La prueba de la Verdad (3°
parte)
Escrito autóctono
Continuación…
Ni los logros reunidos,
ni el dinero o riqueza acumulados, ni posesión adquirida o posición alcanzada,
ni buen nombre amasado, ni fama. No pesará el carisma, o virtud alguno, el
éxito de ninguna especie, las amistades construidas, la magnitud de las obras
edificadas, la imagen, el poder, las masas fascinadas. No alcanzará la popularidad
obtenida, inteligencia, señales o milagros realizados, elocuencia, respeto conseguido,
habilidades,… ¡NADA!
Solo amor, verdadero y
genuino amor; claro, transparente, fiel, puro; amor ajeno a adiciones, sin
compromisos adquiridos, sin afiliaciones, sin demostraciones absolutas. Simple,
humilde, discreto, callado. Amor a flor de piel, sin esfuerzo, sin cálculo
alguno, sin miramientos de ningún tipo, ¡libre!
No hablo del amor humano
interesado, calculador, condicional. Tampoco tiene que ver con aquel al que se
le ha dado un matiz erótico o sensual; ni se trata de atracción de género. No
es ni siquiera el filial. No se refiere al amor de una madre o un padre por sus
hijos ni viceversa. Tampoco aquel que se promete en un altar para toda la vida
aunque sea cierto y sincero.
No es el de este mundo,
ni se alcanza por medios humanos. Hablo del amor que tiene vida propia.
Imposible reproducirlo o duplicarlo por voluntad humana.
Ese amor se tiene o no,
se conoce o no, se evidencia o no. Su fruto también es único y fácilmente
reconocible por lo que nadie puede falsificarlo.
Es amor que hace amar a
todos sin excepción y sin esperar nada a cambio. Amor que atiende al
necesitado, amor que se da por los demás. Amor que alimenta, cuida, visita,
ayuda, fortalece, viste, abriga, acompaña, perdona. Amor que se sacrifica.
Continuará…