“Aprendí lo malo en la iglesia...”
Escrito autóctono
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,…” Juan 10:27
Recién escuché estas duras palabras:
“Lo malo lo aprendí en la iglesia”, de alguien que ha estado muchos años en la iglesia
tradicional cristiana.
Me resultaron fuertes no por ignorar
la lamentable realidad, sino por la expresión casi frustrante con que nos las
compartiera en detalle a mí y a otros
que se las escuchamos decir.
Pero, ¿son ciertas?
Sinceramente quisiera decir que no,
pero la verdad es que el sitio en que nos congregamos, seno en el que las personas vienen a oír del
Señor para mejorar sus vidas, no debería ser lugar en que muchos encontraron
piedras de tropiezo en su camino y cayeron.
Diría uno que por ética o al menos
en teoría, debería estar libre de malas influencias, pero a decir verdad
pecaríamos con creer que todo es color de rosa allí. Desmotiva un poco, pero es
la realidad.
Son muchísimos quienes buscando tratar
sus propios males, se encontraron con la oportunidad muy fácil de hacer lo malo
entre el pueblo de Dios y no frenaron sus intenciones. Inclusive hallaron
terreno muy propicio para pecar y pecaron.
Sería mentir decir que no hay maldad
entre quienes se centran en la búsqueda temerosa de Dios pues la continua lucha
contra el pecado es materia constante entre los hermanos. Es como creer
ingenuamente que uno nunca se podría contagiar de alguna enfermedad en la
clínica o el hospital pues allí va la gente para curarse y no para enfermarse
peor.
No pretendo dejar expuesta una
situación que quizá mejor debería callarse para no asustar a nadie. Eso,
éticamente hablando, si que estaría mal. Tampoco pretendo “rasgar” mis
vestiduras contra la perversión que pueda haber en la iglesia tradicional,
tapando el sol con un dedo diciendo que de por sí ya lo sabía o sugiriendo como
que en la figura de nuestra práctica ahora, eso no existe.
No señalo aquí únicamente a la
iglesia tradicional cristiana en que estuviéramos tantos años; incluyo más bien en
primera instancia a la figura misma que experimentamos ahora de iglesia en
casas, la cual por cierto no está exenta. Experiencias que se han vivido allí y
lo que recalca aún la misma Palabra de Dios, deja clara esa realidad. De hecho es en la comunidad de hermanos congregados por las casas en el
primer siglo donde aparecen por primera vez estas crudas situaciones. No dudo
que la relación tan cercana que tenían y la inmadurez en la vida del Señor de sus primeros años, pudieron haber sido los detonantes para el mal,
pero curiosamente esa cercanía fue también el antídoto efectivo que les
permitió no solo detectar los problemas, sino
también tratarlos con toda seriedad.
La Biblia nos comparte no pocos
ejemplos de situaciones anómalas en los corazones de los miembros de la iglesia
que debieron ser tratados, pero que en algunos casos los procesos se revirtieron
contaminando a otros con todo aquello que no se quiso nunca llegase a ser práctica
entre ellos. La Palabra nos advierte sobre eso y nos llama la atención (Hebreos
12: 15 y 2° Pedro 2: 20-23).
Pero entonces ¿dónde podríamos estar
seguros si aún la iglesia es vulnerable al pecado?
Quisiera tener una respuesta
diferente pero lo cierto es que no hay un sitio seguro.
Algunos toman como excusa por sus malas
experiencias vividas, alejarse de estar con los hermanos pues -allí hay mucha
hipocresía- dicen. Sin embargo eso es ignorar lo que ya observamos en la
Palabra y lo que enseñó el mismo Señor. Ciertamente no hay un sitio seguro, pero estar
alejado de los hermanos resulta más peligroso aún.
Jesús habló claramente que entre el
trigo también crecería la cizaña y eso quedaría así hasta el día en que Él
regresaría. Entonces ¿Cuál es la forma
de lidiar con eso?
El Señor lo dijo: “Mis ovejas oyen
mi voz… y me siguen”.
Hay aquí una verdad más profunda de
lo que podríamos someramente leer. El Señor dijo alguna vez que al final del
tiempo, separaría a las ovejas de los cabritos colocando a unos a la derecha y
a los otros a la izquierda tomando solamente a las ovejas para sí. Esto nos
revela entonces que donde quiera que estén sus ovejas, también habría cabritos.
Es ineludible. Estos últimos representan a aquellos que entraron al redil, pero
simplemente se identificaron con los de su misma especie haciendo lo
característico de su especie. Nadie confundiría una oveja por un cabrito aunque
compartan ciertas características como animales de pastaje, pero en definitiva son diferentes. Ahora, si tenemos un cabrito
entre muchas ovejas es muy probable que a la larga no lo notemos, igual si
tenemos una oveja en medio de una manada de cabritos. Para el conocedor, ello
no representa problema, pero para cualquiera que no trata normalmente con esos
animales, la situación podría ser diferente de primera vista.
Si somos ovejas en su redil, oiremos
la voz del Señor y la reconoceremos, y acudiremos a Él siguiéndole, pero si
somos cabritos, nos juntaremos a otros cabritos a hacer todo lo que hacen los
cabritos y al final seremos desechados.
Esto nos debe llamar a reflexionar,
pues si somos ovejas haremos y nos comportaremos como las demás ovejas estando
entre ellas, pero las hay que también son desobedientes y necesitan aprender a
obedecer para no salirse de su manada la cual oye la voz de su Señor y le
sigue, pero si es cabrito, seguirá siéndolo.
Lo mismo ocurre con la cizaña y el
trigo. Se es uno u otro, pero ha de saber usted que nunca dice la Biblia que
Dios convertirá el uno en lo otro. Igual en el caso de ser oveja o cabrito.
Nadie puede decirle a usted que es
oveja o cabrito, trigo o cizaña, eso solo Dios lo sabe. Pero si a la verdad
usted es de los que se junta con los hermanos carnales de la iglesia para hacer
carnalidades, por un lado pídale a Dios que le cambie y arrepiéntase, y por otro busque a las
ovejas y júntese con ellas, pues seguramente usted es una oveja mal acostumbrada
que vivió entre cabritos toda su vida y actúa como uno de ellos. Si es oveja, le
es inherente escuchar la voz del Señor para seguirle, pero le aseguro que lejos
de las ovejas no le podrá escuchar.
Esta recomendación no lo recibirá un
cabrito, pues está y se siente a gusto con los de su especie. Nadie, ni Dios mismo cambiará eso conforme lo
deja ver su Palabra.