Arrepentidos
pero… ¿convertidos? (3° parte)
Escrito autóctono
Continuación:
El creer es algo integral que incluye tres
cosas no cada una de manera individual. Usted puede arrepentirse y ser
bautizado y no pasó nada con usted. Ahora usted es un arrepentido mojado. Usted
puede ser bautizado y no ocurre nada. Ahora usted es igual a cualquiera que se
mete en una piscina. Usted puede decir que quiere convertirse pero eso no hace
nada en usted si antes no se arrepiente. Usted debe arrepentirse y decidir
convertirse sellándolo con el bautismo en agua para que la obra de Cristo sea
efectiva en usted. Solo así se asegura que el Espíritu de Dios haga morada en
usted y sea unido a la familia de Dios.
Pero usted podría decir: “Entonces ¿cómo el
ladrón de la cruz pudo salvarse?”
Como puede notar, estuvo al filo de la
redención que se daría con la muerte y resurrección de Cristo. Eso estaba por
suceder. Él hizo sin saberlo todo lo que se necesitaba hasta ese momento:
Confesó a Jesús como Señor y creyó que Dios le levantaría de los muertos con su
sola expresión: “Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino”. Aún así ya él
había creído en aquel que estaba crucificado junto a él desde hacía mucho
tiempo antes, pues sabía que este era un hombre justo que no había hecho ningún
mal y predicaba de un reino que no era de este mundo. Su salvación se produjo
fortuitamente, sin pensar ni pedir ser salvo, y obtuvo lo que jamás creyó fuese
digno de recibir. ¡Aleluya!
El bautismo para lavamiento de pecados lo
impartió el Señor posteriormente para los nuevos creyentes, cuando resucitó y
ya estando en la Gracia.
Este es algo que ni siquiera sus discípulos tuvieron que
hacer pues habían creído en Él antes de la redención operada en la cruz y su
resurrección.
Ampliaré en unos momentos otros aspectos sobre
ello pero antes es importante saber ¿Cómo llegamos a ser enemigos de Dios y
pecadores sobre quienes pesaba una condenación tan espantosa?
Todo comenzó con la primera pareja de seres humanos
(Adán y Eva). Ellos fueron creados perfectos y en plena comunión con Dios,
hechos a su imagen y semejanza. El hombre sería el único ser creado que no
solamente sería moldeado exclusivamente por las manos de Dios sino que recibió
de Él la vida en forma directa por el soplo de su aliento. Es decir, Dios se
dio de sí mismo por y para el hombre al crearlo. La raza humana -corona de su creación-,
caminaba y hablaba con Dios cara a cara y se disfrutaban mutuamente. Pero la
tentación y el engaño vinieron de parte del maligno, haciendo caer en desobediencia al hombre y rompiendo
aquella armoniosa relación. El pecado contaminó a la primera pareja y por medio
de ellos al resto de sus descendientes. Ahora ha tomado lugar la muerte y la
condena eterna que significa terminar separado de Dios por siempre. “Porque la paga del pecado es muerte…” Rom.
6:23.
Pero ¿por qué arrastro yo la consecuencia de un
error que cometieron Adán y Eva? Dios no sería justo si permitiera mi
condenación por un pecado que no cometí.
No fue mi elección nacer contaminado por el pecado, -podría pensar-.
Sin embargo en Él nunca estuvo tal pensamiento
ni intención. Para eso ya había provisto un sacrificio que pagara el precio,
pues ningún ser humano podría hacerlo. Se necesitaba uno que fuese santo y que
nunca hubiese pecado. Se necesitaba uno que naciera y viviera como hombre,
exponiéndose a todo lo que significa ser un ser humano y nunca haber pecado. Se
necesitaba aún que estuviera de acuerdo a morir por los pecadores y derramar su
sangre en su lugar.¿Quién lograría tal proeza? Cristo.
Continuará…