domingo, 3 de mayo de 2015

El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor (Las 7 cosas que Dios pide). 4° parte



El conocimiento nos debe llevar necesariamente al amor
(Las 7 cosas que Dios pide). 4° parte
Escrito autóctono

Continuación…

“Saca la viga de tu propio ojo para que puedas ver la paja del ojo de tu hermano...” Mateo 7: 3-5

El Señor no desestima que los hombres miren la paja del ojo del hermano. Pero aclara que se debe revisar el propio ojo primeramente. Una a una las recomendaciones que dio en este sentido y la enseñanza que nos da la Palabra en términos generales va en esa línea. No debemos obviarlo, sino someternos a la forma de la Palabra, porque haciéndolo así, también nosotros estamos considerándonos a nosotros mismos como parte de un cuerpo y ninguno se debe creer fuera ni exento de esta ordenanza del Señor bajo ninguna circunstancia. Quien lo ignore, no solo desobedece lo que Dios claramente estipula sino que está acumulando condenación para sí. (Romanos 2: 1; 13: 2)

Ahora bien, saber estas verdades no debería dar pie a que broten cantidades de personas que crean poder juzgar ahora sí, porque no es ese el fin del asunto, sino llamarnos a reflexionar en cómo lo hemos hecho hasta ahora y nos abstengamos de juzgar lo más que sea posible porque finalmente no todos estamos en la capacidad de hacerlo con el cuidado que se requiere, por lo que es vital dejar que el Espíritu sea quien lo indique para que resulte bien. La finalidad del juicio debe traer necesariamente en sí la constricción del espíritu de quien es juzgado para llevarle al arrepentimiento, no a su destrucción.

Esto producirá humillación en quien es juzgado, sobre todo porque el que juzga también se encuentra en humillación delante del Señor.

Acá entonces podemos analizar el cuarto aspecto que forma parte importante de lo que Dios pide.

Miqueas 6 en su verso 8 nos lo presenta:
“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide El Señor de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.

La humillación es una de esas actitudes que más mueve a Dios en favor del hombre y también que más ama de él. Nada lleva al hombre al punto mismo de su realidad más que la humillación. Nada permite a Dios hacer una obra más pronta en el hombre que verle humillado ante Él. No es cuando el hombre es humillado (eso es otra cosa) sino cuando él mismo en reconocimiento de su pecado, se humilla. “Un corazón contrito y humillado no despreciarás…Salmo 51: 17

La altivez -contrario a la humillación- es lo que más aborrece Dios en el hombre.

La humillación sabe reconocer el error y se duele por él. No pide misericordia, sabe que no la merece. Se presenta ante Dios sumiso y totalmente abandonado a su suerte. Dios dispondrá en su soberanía lo que hará y no cuestiona absolutamente su designio.

No nos engañemos, la humillación no es lo mismo que la humildad; es más profunda. La humildad podría reconocer su pecado pero ciertamente no está arrepentido. Simplemente agacha la cabeza avergonzado por haber sido descubierto más no se postra en dolor. Por ello no es una actitud de humildad lo que se nombra en Miqueas sino una de humillación.  Fue la actitud del ladrón en la cruz junto al Señor; no clamó por misericordia, tan solo ser recordado. No solicitó nada para sí -como si lo hizo el otro ladrón con descaro-, pues sabía que no merecía nada, y de por sí ya era demasiado tarde como para reparar algo en su vida. Estaba perdido y eso era ineludible. Pero en su humillación Dios le abrió el cielo plenamente.

Pasó exactamente igual con el hijo pródigo; volvió en sí y regresó a la casa de su padre más no iba pensando en procurar tomar nada, ni pedir ser restaurado a su anterior estatus de hijo sino al menos poder ser un jornalero más. No pensaba en nada para sí pues reconocía que su mal lo había hecho perder todo, aún hasta su condición de hijo. Pero el padre le recibe y lo restaura.

La humillación es rasgar el corazón ante el Señor y Dios lo recibe como una ofrenda de olor grato. Ella hace que mostremos el corazón tal cual, sinceramente, sin querer ocultar nada. Al fin y al cabo Dios conoce lo que hay en él aún si no se lo mostráramos, pero la actitud de abrírselo por voluntad propia para que Él mire dentro, hace la diferencia entre humillación y humildad.

Más no son muchos los que llegan a eso. A lo sumo lo que las personas temen la mayoría de las veces es un castigo, pero igual volverían a pecar de tener la oportunidad. Lo que los hombres tenemos de sobra en nosotros lamentablemente es más orgullo que otra cosa. Creemos que humillarnos ante Dios es indigno porque lo consideramos una debilidad. Muchos prefirieron morir que humillarse ante Dios.  Jamás habrían derramado ni siquiera una lágrima de arrepentimiento ante Él.

Tal es la soberbia de muchos, que les ciega al grado de la estupidez de tomar el camino de la perdición, prefiriendo sufrir aún el castigo eterno antes de doblar su rodilla porque su envanecimiento pudo más. Pudieron haber echado mano de la salvación y la menospreciaron con jactancia.  Judas fue un orgulloso implacable que tomó su propia destrucción. Pudo haberse humillado como lo hizo Pedro y haber sido restituido al lugar que le había sido dado por el Señor. No tenía que perderse. ¿Acaso alguno de nosotros se libra de ser hijo de perdición también? ¿Cuántos no hemos negado al Señor y le hemos vendido? ¿No fuimos nosotros quienes le crucificamos? Judas no quiso humillarse afrontando con pena su vergüenza en arrepentimiento y se fue al lugar que escogió por su arrogancia.

Sepamos cada uno de nosotros valorar lo verdadero y la bondad infinita de Dios al darnos la oportunidad de ser restaurados a pesar de cuán inmerecedores y pecadores somos.

¡Oh Gracia infinita de Dios que solo pide mi humillación para declararme inocente, abriéndome el cielo de par en par como si nunca hubiese pecado!

Continuará…