Meditaciones sobre adoración
(2° parte de 2)
Escrito autóctono
Continuación…
Lo expongo de otra manera.
Estuve soltero hasta que me casé;
es decir, no puedo vivir como casado sin haber dado el sí. No puedo vivir como
soltero después de ese sí. Haga lo que haga, cualquier cosa, estoy casado. No
lo estoy solo cuando participo en intimidad de matrimonio con mi esposa, lo sigo
estando aunque nos separe medio mundo de distancia. Ella es la única que tiene
el estatus de esposa aunque halla otras mujeres alrededor. Estoy casado, es mi condición.
La adoración entonces es una
condición, un estado de vida. La música no es preponderante en esa condición.
Soy adorador no porque cante
bien, o porque sea un virtuoso en un instrumento musical que haga “llorar” a
los oyentes cuando me escuchan cantar o tocar. Las lágrimas y los sentimientos
más profundos pueden salir a brote producidas igualmente por cantante o músico
que no es ni siquiera creyente.
Tampoco soy adorador porque tenga
cierto perfil de adorador que alguna mercadotecnia patentó.
No tengo nada contra la música;
no podría, es parte de mi vida y la disfruto plenamente, pero he de dejar en
claro cuán importante o imprescindible es ella para mi adoración, o más bien
cuanto he permitido que mi adoración dependa de su presencia o no. Quiero dejar
por sentado que no debemos limitar nuestra adoración a que haya música o canto.
Debemos permitirle al Espíritu de Dios que nos enseñe a expresarnos en toda la
gama de la adoración de la cual la música o el canto podrían ser tan solo una
pequeña parte de entre toda esa gama. Es imprescindible que crezcamos y
vallamos más allá. Es imprescindible explorar en la Palabra la infinidad de
formas de adoración que ella muestra para nuestro provecho, sin que le
impongamos música y canto a todo. La única forma de saber cuán dependiente
estamos del pentagrama, es si podemos adorar de cuantas formas seamos
inspirados sin que esté presente. No estoy llamando a que eliminemos la música
de la adoración, solo a que nos abramos a nuevas formas de adorar que no dudo
el Padre apreciará. Me llama poderosamente la atención como los seres vivientes
del cielo no cesan de decir de día y de noche a Dios “Santo, santo, santo es
el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”. ¿Notas como aquí no dice “cantan Santo, Santo,
Santo...”?. Si lo vemos humanamente hablando, nos parecería un disco rayado, pero ¿qué
profundidad y amplitud de adoración hay en esa sola expresión en que ni
siquiera existe la música o el canto?. ¡Cuán hermosa y sobrenatural capacidad deben
tener esos seres para cantar!, pero ni siquiera está en su “repertorio” del
Santo, Santo, Santo adorar cantando. De nuevo nos hemos quedado cortos…
Y algo más para meditar -hablando
de adoradores genuinos-, es que no hay tantos en esa condición. Realmente no
surgen a granel. Si el Padre los busca, es porque no están tan a la mano.
Hablar de una “generación de adoradores” porque todo el mundo adora lindo en
los congresos de alabanza y adoración o en las reuniones de hermanos, levantando
las manos, cerrando los ojos y concentrados en cantar las letras poniendo en
ello todo su sentimiento y corazón con coros de exquisita armonía, no me dice
que toda esa cantidad de personas sean adoradores de verdad. Tampoco porque la
adoración llegó a convertirse casi en una moda surgiendo equipos de alabanza
con expositores impresionantes en canto y música cada nada a diestra y
siniestra.
La respuesta es simple. No es
fácil encontrar corazones verdaderamente rendidos a Dios.
Aquellos que se dicen ser
adoradores modernos porque cantan bien o tocan con virtuosidad un instrumento,
hay que verles en el diario vivir, lejos de las tarimas, amplificadores,
instrumentos, luces y bullicio de las masas, a ver si reconocen a Dios genuinamente
en sus vidas y estas se mantienen postradas, entregadas y humilladas ante Él
durante las situaciones más normales, comunes y cotidianas. Hay que ver si sus
compañeros de trabajo o sus vecinos pueden testificar de ellos si son lo que
dicen ser. Más, no pongamos solo músicos y cantores en la lista. La observación
también va dirigida para cualquiera que lea y a quien jamás le pasó por la
mente involucrarse en la música o el canto.
Otra cosa, NO existen “fábricas”
para formar adoradores, está fuera de la realidad y contexto bíblicos.
Así como no podemos producir vida
en un laboratorio, no podemos producir adoradores. Recordemos que para serlo,
la primera característica es haber sido vivificados en el espíritu sin lo cual
no hay posibilidades de comunicación o relación con un Dios que es Espíritu. Y
eso es algo que produce la Vida de Dios; aquellos nacidos no por voluntad de
varón sino por voluntad de Dios mismo. Entonces ¿dónde quedamos los hombres
aquí? Definitivamente es un campo ajeno a nosotros. A pesar de lo que te hayan
dicho o pretendido hacerte ver en la Palabra, en ninguna parte de ella se lee
que halla alguien produciendo ejércitos de adoradores. Tampoco por ninguna
parte se nos hace una invitación a que “produzcamos” adoradores. Sí se nos dice
claramente que hagamos discípulos, pero el que entre ellos hallan adoradores o
las diferentes formas en que expresarán su adoración es un asunto de Dios y
ellos en su relación con Él.
