La alabanza suprema (1° parte)
Escrito autóctono
“Ve y cuenta cuán grandes cosas a hecho Dios
contigo” Jesús al Gadareno
Les soy sincero. En mi vida fui parte de variados
seminarios de alabanza no solo como participante sino hasta como exponente.
Pero pensar que este pasaje tuviese algo que ver con el secreto de llevar a las
multitudes a la presencia del Señor como director de Alabanza o músico, me
hubiera parecido más un “dedazo” o un mal copypage en la enseñanza que estaría preparando.
Alguien queriendo no darse por menos aquí podría
decir: “claro que tiene todo que ver porque alabar es proclamar las grandezas
de Dios en medio de la congregación”.
Entonces nos imaginamos a un equipo de alabanza o
un gran músico o compositor traernos una maravillosa melodía que muchos
aprenderán y con la cual alabarán a Dios en unos cultos masivos.
Si concluimos aquí que el Señor le está diciendo a
un hombre común que no es ni músico, ni cantante, ni se congrega en una
iglesia, ni sabe nada de una “unción de alabanza davídica”, que corra a alabar
a Dios, podría sonar demasiado a querer hallar una revelación en donde no está
para justificar integrar dicho pasaje a un estudio dirigido a ministros de
alabanza o personas acostumbradas a alabar a Dios, queriendo hallar una perla
donde nadie lo imaginaba.
Pero sí. No solo eso, sino que más que una
invitación por no decir que una orden, nos permite ir más allá en el comprender
que la alabanza no se circunscribe a personas preparadas y “ungidas” como
músicos o salmistas (les llaman ahora), ni se encierra dentro del contexto de
la música.
Con todo esto no pretendo que vaya a decirle a su
vecino que la biblia le ordena que se ponga a alabar a Dios. Lo que podría
sacarse es un portazo en la nariz.
Me refiero más bien a cómo comprendemos la alabanza
y a lo corto que nos hemos quedado con ella.
Casi por inercia, cuando anunciamos que vamos a
alabar a Dios, inmediatamente alistamos las palmas, limpiamos gargantas,
tomamos las panderetas, guitarras, teclados, himnarios, etc, y sabemos que es
el tiempo de corear melodías a Dios.
Bueno, entiéndase aquí que lo hablo como una
costumbre de toda la experiencia vivida en el pasado. Al menos por las casas ya
no usamos de equipos de alabanza, ni luces, ni super equipos de sonido o
sonidistas, ni canciones proyectadas ni nada por el estilo porque finalmente
cualquiera de manera espontánea puede en cualquier momento de nuestras
reuniones entonar un canto al Señor y los demás nos unimos.
Más nunca nadie me invitó jamás a un culto de
alabanza que no involucrara en absoluto una sola nota de música. ¿Le pasó a
usted?
Continuará...