que se le llamó templo o casa de Dios por estar en él el Arca de la Alianza (1° Samuel 1: 7, 9 y 24;  2: 22; 3: 3) y por último al templo mismo ubicado en un sitio (Jerusalén) marcado o elegido por Él para ser su santuario por encontrarse allí su Nombre y por contener igualmente al Arca de la Alianza. (Esdras 6: 12).

¿Qué vendría después? 

Continuará…

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