viernes, 17 de octubre de 2014

Meditaciones sobre adoración (2° parte y última)


Meditaciones sobre adoración
(2° parte de 2)
Escrito autóctono

Continuación…


Lo expongo de otra manera.

Estuve soltero hasta que me casé; es decir, no puedo vivir como casado sin haber dado el sí. No puedo vivir como soltero después de ese sí. Haga lo que haga, cualquier cosa, estoy casado. No lo estoy solo cuando participo en intimidad de matrimonio con mi esposa, lo sigo estando aunque nos separe medio mundo de distancia. Ella es la única que tiene el estatus de esposa aunque halla otras mujeres alrededor. Estoy casado, es mi condición.

La adoración entonces es una condición, un estado de vida. La música no es preponderante en esa condición.

Soy adorador no porque cante bien, o porque sea un virtuoso en un instrumento musical que haga “llorar” a los oyentes cuando me escuchan cantar o tocar. Las lágrimas y los sentimientos más profundos pueden salir a brote producidas igualmente por cantante o músico que no es ni siquiera creyente.

Tampoco soy adorador porque tenga cierto perfil de adorador que alguna mercadotecnia patentó.

No tengo nada contra la música; no podría, es parte de mi vida y la disfruto plenamente, pero he de dejar en claro cuán importante o imprescindible es ella para mi adoración, o más bien cuanto he permitido que mi adoración dependa de su presencia o no. Quiero dejar por sentado que no debemos limitar nuestra adoración a que haya música o canto. Debemos permitirle al Espíritu de Dios que nos enseñe a expresarnos en toda la gama de la adoración de la cual la música o el canto podrían ser tan solo una pequeña parte de entre toda esa gama. Es imprescindible que crezcamos y vallamos más allá. Es imprescindible explorar en la Palabra la infinidad de formas de adoración que ella muestra para nuestro provecho, sin que le impongamos música y canto a todo. La única forma de saber cuán dependiente estamos del pentagrama, es si podemos adorar de cuantas formas seamos inspirados sin que esté presente. No estoy llamando a que eliminemos la música de la adoración, solo a que nos abramos a nuevas formas de adorar que no dudo el Padre apreciará. Me llama poderosamente la atención como los seres vivientes del cielo no cesan de decir de día y de noche a Dios “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir”. ¿Notas como aquí no dice “cantan Santo, Santo, Santo...”?. Si lo vemos humanamente hablando, nos parecería un disco rayado, pero ¿qué profundidad y amplitud de adoración hay en esa sola expresión en que ni siquiera existe la música o el canto?. ¡Cuán hermosa y sobrenatural capacidad deben tener esos seres para cantar!, pero ni siquiera está en su “repertorio” del Santo, Santo, Santo adorar cantando. De nuevo nos hemos quedado cortos…

Y algo más para meditar -hablando de adoradores genuinos-, es que no hay tantos en esa condición. Realmente no surgen a granel. Si el Padre los busca, es porque no están tan a la mano. Hablar de una “generación de adoradores” porque todo el mundo adora lindo en los congresos de alabanza y adoración o en las reuniones de hermanos, levantando las manos, cerrando los ojos y concentrados en cantar las letras poniendo en ello todo su sentimiento y corazón con coros de exquisita armonía, no me dice que toda esa cantidad de personas sean adoradores de verdad. Tampoco porque la adoración llegó a convertirse casi en una moda surgiendo equipos de alabanza con expositores impresionantes en canto y música cada nada a diestra y siniestra.

La respuesta es simple. No es fácil encontrar corazones verdaderamente rendidos a Dios.

Aquellos que se dicen ser adoradores modernos porque cantan bien o tocan con virtuosidad un instrumento, hay que verles en el diario vivir, lejos de las tarimas, amplificadores, instrumentos, luces y bullicio de las masas, a ver si reconocen a Dios genuinamente en sus vidas y estas se mantienen postradas, entregadas y humilladas ante Él durante las situaciones más normales, comunes y cotidianas. Hay que ver si sus compañeros de trabajo o sus vecinos pueden testificar de ellos si son lo que dicen ser. Más, no pongamos solo músicos y cantores en la lista. La observación también va dirigida para cualquiera que lea y a quien jamás le pasó por la mente involucrarse en la música o el canto.

Otra cosa, NO existen “fábricas” para formar adoradores, está fuera de la realidad y contexto bíblicos.

Así como no podemos producir vida en un laboratorio, no podemos producir adoradores. Recordemos que para serlo, la primera característica es haber sido vivificados en el espíritu sin lo cual no hay posibilidades de comunicación o relación con un Dios que es Espíritu. Y eso es algo que produce la Vida de Dios; aquellos nacidos no por voluntad de varón sino por voluntad de Dios mismo. Entonces ¿dónde quedamos los hombres aquí? Definitivamente es un campo ajeno a nosotros. A pesar de lo que te hayan dicho o pretendido hacerte ver en la Palabra, en ninguna parte de ella se lee que halla alguien produciendo ejércitos de adoradores. Tampoco por ninguna parte se nos hace una invitación a que “produzcamos” adoradores. Sí se nos dice claramente que hagamos discípulos, pero el que entre ellos hallan adoradores o las diferentes formas en que expresarán su adoración es un asunto de Dios y ellos en su relación con Él.

