domingo, 14 de septiembre de 2014

La Pecera - 2° parte y última


La Pecera - 2° parte y última 

Escrito autóctono

Continuación…

Quedar expuestos repentinamente a la libertad de Cristo, podría afectarnos de manera negativa si no se experimenta un cambio sobrenatural de Dios en nosotros para asimilarla. Vivir bajo una forma de vida o un sistema toda nuestra vida, deja secuelas que son imposibles de abandonar si no es Dios quien se nos revela antes. Si no es Él quien hace la obra, es imposible sobrevivir.

Pablo decía: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” Rom. 11: 33; y en el verso 2 del capítulo 12: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” 

De alguna manera deberíamos comprender que efectivamente hay un entorno de Dios diferente al que aprendimos y fuimos formados, pero la verdad es que no estamos ni mental, ni espiritualmente preparados para participar de ello así como así. Es asunto de Dios y no de los hombres cambiar a alguien de ambiente, pues solo Él sabrá la capacidad que tiene cada cual para asimilarlo o el momento propicio para mostrárselo. Si bien no depende de nosotros, hay algo que sí debemos hacer y a lo que debemos estar dispuestos conforme a la ordenanza que dicta el pasaje de Romanos 12: 2 y es a renovar nuestro entendimiento; dicho de otra forma a permitirnos comprender de nueva manera para confirmar lo concerniente al buen propósito Divino.

Los israelitas experimentaron en carne propia un cambio abrupto de ambiente y la gran mayoría de toda la multitud que salió de Egipto, no pasó la prueba. Después de vivir más de cuatrocientos años en cautiverio, cuando obtuvieron la libertad no supieron qué hacer con ella. Se quejaron todo el tiempo y tentaron a Dios en el desierto. La esclavitud hizo estragos no solo en sus cuerpos físicos mientras estuvieron en Egipto, sino también con sus mentes, pues aunque salieron de la esclavitud, continuaron siendo esclavos sin darse cuenta. Extrañaban lo que habían dejado atrás y eso hizo que toda aquella generación, con excepción de Josué y Caleb, fuese consumida en el desierto y no entrara a la Tierra prometida. Fueron sus hijos, nacidos en el desierto, los que nunca habían vivido en cautiverio, quienes pudieron recibir lo que Dios tenía.

Tanto tiempo de conocer una forma de vida de iglesia la cual se te hace tan común; tanto tiempo de conocer la religión, que ya se hizo parte de tí. Quizá seas esclavo o quizá ni piensas que lo eres pues te acostumbraste a ello. La esclavitud atacó la misma fe y confianza de los israelitas quienes no creyeron que Dios tenía una tierra mejor para ellos y eso cabó sus tumbas. ¡Qué lamentable realidad vivimos también hoy!

Ser enseñado por el Señor frente a una pecera, me hizo meditar en la condición en la cual estamos todos quienes nos llamamos cristianos.

¿Es nuestro medio una pecera cómoda y nos encontramos plenos y felices allí? ¿Estarán aptos nuestras mentes y corazones como para ser trasladados a esa libertad suprema de Dios que creíamos haber conocido pero la realidad es que ni tenemos idea de lo que significa? ¿Cuánto camino nos faltará por recorrer para ver y experimentar realmente la gloria y libertad de la Casa del Señor, tal como se describe en la vivencia de los primeros hermanos allá en el libro de los Hechos de los apóstoles? ¿Estaremos encaminándonos hacia esa libertad o simplemente no saldremos del desierto?

Particularmente es mi oración constante en este continuo aprender la libertad de Dios, poder ser digno no solo de saber que hay un hábitat mayor, sino de comprenderlo y experimentarlo en todo su esplendor, pues evidentemente nuestros hermanos del primer siglo tenían como su ambiente normal “la grandeza de un lago” no tan limitada pecera.