La Pecera - 2° parte y última
Escrito autóctono
Continuación…
Quedar expuestos repentinamente a
la libertad de Cristo, podría afectarnos de manera negativa si no se
experimenta un cambio sobrenatural de Dios en nosotros para asimilarla. Vivir
bajo una forma de vida o un sistema toda nuestra vida, deja secuelas que son
imposibles de abandonar si no es Dios quien se nos revela antes. Si no es Él quien hace la obra, es imposible sobrevivir.
Pablo decía: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de
Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus
caminos!” Rom. 11: 33; y en el verso 2 del capítulo 12: “No os conforméis a este siglo, sino
transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que
comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
De alguna manera deberíamos
comprender que efectivamente hay un entorno de Dios diferente al que aprendimos
y fuimos formados, pero la verdad es que no estamos ni mental, ni espiritualmente
preparados para participar de ello así como así. Es asunto de Dios y no de los
hombres cambiar a alguien de ambiente, pues solo Él sabrá la capacidad que
tiene cada cual para asimilarlo o el momento propicio para mostrárselo. Si bien
no depende de nosotros, hay algo que sí debemos hacer y a lo que debemos estar
dispuestos conforme a la ordenanza que dicta el pasaje de Romanos 12: 2 y es a renovar nuestro entendimiento; dicho de otra forma a permitirnos comprender de nueva manera para confirmar lo
concerniente al buen propósito Divino.
Los israelitas experimentaron en
carne propia un cambio abrupto de ambiente y la gran mayoría de toda la
multitud que salió de Egipto, no pasó la prueba. Después de vivir más de
cuatrocientos años en cautiverio, cuando obtuvieron la libertad no supieron qué
hacer con ella. Se quejaron todo el tiempo y tentaron a Dios en el desierto. La
esclavitud hizo estragos no solo en sus cuerpos físicos mientras estuvieron en
Egipto, sino también con sus mentes, pues aunque salieron de la esclavitud, continuaron
siendo esclavos sin darse cuenta. Extrañaban lo que habían dejado atrás y eso
hizo que toda aquella generación, con excepción de Josué y Caleb, fuese
consumida en el desierto y no entrara a la Tierra prometida. Fueron sus hijos,
nacidos en el desierto, los que nunca habían vivido en cautiverio, quienes
pudieron recibir lo que Dios tenía.
Tanto tiempo de conocer una forma
de vida de iglesia la cual se te hace tan común; tanto tiempo de conocer la
religión, que ya se hizo parte de tí. Quizá seas esclavo o quizá ni
piensas que lo eres pues te acostumbraste a ello. La esclavitud atacó la misma fe
y confianza de los israelitas quienes no creyeron que Dios tenía una tierra
mejor para ellos y eso cabó sus tumbas. ¡Qué lamentable realidad vivimos también
hoy!
Ser enseñado por el Señor frente
a una pecera, me hizo meditar en la condición en la cual estamos todos quienes
nos llamamos cristianos.
¿Es nuestro medio una pecera
cómoda y nos encontramos plenos y felices allí? ¿Estarán aptos nuestras mentes
y corazones como para ser trasladados a esa libertad suprema de Dios que
creíamos haber conocido pero la realidad es que ni tenemos idea de lo que significa?
¿Cuánto camino nos faltará por recorrer para ver y experimentar realmente la gloria
y libertad de la Casa del Señor, tal como se describe en la vivencia de los
primeros hermanos allá en el libro de los Hechos de los apóstoles? ¿Estaremos
encaminándonos hacia esa libertad o simplemente no saldremos del desierto?
Particularmente es mi oración
constante en este continuo aprender la libertad de Dios, poder ser digno no
solo de saber que hay un hábitat mayor, sino de comprenderlo y experimentarlo en todo su
esplendor, pues evidentemente nuestros hermanos del primer siglo tenían como su
ambiente normal “la grandeza de un lago” no tan limitada pecera.