domingo, 22 de junio de 2014

Arrepentidos pero… ¿convertidos? (3° parte)



Arrepentidos pero… ¿convertidos? (3° parte)
Escrito autóctono

Continuación:

El creer es algo integral que incluye tres cosas no cada una de manera individual. Usted puede arrepentirse y ser bautizado y no pasó nada con usted. Ahora usted es un arrepentido mojado. Usted puede ser bautizado y no ocurre nada. Ahora usted es igual a cualquiera que se mete en una piscina. Usted puede decir que quiere convertirse pero eso no hace nada en usted si antes no se arrepiente. Usted debe arrepentirse y decidir convertirse sellándolo con el bautismo en agua para que la obra de Cristo sea efectiva en usted. Solo así se asegura que el Espíritu de Dios haga morada en usted y sea unido a la familia de Dios.

Pero usted podría decir: “Entonces ¿cómo el ladrón de la cruz pudo salvarse?”

Como puede notar, estuvo al filo de la redención que se daría con la muerte y resurrección de Cristo. Eso estaba por suceder. Él hizo sin saberlo todo lo que se necesitaba hasta ese momento: Confesó a Jesús como Señor y creyó que Dios le levantaría de los muertos con su sola expresión: “Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino”. Aún así ya él había creído en aquel que estaba crucificado junto a él desde hacía mucho tiempo antes, pues sabía que este era un hombre justo que no había hecho ningún mal y predicaba de un reino que no era de este mundo. Su salvación se produjo fortuitamente, sin pensar ni pedir ser salvo, y obtuvo lo que jamás creyó fuese digno de recibir. ¡Aleluya!

El bautismo para lavamiento de pecados lo impartió el Señor posteriormente para los nuevos creyentes, cuando resucitó y ya estando en la Gracia. Este es algo que ni siquiera sus discípulos tuvieron que hacer pues habían creído en Él antes de la redención operada en la cruz y su resurrección.

Ampliaré en unos momentos otros aspectos sobre ello pero antes es importante saber ¿Cómo llegamos a ser enemigos de Dios y pecadores sobre quienes pesaba una condenación tan espantosa?

Todo comenzó con la primera pareja de seres humanos (Adán y Eva). Ellos fueron creados perfectos y en plena comunión con Dios, hechos a su imagen y semejanza. El hombre sería el único ser creado que no solamente sería moldeado exclusivamente por las manos de Dios sino que recibió de Él la vida en forma directa por el soplo de su aliento. Es decir, Dios se dio de sí mismo por y para el hombre al crearlo.  La raza humana -corona de su creación-, caminaba y hablaba con Dios cara a cara y se disfrutaban mutuamente. Pero la tentación y el engaño vinieron de parte del maligno, haciendo caer  en desobediencia al hombre y rompiendo aquella armoniosa relación. El pecado contaminó a la primera pareja y por medio de ellos al resto de sus descendientes. Ahora ha tomado lugar la muerte y la condena eterna que significa terminar separado de Dios por siempre. “Porque la paga del pecado es muerte…” Rom. 6:23.

Pero ¿por qué arrastro yo la consecuencia de un error que cometieron Adán y Eva? Dios no sería justo si permitiera mi condenación por un pecado que no cometí.  No fue mi elección nacer contaminado por el pecado, -podría pensar-.

Sin embargo en Él nunca estuvo tal pensamiento ni intención. Para eso ya había provisto un sacrificio que pagara el precio, pues ningún ser humano podría hacerlo. Se necesitaba uno que fuese santo y que nunca hubiese pecado. Se necesitaba uno que naciera y viviera como hombre, exponiéndose a todo lo que significa ser un ser humano y nunca haber pecado. Se necesitaba aún que estuviera de acuerdo a morir por los pecadores y derramar su sangre en su lugar.¿Quién lograría tal proeza? Cristo.

Continuará…