Primordialmente por
las casas… ¿Y el templo? 6° parte
Por el hno. Víctor
Continuación…
Como decíamos previamente, a la
manifestación de Dios en un lugar se le marcaba o señalaba como un santuario, o
podía quedar allí como punto de testimonio de esa manifestación en forma de
altar la mayor parte de las veces. Pero también el hombre usaría ese lugar como el sitio donde adorar a
Dios y presentarle allí sus ofrendas y sacrificios de animales. Estaba en manos
de Dios aceptar o no aquel gesto y desde luego era importante quién edificara
dicho altar, sobre todo por su relación con Él. Algunas veces Dios ordenó que
se le edificaran altares, otras los hicieron los hombres y eran aceptados por
Dios. Pero en definitiva lo que hacía diferente un altar de otro, o un
santuario de uno que no lo era, estaba determinado por la aceptación de Dios comprobada
por la manifestación de su Presencia en ellos.
El hombre nunca pudo contener esa
Presencia en ningún sitio por sí mismo como para manipularla o trasladarla a su
gusto. Lo que vemos que ocurrió con el tabernáculo y posteriormente con el templo
no contradice esta realidad ya que el pueblo en el caso del tabernáculo, nunca
se movió en el desierto sin que la nube que les cubría lo hiciera antes. Así que no movieron
el tabernáculo a criterio propio. La Presencia de Dios se movería solo en los hombros
de los sacerdotes y por mandamiento del Señor. Cualquier otra forma hacía
encender su ira. Respecto al templo, los sacerdotes colocarían el Arca de la
Alianza dentro del santuario en el Lugar santísimo y luego la Presencia de Dios
vendría a llenarla.
Cabe destacar que por cierto, el
primer templo-edificio que aparece narrado en las Escrituras no es en el pueblo
de Dios, lo edifican las naciones paganas que quisieron hacerle una casa terrenal
a sus dioses para que vivieran en ella. Así que el primer templo nombrado en la
biblia es pagano (Jueces capítulo 9).
Interesantemente mucho tiempo después los israelitas le llaman templo al sitio
en que está el Arca de la Alianza esto es en Silo (1° Samuel 1: 9). Eso no tenía referencia con el templo-edificio
pagano.
Edificar una casa para Dios no
significaba que la misma fuese su casa para que Él viviera y Salomón que la
edificó lo comprendió muy bien (lea 1°
Reyes 8: 27; 2° Crónicas 2: 5 y 6)
La idea de edificarle una casa no
provino de Dios aunque no la descarta (1° Reyes 8: 17 y 18) con todo Dios más
bien les pregunta de manera diríamos que sarcástica “¿Dónde está la casa que me habréis de edificar…?” (Isaías 66: 1).
De verdad, pensar en hacerle una
casa al Dios del Universo no resulta cuerdo, y Él se los dice: “El cielo es mi trono y la tierra estrado de
mis pies”. Ni siquiera los cielos mismos le pueden contener. Aún así, Dios no les deja a ellos el criterio
de cómo construirla sino que les da el diseño como lo había hecho siglos antes igualmente
con el tabernáculo (1° Crónicas 28: 19)
Pensar que el hombre pudiera
contener al Dios verdadero en un edificio es como querer meter al Sol en un
bolsillo del pantalón.
La forma en cómo Dios trajo su
Presencia a un cofre como el Arca de la Alianza trasciende nuestro
entendimiento. De nuevo, los hombres no podemos manipular dicha Presencia, ni
mucho menos introducirla a ningún sitio. En realidad llamarle casa de Dios a un
sitio, fue más la manera de decir que su Presencia estaba allí, más no
necesariamente que Dios viviera allí. Dios lo afirma categóricamente: “Él no
habita en templos hechos por manos humanas” (Hechos 7: 48; 17: 24).
Así como su Presencia
inentendiblemente estuvo en un cofre y no porque los hombres la depositaran
allí como dijimos, de la misma manera la Presencia de Dios estaría
inentendiblemente dentro del hombre mucho tiempo después y no por disposición
de ningún hombre. Esto sería así al fin y al cabo porque el hombre sería un
templo pero no hecho de manos humanas.
La Presencia de Dios hacía santo o
sagrado un lugar, nunca a la inversa. Eso ocurrió hasta la cruz. Los hombres no
podemos santificar nada por nosotros mismos. Los sacerdotes en la época del
tabernáculo y posteriormente del templo -únicos con la posibilidad de manipular
y servir en ellos- antes de poder ejercer su ministerio sacerdotal fueron
limpiados, vestidos y ungidos con aceite; santificados (consagrados) para Dios
(Éxodo 40: 9-15). Sin
eso, no habrían podido santificar nada ni a nadie en el ejercer de su
sacerdocio.
Para esta dispensación de la gracia
que vivimos, Cristo por medio de su sacrificio y su Palabra, limpia al
individuo y lo santifica. El hombre es hecho sacerdote, vestido con vestiduras
espirituales nuevas y ungido por el Espíritu Santo. Sólo hasta ese momento
puede santificar a otros en él, antes no (1°
Corintios 7: 14). Los objetos ni tampoco los lugares como veíamos anteriormente, ya no están
contemplados para este tiempo. ¿La razón? Ya no se necesitan.
La Presencia de Dios que podía
manifestarse de diferentes maneras convertía a un sitio en: su santuario, un lugar
santo, su casa temporal (Génesis 28: 16 y
17; 35: 6); o a una montaña (Horeb, Éxodo 3: 5), o un sitio cualquiera
(Josué 5: 14 y 15). Luego transformó al tabernáculo al que se le llamó templo o
casa de Dios por estar en él el Arca de la Alianza (1° Samuel 1: 7, 9 y 24; 2: 22;
3: 3) y por último al templo mismo ubicado en un sitio (Jerusalén) marcado o
elegido por Él para ser su santuario por encontrarse allí su Nombre y por
contener igualmente al Arca de la Alianza. (Esdras
6: 12).
¿Qué vendría después?
Continuará…
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