La vida ofrendada de los primeros
cristianos mártires fue adoración pura, genuina y santa que saturó el trono de
Dios. Ninguno de ellos posiblemente era músico, pero si se atrevían a morir
cantando. Les aseguro que hasta los ángeles callaron anonadados por la
hermosura de su canción, aunque quizá terrenalmente ninguno hubiese calificado
para formar parte de un coro.
Por último, ¡qué interesante
resaltar algo que ya hemos mencionado pero no debemos pasar por alto! La
adoración genuina se desarrolla en lo espiritual; sucede en ese plano -“adorarán en espíritu y en verdad”-. No
es algo material o en que puedas espiritualizar lo material sea este un sitio o
unos utensilios. Las formas de adoración del primer pacto eran sombra de algo
mejor que ahora poseemos. Está descrito según las mismas palabras del Señor que
el sitio físico, santificado o dedicado para la adoración y por ende todo su
contenido, dejaría de ser. Observa la expresión: “ni en este monte, ni en Jerusalén…” San Juan 4: 21. Nos preguntamos…
¿Entonces, dónde? Ahora la adoración real tendría lugar en el espíritu. Sería
irracional a estas alturas creer que puedo llevar una guitarra al plano espiritual.
No se puede, no es ni tiene vida ni espíritu. No se comunica con Dios porque es
material aunque suene muy bien. Pero yo si, tengo total acceso a Él porque soy
espíritu como Él es Espíritu y nos comunicamos en un código espiritual en el
cual muchas veces mi entendimiento tampoco participa. Esto de que la adoración
es espiritual no es solamente información, se necesita imperiosamente que lo comprendamos
para adorar de verdad porque únicamente aquí se lleva a cabo, “en espíritu y en verdad es necesario que adoren”
Pensar que el arpa de David tenía
o adquiría un poder especial para alejar el espíritu que atormentaba a Saúl es
mal interpretar la
Palabra. Quien tenía relación con Dios era David, no su arpa.
Es de su corazón conforme al de Dios de lo que se habla y no de la maestría con
que podía sacar notas de su instrumento propiamente. Se sabe que era un gran
músico, se sabe que conocía lo que era adorar a Dios pero, no se menciona su arpa
por ninguna parte como algo santificado o dedicado o con un poder sobrenatural especial.
Su instrumento era eso, nada más que un
instrumento y no un amuleto. Pensar lo contrario es como los que usan la Biblia abierta en el salmo
91 durante la noche esperando que mantenga alejados los malos espíritus. Sería
como creer que la fuerza de Sansón estaba en su cabellera o pensar que el
sonido de las trompetas del pueblo de Israel marchando alrededor de Jericó fue
lo que causó la destrucción de sus muros.
Cuándo Jesús calmó la tormenta en
medio del mar y sus discípulos se impresionaron por este hecho, reconocieron
que estaban en presencia del Señor de la creación que obedecía su voz. Entonces
dice la palabra que le adoraron. Y no cargaban ningún instrumento en la barca…,
sin embargo le adoraron; tampoco cantaron ninguna canción…, pero le adoraron.
Qué maravillosa experiencia
significa estar muchas veces en cualquier situación normal mientras trabajo,
camino, manejo o simplemente descanso y de repente experimentar un sentimiento
profundo en mi espíritu que me da conciencia de su misericordia, de su grandeza
y señorío, de su amorosa paternidad, de
su cuido o provisión; que me produce en ese momento cerrar mis ojos, suspirar,
y expresarle con mis palabras mi amor. Salen lágrimas de mis ojos. ¿Saben?
Estoy adorándole. Y no he escuchado ni cantado una sola nota. Ni siquiera ha
habido una vaga melodía en mi mente, pero estoy adorándole. Me ha ocurrido de forma parecida al estar
leyendo su Palabra, o compartiéndola en familia.
La adoración expresada por la
mujer que ungió al Señor con perfume de nardo (San Juan 12: 1-3), logró tocar
el corazón del Señor sin cantar, ni tocar un instrumento, ni levantar sus
manos, ni decir una sola palabra. El idioma de la adoración estaba generándose
en toda su expresión, desde la realidad de aquel corazón humillado y contrito que
reconocía quién era el que estaba allí. ¡Qué claro podemos ver que alrededor de
un hecho visible y material como este, hay toda una situación espiritual en
progreso! El perfume caro (elemento material) no fue el que adoró, únicamente
cumplió su cometido natural como cualquier otro perfume de alto valor que al
ser derramado sobre el Señor (hecho visible) llenó toda la casa de su agradable
olor (reacción natural y percibible con el sentido del olfato). Pero “el olor
de la adoración” (hecho invisible) de quién lo derramó (adoradora) si llenó el
cielo. Y les aseguro que esta mujer nunca recibió un seminario de cómo adorar
efectivamente, y nunca fue parte de un equipo de alabanza.
¿Es Dios Amo, Dueño y Señor de
todo cuanto eres en la realidad de tu vida, cuya voluntad incuestionable obedeces
sin importar nada y aún en contra de todo? Entonces eres adorador, no un adorador
del montón u ocasional, sino uno de verdad, de los que el Padre busca para que
le adoren. Es el aroma que tanto agrada al Padre y aprecia su corazón.