La vida ofrendada de los primeros cristianos mártires fue adoración pura, genuina y santa que saturó el trono de Dios. Ninguno de ellos posiblemente era músico, pero si se atrevían a morir cantando. Les aseguro que hasta los ángeles callaron anonadados por la hermosura de su canción, aunque quizá terrenalmente ninguno hubiese calificado para formar parte de un coro.

Por último, ¡qué interesante resaltar algo que ya hemos mencionado pero no debemos pasar por alto! La adoración genuina se desarrolla en lo espiritual; sucede en ese plano -“adorarán en espíritu y en verdad”-. No es algo material o en que puedas espiritualizar lo material sea este un sitio o unos utensilios. Las formas de adoración del primer pacto eran sombra de algo mejor que ahora poseemos. Está descrito según las mismas palabras del Señor que el sitio físico, santificado o dedicado para la adoración y por ende todo su contenido, dejaría de ser. Observa la expresión: “ni en este monte, ni en Jerusalén…” San Juan 4: 21. Nos preguntamos… ¿Entonces, dónde? Ahora la adoración real tendría lugar en el espíritu. Sería irracional a estas alturas creer que puedo llevar una guitarra al plano espiritual. No se puede, no es ni tiene vida ni espíritu. No se comunica con Dios porque es material aunque suene muy bien. Pero yo si, tengo total acceso a Él porque soy espíritu como Él es Espíritu y nos comunicamos en un código espiritual en el cual muchas veces mi entendimiento tampoco participa. Esto de que la adoración es espiritual no es solamente información, se necesita imperiosamente que lo comprendamos para adorar de verdad porque únicamente aquí se lleva a cabo, “en espíritu y en verdad es necesario que adoren”

Pensar que el arpa de David tenía o adquiría un poder especial para alejar el espíritu que atormentaba a Saúl es mal interpretar la Palabra. Quien tenía relación con Dios era David, no su arpa. Es de su corazón conforme al de Dios de lo que se habla y no de la maestría con que podía sacar notas de su instrumento propiamente. Se sabe que era un gran músico, se sabe que conocía lo que era adorar a Dios pero, no se menciona su arpa por ninguna parte como algo santificado o dedicado o con un poder sobrenatural especial.  Su instrumento era eso, nada más que un instrumento y no un amuleto. Pensar lo contrario es como los que usan la Biblia abierta en el salmo 91 durante la noche esperando que mantenga alejados los malos espíritus. Sería como creer que la fuerza de Sansón estaba en su cabellera o pensar que el sonido de las trompetas del pueblo de Israel marchando alrededor de Jericó fue lo que causó la destrucción de sus muros. 

Cuándo Jesús calmó la tormenta en medio del mar y sus discípulos se impresionaron por este hecho, reconocieron que estaban en presencia del Señor de la creación que obedecía su voz. Entonces dice la palabra que le adoraron. Y no cargaban ningún instrumento en la barca…, sin embargo le adoraron; tampoco cantaron ninguna canción…, pero le adoraron.

Qué maravillosa experiencia significa estar muchas veces en cualquier situación normal mientras trabajo, camino, manejo o simplemente descanso y de repente experimentar un sentimiento profundo en mi espíritu que me da conciencia de su misericordia, de su grandeza y señorío, de su amorosa  paternidad, de su cuido o provisión; que me produce en ese momento cerrar mis ojos, suspirar, y expresarle con mis palabras mi amor. Salen lágrimas de mis ojos. ¿Saben? Estoy adorándole. Y no he escuchado ni cantado una sola nota. Ni siquiera ha habido una vaga melodía en mi mente, pero estoy adorándole.  Me ha ocurrido de forma parecida al estar leyendo su Palabra, o compartiéndola en familia.

La adoración expresada por la mujer que ungió al Señor con perfume de nardo (San Juan 12: 1-3), logró tocar el corazón del Señor sin cantar, ni tocar un instrumento, ni levantar sus manos, ni decir una sola palabra. El idioma de la adoración estaba generándose en toda su expresión, desde la realidad de aquel corazón humillado y contrito que reconocía quién era el que estaba allí. ¡Qué claro podemos ver que alrededor de un hecho visible y material como este, hay toda una situación espiritual en progreso! El perfume caro (elemento material) no fue el que adoró, únicamente cumplió su cometido natural como cualquier otro perfume de alto valor que al ser derramado sobre el Señor (hecho visible) llenó toda la casa de su agradable olor (reacción natural y percibible con el sentido del olfato). Pero “el olor de la adoración” (hecho invisible) de quién lo derramó (adoradora) si llenó el cielo. Y les aseguro que esta mujer nunca recibió un seminario de cómo adorar efectivamente, y nunca fue parte de un equipo de alabanza.

¿Es Dios Amo, Dueño y Señor de todo cuanto eres en la realidad de tu vida, cuya voluntad incuestionable obedeces sin importar nada y aún en contra de todo? Entonces eres adorador, no un adorador del montón u ocasional, sino uno de verdad, de los que el Padre busca para que le adoren. Es el aroma que tanto agrada al Padre y aprecia su corazón.