Doctrinas y prácticas evangélicas en el ojo del escrutinio. Parte 135
Continuación...
Pablo decía que muchas de estas cosas, obviando claro está aquellas que son más bien prácticas ocultistas y diabólicas, tienen cierto valor más son inútiles ante los apetitos de la carne.
Seamos sinceros… nada de eso nos ayudaba en nuestros reales problemas.
Podíamos acallarlos, pero no se desvanecían. Permanecían allí y salían a relucir en cualquier momento. Todo ello era nuestro esfuerzo por mantenernos santos. ¡Qué pésimo! Todo ello era nuestro esfuerzo por estar bien con Dios. ¡Peor!
Queríamos ser fuertes, pero seguíamos siendo débiles.
Nadie nos dijo que debíamos descansar en la fe de la obra portentosa de Cristo que ya había vencido por nosotros todas nuestras peores luchas. Asegurarnos de mantenernos en la fe en Él y no en lo que nosotros pensábamos que debíamos hacer por sostener nuestra santidad porque en realidad no podemos hacer nada allí.
La gente ayunaba para tener poder, para lograr vencer a sus demonios, para acceder a las visiones de Dios, para subir su estatus espiritual, para agradar a Dios según ellos. Todos deseos de superación personal o de empoderamiento humano, pero nada de eso está en la Palabra.
El ayuno nos ayuda para aclarar nuestra visión y tener la valentía de hacer lo que es la voluntad de Dios. No hay nada de poder para vencer demonios. Se trata de estar centrado en lo que Dios desea.
Cristo después de su ayuno de 40 días en el desierto estaba fortalecido en la Palabra y el propósito de Dios. En el mismo centro de la voluntad de su Padre. La reina Ester pidió al pueblo que ayunara previo a entrar a la presencia del Rey en un acto que podía costarle la vida. Sabía del peligro, pero quería hacerlo en el tiempo justo de Dios y su propósito de liberarles del malvado decreto de Amán.
Continuará…