Analogía sobre la iglesia en Juan capítulo 11:
1-44
1era. parte de dos
Escrito autóctono
Leyendo
la historia de la muerte y resurrección de Lázaro, vino a mi corazón una
interesante semejanza sobre la iglesia.
Recordemos
que el Señor Jesús mantenía una comunión estrecha con sus amigos Lázaro, María
y Marta. Platicaba con ellos, les enseñaba en la intimidad de su casa, comía
con ellos y además cada vez que estaba en su región (Betania), se quedaba en su
casa.
Ejemplo
mismo de la relación que tendría con sus seguidores más cercanos y por supuesto
su iglesia futura.
Pero
en una ocasión en que el Señor se encontraba lejos, Lázaro enfermó gravemente y
falleció. Su amado amigo, había partido y el Señor no había estado allí para
evitarlo.
Al
saberlo y regresar, miró el dolor de sus hermanas y de la gente, entonces narra
la Palabra que Jesús también lloró. Más Dios tenía su plan.
Humanamente
hablando nada se podía hacer, el cuerpo llevaba cuatro días de muerto, estaba
en el sepulcro en avanzado estado de descomposición, imposible para los hombres
cualquier esperanza, desechado de los seres vivos. Pero Dios tenía un
propósito.
Ver
a muchos creyentes hoy honestamente, no brinda esperanza. Pienso en este
momento que hasta la creación se duele de verles sin reacción alguna. Son parte
de una iglesia cristiana ya hasta por tradición; creyendo estar vivos no se dan
cuenta que son muertos practicando una religión. Pero Dios cumple su plan.
Jesús
que es la resurrección y la vida, manda a quitar la piedra. No la quita él como
parte del milagro que estaba a punto de suceder; mover la gran roca circular no
era el objetivo del propósito divino, solo lo obstaculizaba momentáneamente.
Los hombres, quizá los mismos que la hacían rodar para sellar la entrada a la
tumba eran quienes debían moverla de en medio. Finalmente la piedra no la había
puesto el Señor allí.
Qué honroso verse útil en algo que podemos hacer los hombres dentro del
propósito maravilloso de Dios; pero ojo, en ese plan no debemos “atravesarnos”
a hacer más que lo que nos enseña la historia:
Primero,
escuchar la voz del Señor.
Segundo,
obedecer su mandato.
Tercero,
quitar de en medio todo lo que nosotros hemos puesto.
...y
algo fundamental:
Cuarto,
quitarnos también nosotros de en medio.
Entonces,
su Plan efectivo continúa.
Continuará…