domingo, 11 de junio de 2017

Una Nueva Forma para vivir (8° parte)



Una Nueva Forma para vivir (8° parte)
Escrito Autóctono

Continuación…

Pero en medio de todo esto está la realidad de que por mucho que corramos o anhelemos, es muy probable que aquello que pensamos como lo justo y santificado sea más bien una cortina de humo, un estorbo que no nos permite abrirnos y ver la verdad.

Pasaba igual con el velo que separaba el lugar santo del santísimo en el tabernáculo y posteriormente en el templo, que no permitía acceder ni ver más allá de él. La Santidad, Gloria y Presencia de Dios no estaban en aquel velo sino al otro lado de él.

Aunque había sido santificado como todo en ese lugar, nadie que no fuese el sumo sacerdote podía traspasarlo una única vez al año y además estando santificado, de lo contrario se exponía a morir.

Pero hay alguien que por sus características tan particulares, es considerado por Dios no solo para comprender como nadie en su época lo que había ocurrido desde el singular acontecimiento de la cruz, sino que se le revela igualmente de forma muy particular y sobrenatural, todo lo referente a la dinámica del cuerpo místico de Cristo (la iglesia) que hasta ese momento era una realidad en pleno proceso, pero oculta a sus actores. El conocimiento aportado por Dios por medio de su Santo Espíritu a este hombre, y su ardua labor en casi todo el mundo conocido de entonces, le hace acreedor de los más ricos escritos que disponemos hoy en forma de cartas a las iglesias y hermanos de las diferentes regiones que visitó; testimonio fiel con detalles amplios y claros acerca de la nueva forma que Dios en su voluntad establecía. Es la nueva dispensación, la de la gracia y la forma de vivirla.  

Saulo (que tiempo después vendría a ser Pablo), tenía muy clara su misión en su vida pasada. Estaba definido en sus conceptos (Hechos 22: 3-5; 26: 5, 9-11; Filip. 3: 5). Si existía alguien debidamente preparado y formado desde su niñez en tales formas lo era él. Desde su perspectiva los demás debían alineársele, jamás cedería un paso atrás conscientemente. Cualquier método validaba volver a encarrilar a los demás a lo que él conocía y había aprendido aún con la Escritura en sus manos al mejor estilo de “el fin justifica los medios”. Dios tenía que estar de su lado porque hacía las cosas celosamente al pie de la letra de lo que él había aprendido que Dios pedía.  Amigo de quienes pensaran y fueran como él, enemigo acérrimo de quienes fueran diferentes. Ni en sueños se hubiese sentado a escuchar razones diferentes a las suyas en un ambiente de tolerancia. Ni creía necesitarlo. Nadie lo vería moviendo un dedo en defensa de un hombre o una mujer, ni siquiera un niño miembro de una agrupación que él considerara parte de un movimiento de fanáticos falso, por pensar diferente a lo que él daba como un hecho y única verdad universal y contundente. Tal era su pasión y determinación que estaría dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias tras los “infieles” para erradicarlos de la faz del planeta. Había impuesto el terror con solo mencionar su nombre.

Ése era Saulo de Tarso.

Continuará…


Le bendecimos y agradecemos compartirnos su sentimiento conforme a cualquiera de las 4 casillas siguientes. De nuevo, gracias!