Primordialmente por
las casas… ¿Y el templo? 7° parte
Escrito autóctono
Continuación…
La Presencia de Dios por primera vez y en definitiva en
un hombre; ¡Cristo!
Después de manifestarse en sitios
físicos, la Presencia de Dios vendría a encarnarse en Jesús mismo, siendo Él ahora el templo. Nadie había llegado
hasta ese punto de considerarse a sí mismo templo, ni hubiese podido antes de
Él serlo, pues el pecado se lo impedía. Jesús fue sin pecado alguno. Su cuerpo
santo tenía todas las condiciones para poseer la Presencia de Dios en Él sin
profanarla. Nadie antes de Él lo hubiese logrado, nadie después de Él lo sería
jamás. Dios quería asegurarse que su Presencia Sagrada nunca más volviese a
estar expuesta directamente a los hombres para no exponerlos a morir. Entonces
se proveyó un “sitio” seguro y fiel: su propio Hijo.
Cristo es el primero en llamarse así
mismo templo (Juan 2: 18-22). Luego
de la cruz, quienes creyesen serían santificados para poder tener en ellos la Presencia
de Dios también pero no de forma directa, sino por medio de Cristo. Recordemos, la Santidad de su Presencia no la podemos resistir los hombres a causa de
nuestro pecado y por ello estamos expuestos a morir por ella. Como
dijimos, nada ni nadie más podrían contener la Presencia de Dios, solo Cristo (Colosenses 1: 15 dice: “Él es la imagen del Dios invisible” y en el 2: 9 recalca: “Porque en él (en
Cristo) habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad,...”). Entonces ahora la Presencia de
Dios dejaría de estar en lugar alguno, sólo estaría en Cristo. Quienes creyesen
serían santificados en Él y por sus atributos.
El hombre gracias a Cristo y por
medio de Él es ahora casa de Dios, templo, edificio de Dios, tabernáculo; pues
contiene a Cristo dentro de él. Lo material-físico del primer pacto pasó a ser
espiritual-invisible en el segundo. Inclusive la adoración, antes tan visible usando
una serie de utensilios consagrados en el antiguo pacto, pasó a ser espiritual
(Juan 4: 23 y 24). El hombre vendría
al altar de su corazón a rendirse él mismo en él (Romanos 12: 1), y entraría libremente al lugar santísimo -ahora ubicado
en lo más profundo de su ser- por Cristo, cuando lo quisiera (Hebreos 3: 16) pues ha sido ungido
con aceite Sagrado (no material) que es el Espíritu Santo. Haber sido ungido
por ese aceite Sagrado Celestial, no le habilita para acceder a la Presencia de Dios ni
lo protege de morir ante esa Presencia, como tampoco el aceite de la unción
antiguo lo hiciera con los sacerdotes aún cuando fueren consagrados y
santificados por él. Por ello dice la Palabra que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote y es por medio de Él que podemos ingresar al lugar santísimo en
nuestro interior hoy (Hebreos 7: 25 y 26).
Ahora el hombre común, cuando cree
al mensaje de salvación, es santificado por Cristo y convertido en portador de
la Presencia de Dios porque ella vive en él por medio de Jesús. ¡Gloria sea a Dios!
Ahora bien… ¿Recuerdan que teníamos tres
preguntas pendientes de contestar? Es el momento justo de hacerlo.
¿De dónde viene el templo moderno según dicen quienes lo defienden?
Todos dirán sin dudar y a una voz
que de la biblia. ¿Es eso cierto? Si el modelo es el de la biblia, entonces
físicamente hablando ni se parece. Los
modelos modernos no tienen tres atrios, no tienen los muebles que usaba el de
Israel, no está ni dispuesto ni dividido como el tabernáculo, ni el templo de Salomón
ni el de Herodes en los tiempos de Jesús.
