domingo, 20 de mayo de 2018

Lo más leído (Top 20 de Publicaciones) PUBLICACIÓN 13 y 12


Lo más leído (Top 20 de Publicaciones) PUBLICACIÓN 13 y 12

Seguimos compartiéndole esta serie sobre las publicaciones más leídas de nuestro blog. Sin duda querrá leer los temas completos para una mejor comprensión. Le instamos a hacerlo y para ello le facilitamos en cada título su fecha de publicación para que pueda ubicarla en nuestro archivero.  Le bendecimos y oramos al Señor porque cada publicación le ayude a cimentar su fe.

Publicación 13
Lo que Dios bendice y lo que nosotros bendecimos (2º parte)
Ubíquelo en la fecha 26-12-2015
Escrito Autóctono

Continuación…

Para tener una visión más amplia de la bendición de Dios, debemos mirar al principio mismo en que Él puso al hombre en el huerto del Edén pleno de todo bien, es decir saturado de bendición en todas las formas posibles. Le hizo santo, puro, inteligente, sano, amable, fuerte, totalmente relacionado con Él y poseedor de toda la creación de Dios.

Para el hombre moderno la bendición significa tener todo cuanto quiere; dinero, libertad, poder, felicidad a costa de lo que sea o quien sea. Por eso lo que los hombres llamamos bendición es muy diferente a lo que Dios nos muestra como bendición.
    
Para Dios, la bendición se identifica más en su misma esencia de dador y de  entregarse. Es como deberíamos de asimilarla y practicarla. Dios nos bendice para que nosotros bendigamos a los demás. La Palabra dice “mejor cosa es dar que recibir”.

Ahora bien, si la bendición tiene que ver con palabras y bondades de Dios para con nosotros y aún de nosotros hacia los demás, es porque la bendición transmite siempre o da algo. Debemos entender cómo opera si la emite Dios y cómo si la emitimos nosotros. Algo nos debe quedar claro, es similar pero no igual.

Si revisamos la Palabra de Dios, nos damos cuenta cuánta diferencia hay de cuando Dios bendijo algo o a alguien y lo que ocurre cuando lo hacemos nosotros. Existe una diferencia bien marcada en la práctica de bendecir en el antiguo pacto respecto al nuevo. Las cosas cambiaron ciertamente.

Por ejemplo en los tiempos antiguos la bendición paterna era de tan grande importancia, que solo se tenía una y estaba reservada para el hijo primogénito varón. No había ningún misticismo en el asunto, era totalmente real. La magnitud de su importancia afectaba positivamente no solo a la persona sino a su entorno y hasta a su descendencia. Los profetas por su parte tenían en sus labios un poder especial al declarar una bendición sobre un pueblo o una persona así como cuando declaraban una maldición. No bendecían o maldecían adrede, se tenía como algo de cuidado y para un momento muy particular; sobre todo bajo la dirección de Dios.

Para nosotros cambió el panorama, Dios nos ordena en su Palabra que bendigamos siempre, nunca que maldigamos (Romanos 12: 14; Santiago 3: 10). Recordemos que hay un proceso espiritual en progreso cada vez que se bendice o maldice verbalmente por lo que la Palabra nos alerta a tener cuidado y mantener siempre en nuestros labios bendición y no maldición.  En Cristo la bendición directa e ilimitada de Dios nos alcanzó a todos los que por el Señor fuimos llamados a ser parte de su Pueblo. ¡Gloria a Dios! Y esa bendición de Dios nos capacita para que bendigamos a otros. Ya no existe condenación alguna ni maldición que nos afecte a partir de que Cristo nos lava con su preciosa sangre (Romanos 8: 1). Si alguien maldice a quien es bendito por Dios, la maldición se torna en bendición pero puede volvérsele en maldición sobre aquel que la profirió. Si alguien le bendice, se volverá la bendición sobre aquel que bendijo.


Continuará…

Publicación 12
Arrepentidos pero… ¿convertidos? (2° parte)
Ubíquelo en la fecha 14-6-2014
Escrito Autóctono

Continuación:

Momentos antes de partir de este mundo, el Señor no habló más del arrepentimiento añadiendo: “…porque el Reino de los cielos se ha acercado”; tampoco prolongó el bautismo de arrepentimiento como el de Juan el Bautista, sino creer y ser bautizado para ser salvo. Marcos 16:16 “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”.

En su predicación en Efeso, Pablo encontró a 12 discípulos que conocían y habían sido bautizados con el bautismo de arrepentimiento en agua (aquel mismo predicado por Juan) pero él les llevó al bautismo ordenado por el Señor y les bautizó de inmediato en el nombre de Jesús. Ahora estaban listos para recibir el bautismo en fuego realizado por el Señor con la impartición del Espíritu Santo, del que anteriormente ni siquiera habían oído hablar. Hechos 19: 1-7

El sacrificio y resurrección de Cristo abrió las puertas a un Reino nuevo (el de los cielos) que vendría a ser establecido en los corazones de los hombres con la llegada del Espíritu Santo. Ahora el Reino de los cielos ya no estaba cerca, estaba en medio de y en los creyentes.

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con estar arrepentido y ser convertido?

Veamos.

Interesantemente Cristo no habló de conversión a nadie. La razón es que se requería una diferente a todo lo conocido hasta ese momento. Una que sería operada por el Espíritu Santo en aquellos que creyesen y decidieran tal asunto por su propia voluntad. Una conversión a partir de la cruz. Convertirse significaba volverse a Dios pero ahora para hacerlo efectivo y permanente debía darse una transformación de otro tipo.

Esto aseguraría dos cosas: por un lado el lavamiento de pecados y por otro la estabilidad en los caminos del Señor; no como un cambio pasajero sino como uno permanente, que era el plan de Dios para los hombres.

La situación es que se requería el arrepentimiento, pero sin dejar de lado la conversión. No estamos hablando de lo mismo. En el primero se reconoce la condición de pecado en que se está y por ende la condenación a la que se está peligrosamente expuesto. En la segunda, la decisión de no continuar por el camino de perdición sino tomar el de salvación. Como decíamos antes, es posible que tengamos a muchos arrepentidos pero pocos convertidos.

El gran problema de esto es que el arrepentimiento no trata al pecado, pero el arrepentimiento seguido de la conversión sí. En otras palabras, mientras no haya conversión, los pecados están presentes y continúan produciendo muerte. Nada puede hacer Dios con quien se arrepiente pero no se convierte. Tampoco el Espíritu puede venir a morar en alguien que no esté convertido. Somos testigos de personas que lamentan haber asesinado o robado o quizá se percatan de haber dañado a alguien o sido infieles y están arrepentidos. Hemos visto hijos que se arrepienten de haber desobedecido a sus padres. Pero resulta muchísimas veces un hecho aislado. Es posible que recaigan y vuelvan otra vez a arrepentirse. Por eso, es que es imprescindible una conversión. Una en la que se toma una decisión en firme de no continuar igual, permitiéndole al Espíritu de Dios hacer lo suyo: transformar o mudar en otra persona. El deseo de Dios no es reparar a nadie, es cambiarla. La conversión provee ese espacio.

Continuará…