Una Nueva Forma
para vivir (9° parte)
Escrito Autóctono
Continuación…
Ése
era Saulo de Tarso.
Una
tromba que nadie detendría, un tren cargado y sin frenos arrasando todo a su
paso hasta que colisionó con un muro impenetrable: ¡Cristo! El impacto fue tan
fulminante que lo sacudió hasta sus mismas entrañas. Nada quedó en pie en él.
Quedó hecho trizas al pegar con la Roca. Literalmente fue cegado por el
resplandor de la luz divina que le rodeó camino a Damasco. No podía moverse ni
asistirse por sí solo. Quienes iban con él para cumplir con sus órdenes
quedaron a la deriva totalmente desconcertados sin saber qué hacer. La voz le
dio indicaciones de qué hacer llegando a Damasco, pero no a lo que iba
originalmente sino quedar en una casa encerrado hasta recibir nuevas
instrucciones.
¿Cómo
debieron ser esos días y noches en que no tenía nada a qué aferrase? ¿Qué
pasaría por su mente? En su desesperación solo atinó a una cosa. Expresarle a
Dios (al que conocía o al menos había asimilado toda su vida) su situación tan
confusa. ¿Cómo se debía referir a Él? ¿Qué palabras usar? ¿Quedaría ciego el
resto de su vida hasta morir? El asunto se tornó peor porque Dios no le dijo
nada. Nadie le respondió. El silencio más apabullante lo rodeó. Abandonado por
todos y aún por su Dios. La única cosa que quedaba era seguir orando hasta
morir. Al fin y al cabo ya nada le quedaba, ni aún todo cuanto sabía. Solo
recordó como una esperanza que aquél que se le había aparecido le dijo cosas
inentendibles para él entonces. El tono poderoso de su voz y sus palabras
resonaban en su conciencia. Tal vez si oraba mentando el Nombre que le escuchó
decir: “Jesús” y que solo había oído en labios de aquella bandada de fanáticos
o cuándo los forzaba a blasfemar.
Y
mientras no estaba ni en este mundo ni en el otro, débil por no ingerir nada de
alimento, miró con duda una visión. Como la ven aquellos que en el desierto por
el sol calcinante y sin agua parecen acercarse a un oasis que es solo una
ilusión antes de morir. Alguien que no conocía entraba y oraba por él. Le
pareció hasta escuchar su nombre “Ananías” en aquella visión. No era real, era solo parte de lo que produce
la mente desconcertada -pensó-. Y las horas parecían eternas. Dios, su Dios
nunca le respondió. Jesús, el Jesús al que ahora clamaba tampoco se le apareció
más ni le habló de nuevo. Pero como alguien determinado, seguía orándole a las
paredes si acaso.
Ese
tiempo de total abandono de todo, sin absolutamente nada, le era necesario
aunque nadie realmente quiere pasar por eso. Aún después de haberlo pasado,
nadie querría volver allí. Pero para Saulo era el principio.
Continuará…