Lo que llaman altar (una plataforma a manera de escenario) no es ni la
sombra de lo que se llamaba altar en el templo que muestra la biblia, ni estaba
ubicado dentro del santuario, tampoco toda la liturgia actual tiene referencia
a lo que se hacía en el templo de la biblia. ¿De dónde sacan entonces que es el
de la biblia? No lo sé, pero si quieren el de la biblia, debía tener todo lo
que este tenía, debía estar dispuesto como este lo estaba, debía funcionar de
la misma manera que funcionaba…, y muy importante, debía estar en un sitio
elegido por Dios para erigirlo; pero no, ningún modelo actual ni hace, ni está,
ni se parece al templo judío.
Si los judíos vuelven a edificar uno
igual (de hecho lo harán), no podríamos entrar a él porque como gentiles
estamos excluidos. Y si como gentiles nos lo edificamos, tampoco sirve puesto
que no somos judíos, ni tenemos un lugar físico en donde Dios haya puesto su Nombre.
Y como si esto no bastara, tampoco podemos servir en él pues no somos
sacerdotes descendientes de Leví. Así que ¿hay alguna duda?
Quien quiera espiritualizar
cualquier cosa del antiguo pacto para justificar el templo físico moderno, está
errando pues ya Dios espiritualizó el templo y es el hombre.
¿De dónde viene el templo realmente?
Por mucho que se les quiera
defender, la realidad cruda, pero finalmente la realidad es que los modelos
modernos de templo descienden de sus antecesores, los templos paganos a falsos
dioses. Toda su forma (lugares para que estén los “fieles” siendo ministrados o
ayudados a acercarse a su dios, altar (tarima) para que ministre un sacerdote o
ministros divinamente capacitados y elegidos para ello, y hasta presencia de imágenes
o ídolos allí como muchos casos que no nos son desconocidos), todo eso era
normal en esos templos. Un pequeño sector (la minoría) entendida y
especializada para conocer y manipular lo concerniente a su dios, y otro (la mayoría),
viniendo para recibir lo que estos les daban, hablaban o bien ofrecían por
ellos; todo dispuesto a días y/o momentos específicos para funcionar. Léalo,
está en los libros de historia. Así lo fue en Grecia; así lo fue en toda la
cultura que adoptaron los romanos y lo impusieron donde quiera conquistaron;
así lo legaron en el año 300 de nuestra era a la iglesia gracias a Constantino.
¿Cuál era el plan de Dios para este siglo?
La nueva dispensación originada en
la cruz, definió un nuevo templo, ya no físico-material sino humano. Lo dice la
biblia (1° Corintios 3: 16); un nuevo
edificio (3: 9), una nueva casa de
Dios (1° Pedro 2: 5), un nuevo
tabernáculo (2° Corintios 5: 1 y 4),
una nueva forma para presentar sacrificios (Hebreos
13: 15 y 16) y también una nueva víctima (Romanos 12: 1). Todos, sitios que tenían en común una cosa: La Presencia
de Dios. Ahora esa Presencia venía a tomar otro santuario: al hombre mismo.
Así que visto de cierta forma, Dios continúa
santificando lo que antes también santificaba, el lugar al que llegaba su Presencia;
santifica ahora al ser humano. Todo gracias a y por medio de Cristo.
Ya el hombre no tendría que ir a
buscarlo a ningún sitio, ni tendría mil barreras para poder acercarse a su Dios,
ahora Dios estaba dentro de él. Ahora el hombre como templo se constituiría en
parte de otro edificio mayor (Efesios 2:
21; 1° Pedro 2: 5), también espiritual; la iglesia el cuerpo de Cristo,
universal y eterna. Entonces donde quiera que estuviera el hombre, estaría la
casa de Señor porque él mismo era la casa de Dios, y el templo, y el
tabernáculo, y el edificio, y el sacrificio en el altar.
¿Cómo niega esto la sana doctrina? ¿Por
qué se asustan y reaccionan sorprendidos muchos con esta verdad como si de algo
nuevo de tratara? ¿Cómo podemos no ver lo que está a la vista? Pero no se trata solo de verlo o saberlo, se trata de que sigamos el plan de Dios que es una nueva forma de relacionarse con el
hombre terminando definitivamente todas las formas
anteriores llámese altar de piedras, tabernáculo o templo.
Continuará…
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