Doctrinas y prácticas evangélicas en el ojo del escrutinio. 86° Parte
Continuación…
Se trata entonces de una ordenanza apostólica local, no de un mandamiento apostólico universal. Esto porque la participación de la mujer en la iglesia del primer siglo era la misma de cualquier hombre, una que era importante más no relevante por sobre nadie. Una que es por turno y no centralizada en nadie específicamente más que en Cristo el Señor.
En la familia, se cumple que el mayor sirve al menor. En el caso del padre de familia lo podemos comprender con claridad, no porque sea mayor porque en realidad no lo es, más sí ostenta la calidad de cabeza.
¿Pero serlo significaba un puesto de mando y control? ¡Claro que no! es una designación que le señala para servir a los suyos, no para servirse de ellos.
Su función como cabeza en su familia, es la misma de Cristo para con la iglesia según nos define la Palabra.
Y nunca vemos a Cristo tiranizando, manipulando, maltratando, aprovechándose, dominando, ni nada por el estilo respecto a la iglesia sino amándola, embelleciéndola, sirviéndole, cuidándola, entregándose por ella. ¡Qué diferencia al concepto machista que los hombres (aún los religiosos) le dan al tema de sentirse cabeza de la mujer!
Por desgracia en la iglesia tradicional se insiste impregnando niveles de cargo a funciones de servicio como lo son ser obispo, pastor, apóstol, profeta, evangelista, maestro, etc; como si el funcionar con cualquiera de ellos se tratara de puestos por encima de los demás y lugares de señorío, lo que a la luz del Nuevo Testamento es un verdadero desvío y error doctrinal.
No terminamos de comprender que todo en la casa del Señor y según la sana doctrina Neotestamentaria, se complementa entre sí para glorificar el Nombre del Señor y todo tiene tal importancia que, si carecemos de algo, es más difícil que la obra del Señor se desarrolle sanamente.
Continuará…