domingo, 5 de marzo de 2017

La alabanza suprema (1° parte)




La alabanza suprema (1° parte)
Escrito autóctono

Ve y cuenta cuán grandes cosas a hecho Dios contigo” Jesús al Gadareno


Les soy sincero. En mi vida fui parte de variados seminarios de alabanza no solo como participante sino hasta como exponente. Pero pensar que este pasaje tuviese algo que ver con el secreto de llevar a las multitudes a la presencia del Señor como director de Alabanza o músico, me hubiera parecido más un “dedazo” o un mal copypage en la enseñanza que estaría preparando.

Alguien queriendo no darse por menos aquí podría decir: “claro que tiene todo que ver porque alabar es proclamar las grandezas de Dios en medio de la congregación”.

Entonces nos imaginamos a un equipo de alabanza o un gran músico o compositor traernos una maravillosa melodía que muchos aprenderán y con la cual alabarán a Dios en unos cultos masivos.

Si concluimos aquí que el Señor le está diciendo a un hombre común que no es ni músico, ni cantante, ni se congrega en una iglesia, ni sabe nada de una “unción de alabanza davídica”, que corra a alabar a Dios, podría sonar demasiado a querer hallar una revelación en donde no está para justificar integrar dicho pasaje a un estudio dirigido a ministros de alabanza o personas acostumbradas a alabar a Dios, queriendo hallar una perla donde nadie lo imaginaba.

Pero sí. No solo eso, sino que más que una invitación por no decir que una orden, nos permite ir más allá en el comprender que la alabanza no se circunscribe a personas preparadas y “ungidas” como músicos o salmistas (les llaman ahora), ni se encierra dentro del contexto de la música.

Con todo esto no pretendo que vaya a decirle a su vecino que la biblia le ordena que se ponga a alabar a Dios. Lo que podría sacarse es un portazo en la nariz.

Me refiero más bien a cómo comprendemos la alabanza y a lo corto que nos hemos quedado con ella.

Casi por inercia, cuando anunciamos que vamos a alabar a Dios, inmediatamente alistamos las palmas, limpiamos gargantas, tomamos las panderetas, guitarras, teclados, himnarios, etc, y sabemos que es el tiempo de corear melodías a Dios. 

Bueno, entiéndase aquí que lo hablo como una costumbre de toda la experiencia vivida en el pasado. Al menos por las casas ya no usamos de equipos de alabanza, ni luces, ni super equipos de sonido o sonidistas, ni canciones proyectadas ni nada por el estilo porque finalmente cualquiera de manera espontánea puede en cualquier momento de nuestras reuniones  entonar un canto al Señor y los demás nos unimos.

Más nunca nadie me invitó jamás a un culto de alabanza que no involucrara en absoluto una sola nota de música. ¿Le pasó a usted?


Continuará...