¿Qué del hacer o no hacer para agradar a Dios?
3era y última parte.
Escrito autóctono
Continuación…
Y hay algo más
Nada de todo esto tiene que ver con creer que yo puedo
alcanzar la estatura de Cristo de forma individual siendo un “vaquero
solitario” en la casa de Dios. No descartemos la verdad bíblica de la vida de
comunidad. Si bien la Palabra nos muestra como su templo en el plano singular, lo
somos igualmente en lo plural (1° Cor.
3: 16; 6: 19). Conformamos el templo de
Dios de manera corporativa, y nuestro cuerpo -individualmente hablando-, es
templo del Espíritu. Lo mismo ocurre con el concepto iglesia: soy iglesia como
persona pero parte de ella dentro del cuerpo de Cristo expresado en comunidad
con otros. Aunque soy iglesia, está claro que en forma solitaria no represento
su plenitud y funcionalidad.
La gran mayoría de los verbos y acciones planteados en la Palabra para que yo los
desarrolle en mí según la persona de Cristo, tienen efectividad y son
funcionales únicamente estando en comunidad con otros. Hebreos 6:10 Porque Dios no es injusto para olvidar
vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo
servido a los santos y sirviéndoles aún.
Hay una responsabilidad de qué es lo que tengo y se mira
en mi no solamente por mi causa particular, sino también y principalmente por
mis hermanos por cuanto conformamos un cuerpo. Porque de la manera en que
Cristo se vea en mi, honrará al Señor en mis hermanos o afrentará a Cristo,
afectándoles. Dios lo planeó así.
Algunos consideran que su vivencia en el Señor es cosa
personal, a nadie debe importarle. Pero la Palabra nos muestra la importancia
de ser de un mismo sentir, que nuestro comportamiento edifique al resto, que
nos cuidemos y alentemos unos a otros. Somos un cuerpo, y la buena
funcionalidad del cuerpo depende de que cada quien crezca y lo haga bien. De nuevo, tenemos una responsabilidad para
con nosotros mismos y para con los demás.
Finalmente, si usted piensa que “hacer” a la manera de la Palabra es estar demasiado
ocupado, es seguro que esté mezclando cosas de su humanidad con las del Señor y
la realidad es que eso no sirve de nada. Aunque son obras, ellas no demandan un
trabajo de agotamiento físico pues lo que está ocurriendo en nuestro interior
es un proceso de transformación en el espíritu. Solo hemos de descansar en Él y
no afanarnos. Descansar no es sinónimo de no hacer nada. Hemos de proceder a
despojarnos de ese viejo hombre acercándonos más y más al nuevo.
Recordemos que este proceso de Dios en nosotros es vida
para nuestro ser.
Conceder espacio para que la vida del Señor que está en
nosotros se haga patente, nos hace entender que estamos muriendo a nosotros
mismos para permitirle a Él dejarse ver a través de nosotros. Conocerle
experimentalmente. Esta debe ser nuestra meta máxima y nuestro anhelo diario.
Ver a Cristo en nosotros ha de traer gloria a nuestra existencia. ¿Y cuál si no
es este el deseo del corazón de Dios? ¿No es esto también la meta apostólica
para con los santos según vemos en la Palabra? Requiere trabajo de nuestra
parte. Nuestra cuota en el propósito de Dios.
No perdamos nuestro norte.
Creer por un lado que nada debo hacer porque todo lo hizo
Cristo puede llevarnos a una falsa doctrina que plantea erróneamente la gracia
de Dios. Esos movimientos de engaño llevan a sus seguidores a una pasividad
dañina, creyendo que pueden hasta practicar el pecado sin ningún problema, pues
de todas formas ya Cristo pagó y proveyó para ellos.
Creer por otro lado que tengo tanto por hacer para agradar
a Dios, es igualmente errar. No olvidemos que no es por obras para que nadie se
gloríe.
Comprendámoslo, no debo “hacer” para alcanzar agradar a
Dios, “hago” como resultado de que su Vida me alcanzó a mí. No existe nada que
yo pudiese hacer que agrade al Padre ajeno de la persona de Cristo. Pero todo
lo puedo (hacer) en Cristo que me fortalece.
El propósito: Crecer en la gracia y el conocimiento de
Cristo. (2° Pedro 3: 18)