sábado, 17 de octubre de 2015

Conversaciones de iglesia (6º Parte)



Conversaciones de iglesia (6º Parte)
Escrito autóctono

Continuación…


La Palabra de Dios llama a la iglesia “El cuerpo de Cristo”.

Entonces al mencionar la iglesia en cualquier parte se refiere a dicho cuerpo, no a muchos cuerpos. Si cada vez que la Palabra de Dios usa los términos “la iglesia” o “las iglesias” y colocamos allí “el cuerpo de Cristo”, el ejercicio constante de eso nos ayudará a visualizarla y lo que hacía y cómo se mostraba. Inténtelo y notará la diferencia.

Mucho del problema que ha representado referirse a la iglesia en términos denominacionales que a su vez se diluye en pequeños grupos institucionales, es lo que ha sembrado en las mentes de las personas por siglos.

Les hace sentir (y eso está tan impregnado en todos como la sangre que corre por sus venas), que tienen una iglesia (note la expresión), que asisten a la iglesia cuando van a un culto en un edificio, que su iglesia abre a cierta hora y cierra a otra, que su iglesia es mejor que la otra que está en la otra cuadra o a la vuelta de la esquina,  (entre otras pésimas formas de asimilarlo).

Entonces cuando alguien por alguna razón tiene un problema en su iglesia, se va para otra. Si la que tiene deja de satisfacerle, busca otra en que “sí esté la unción”; si ya sus líderes no cumplen o dejaron de dar la talla o no le prestan la atención debida, de pronto buscará otros en otra denominación que si lo hagan.

Y en ese “jueguito de iglesias aquí y allá” permanecen toda su vida. Muchos consideran que deben servir a Dios haciendo grande su denominación para que llegue a ser la iglesia más grande y poderosa de una zona de manera que todos sepan que allí si está Dios con ellos.

Terminamos pensando entonces que nuestra presencia y membrecía en una iglesia, va en función de todo cuanto podamos hacer y colaborar para ella porque ese es el reino de Dios y su casa. Cuando no funciona así o dejamos de sentirnos útiles o serles de utilidad a esa organización, nos trasladamos a otra a repetir el proceso.  Cuándo doctrinalmente cambia o no nos parece lo que predica, migramos a otra. ¿Qué queda atrás? Buenos y muchas veces malos recuerdos y hasta enemigos.  ¡Qué horror!

Se da lamentablemente como para colmo de males, que hasta llegan personas a esas iglesias que buscarán la oportunidad de llevarse consigo a todos cuantos puedan dividiéndolas, para fundar sus propias iglesias con aquellos a quienes sacaron. Y el jueguito sigue.

Todo alrededor de entrar y salir de esas iglesias para entrar y salir de otras. (Rol repetible vez tras vez). Van a la iglesia, se alimentan allí, salen de ella al terminar el culto; regresan a la iglesia la próxima vez que halla culto, sirven, salen y se dedican a sus vidas y negocios; entran, continúan, y si de pronto no les pareció algo o tuvieron algún problema, salen y buscan otra porque Dios guarde no “ir a la iglesia”. (¿Le suena familiar?)

Se enfrascan en una clara competencia (no declarada) con otras iglesias, a ver quien logra atraer a mayor cantidad de personas de la zona y quien realiza los mejores programas. Y otra vez, si alguien tiene un problema en una, se va para la otra y los de la otra que tengan problemas allí, se vienen para la una.

Se termina creyendo que todo lo que no sea como eso ni funcione de esa manera, es herético, satánico, diabólico, engaño del enemigo…etc.

Finalmente alguien se cansó del asunto y “se salió de la tal iglesia” y “se fue para el mundo”.

¿Qué pensará Dios al vernos en ese vaivén?

Nadie piensa en función de lo que el Espíritu de Dios hace en su vida para provecho de los demás hermanos que tiene alrededor sin importar su “membrecía”. Nadie imagina siquiera en que tanto allá como acá están sus hermanos y que tiene plena libertad de relacionarse con todos porque son de los mismos. Es la familia -única familia de la fe- que le proveyó Dios mismo.

Si nos quitaran los “nombres” y “apellidos” o si los lográramos suprimir de nuestras esencias, si botáramos las paredes denominacionales, entonces simplemente seríamos la iglesia del Señor y nada más.  ¡Es esa libertad la que algunos temen o no les conviene?

¿Sabe por qué? Porque le han programado para pensar que usted pertenece a un grupo determinado que a su vez pertenece a alguien (que no necesariamente es Cristo aunque le insistan en ello) y forma parte de una selecta organización “celestial”, y que hay personas de Dios que lo cuidan… ¡el problema es que lo están cuidando para ellos!

¿Comprende la razón por la que escribo y lo que nos metieron en la cabeza?

En fin, volvamos nuestros ojos a la Palabra. ¿Qué nos dice ella?


Continuará…