"...Te invito a mi
iglesia..." (Cristianos reciclados)
1° parte de 3
1° parte de 3
Escrito autóctono
“… para apacentar
la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.” Hechos 20: 28b
¿Ha escuchado la expresión: “Te
invito a mi iglesia”? ¿Se la ha dicho a alguien?
Me avergüenza decirlo: Yo también lo
hice.
Pero… ¿Tenemos conciencia real de lo
que estamos diciendo?
Hace un tiempo alguien me dijo: “te
invito a mi iglesia”. Realmente no fue aquella invitación bonita de: “ven gózate
con nosotros y conoce a otros hermanos en la fe”, sino la que tiene la
intención oculta que todos sabemos que está allí pero nadie dice de: “sí, si, lo tuyo está bonito pero ven a la mía para que
conozcas una iglesia de verdad”. Para colmo… una iglesia tradicional.
Me dio coraje “santo”.
Por respeto y tolerancia no le
mostré mi incomodidad a esa persona, pero por poco y le pregunto que si era
miembro activo del MRC (movimiento de reciclaje de cristianos).
Lo digo porque quien me presentara
tan burda invitación, me conoce de mucho tiempo, mira y sabe que soy un creyente
temeroso de Dios que está en pleno sirviendo a mis hermanos… Entonces, ¿qué
pretende con invitarme a su iglesia? De hecho para él lo único bueno que hay en
el universo son sus cultos. No cree una
palabra de lo que le digo de mi práctica de iglesia aunque lo autentica con su
boca. Mejor se sincerara y lo dijera directamente. Si su argumento fuese firme
como una roca basado en la Palabra, reconsideraría su invitación. Lamentablemente
no lo tiene. Titubea ante mis ponencias y termina justificándose con argumentos
humanos o religiosos porque no tiene donde apoyarse en la Escritura. Aquella
conversación fue eso, una conversación. No discutimos más por respeto
mutuo que otra cosa. Hubiese quedado como un diálogo de diferentes criterios hasta que
apareció la mentada invitación esa fuera de lugar. Entre una y otra cosa que
nos dijimos, estuve a punto de exhortarle con amor: “hermano, si quiere llenar su
“buena iglesia”…, eche un vistazo a todos los que nos rodean; ¿por qué pierde
el tiempo conmigo si sabe que soy creyente y ya pertenezco a la iglesia del
Señor?”.
Sinceramente, eso de andar “sustrayendo
ovejas”, me parece una manía muy desagradable. Solo que aquí no topó con un calentabancas,
ni con un neófito - modestia aparte-.
La experiencia me animó a tratar más ampliamente el trasfondo del
tema.
La expresión -según recuerdo cuando
yo la decía-, conllevaba en sí un poco de digamos “buena intención” al menos por
asegurarnos que todos pertenecieran a una iglesia diríamos que sanita. El
problema es que ninguna fuera de la personal parecía serlo.
Por un lado estuvimos convencidos de
que aunque no estábamos en la iglesia perfecta, era la mejor. O como decían
algunos: la menos mala. Pero a la verdad lo que teníamos era un desconocimiento
total de la Palabra que no presenta por ninguna parte una iglesia mala o más o
menos buena. La iglesia del Señor es la iglesia y nada más. Las imitaciones son
las que sí resultan bastante malas y por cierto extremadamente peligrosas.
Por otro, quisimos que todos se
convencieran de que la nuestra era exactamente la que ellos necesitaban pues la
que tenían hasta ese momento realmente no daba la talla a cabalidad “con lo que
el Señor mandaba”, concluíamos. Intentábamos mostrarles “la maravilla de
iglesia que teníamos”, lo “centrados en la Palabra que estábamos”, “cómo fuimos
cambiados para bien desde que llegamos a esa iglesia”, “El mover de Dios
permanente que experimentábamos en ese lugar”,
“nuestros inmaculados líderes que prácticamente gobernaban “bajo la
sabiduría de Dios” sentados a su diestra”, y más bla, bla, bla. Nos sentíamos
felices por creer que hacíamos crecer el reino del Señor cuando persuadíamos a
alguien de venir con nosotros.
Por alguna razón, no sé si por
lavado de cerebro o qué, creíamos que salvábamos gente llevándolos a nuestras
trincheras. A los líderes en su mayoría por supuesto no les incomodaba ni entonces
ni ahora, pues entre más grande la membrecía, más respuesta económica y éxito
ministerial.
Y es que nos lanzábamos a una cacería
de personas como si fuese una competencia. Tanto así que comprendía no solo inconversos;
también incluía a otros cristianos de otras iglesias que queríamos “halar”
hacia la nuestra. Una gran mayoría se dedicaban solo a “halar” hermanos. Al fin
y al cabo ya estaban encaminados en el Señor y representaban menos trabajo en bregar
con argumentos incómodos.
Y eso tristemente no ha dejado de
ser.
Continuará…