El uso de la autoridad (5° parte)
Escrito autóctono
Continuación…
Volviendo de nuevo al plano natural del cuerpo
como se expuso antes; cuando el cerebro (la cabeza) necesita alcanzar un
objeto, la orden a la mano hace que todos los músculos inmediatamente operen a
ayudar para que ésta tome el objeto. Es decir todo el cuerpo, (ojos, pies,
músculos de los brazos, etc; se enfocan en hacer lo que cada uno de ellos bien
sabe hacer para que la mano logre el objetivo. La autoridad que la mano ha recibido
de la cabeza, es reconocida instantáneamente por todos los demás miembros y
estos se someten a esa autoridad pues la misma proviene de la cabeza y todos la
obedecen. Esto no pretende hacer que la mano se sienta la más importante de
todo el cuerpo. Lo que si vemos claramente es que por su función ella colabora
con (ayuda, sirve y edifica a) los demás miembros. Lo que ella hace en su
función en el cuerpo, también le traerá beneficio a ella en última instancia pues
también forma parte del cuerpo, más no lo hace para alcanzar un beneficio exclusivo meramente.
Así pues, la autoridad tanto en
términos de la iglesia según los casos analizados, como en el contexto de los
gobiernos humanos en lo secular o en el mismo cuerpo humano, se aplica y debe
ser aplicada basada en el servicio para con los demás y nunca en la figuración
por o para posición. Esto deja clarísimo el hecho de que Jesús sigue siendo el
Rey y Señor porque Dios lo dio por cabeza y le dio (entregó) toda autoridad (Efesios 1: 20-22). Le pertenece y le
sigue perteneciendo por siempre.
Comparando todo este concepto
sano de autoridad que expresa la Palabra de Dios, vemos que dista mucho de lo
que hoy en día se entiende en muchos sectores incluyendo lamentablemente aún a
la iglesia moderna. En la época de la primera iglesia allá en Hechos, nadie enseñaba,
ni edificaba, ni predicaba, ni desarrollaba ninguna actividad haciendo uso
indiscriminado ni dizque con autoridad propia. Todo se hacía bajo la
coordinación y el mando directo del Espíritu -Él es el Señor- (Hechos 8: 29; 10: 19 y 20; 13: 2 y 3; 15:
28; 16: 6 y 7; 1° Corintios 12: 7-11).
Aquella autoridad que se contrapone
a la divinidad, está expuesta al juicio directo de Dios y pagará duramente las
consecuencias que provoque.
Ahora bien, analizando y
comprendiendo cada uno de estos aspectos, si la autoridad delegada por Cristo
no es para que nadie domine ni esté por encima de nadie en la iglesia, es argumento
más que suficiente para que digamos que “cobertura espiritual” -enseñanza y práctica
muy común hoy día en iglesias tradicionales-, no tenga el mínimo fundamento y
ni siquiera se menciona tal cosa en la Biblia. Si hay alguien que verdaderamente puede
darnos cobertura real ese es el Señor, porque separados de Él nada podemos
hacer (Juan 15: 5). Lea también: (Salmo 91: 1 y 4; Isaías 30: 1; Mat. 23: 37;
1° Cor. 3: 4 y 21-23; Gal. 3: 29).
Si ponemos a un lado de la
balanza “cobertura espiritual” y al otro la enseñanza apostólica de que el
sentido de pertenecer a alguien según se narra en 1° Cor. 3: 4 - 7 es producto de la carnalidad y no del Espíritu,
queda claro el por qué el pasaje cierra en el verso 21 y 23 en forma contundente sobre quién es nuestro dueño y a
quién pertenecemos. El peso en la balanza es obvio, no somos de, ni nos debemos
a hombre alguno. Acá también se desmorona el concepto errado del paternalismo
espiritual humano tan enfermizo y dependiente hoy día.
Si usted desea respaldar las coberturas
o autoridades espirituales de hombres basadas en cualquier líder que se
mencione en el Antiguo Testamento, le puede costar un terrible error doctrinal
que no se puede sostener con todo el contexto de la Palabra de Dios la cual es
inspirada y vigente desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Para nadie es un
secreto que todos y cada uno de esos grandes líderes de la antigüedad, son
figura o tipo de Cristo; por lo que no tiene por qué forzar a la Palabra a decir nada que
realmente nunca ha dicho.
Malentender la autoridad
asignándole más de lo que realmente nos expresa la Escritura, resulta
peligroso puesto que nadie en la Casa de Dios la representa para dominar
o señorear sobre los hermanos ni mucho menos manipularles; ésta sigue
siendo una capacidad impartida por El Señor únicamente para servir y edificar. 2ª Cor. 10: 8 y 13: 10. Siempre
irá enfocada a cumplir la voluntad y propósito de quién la posee como dueño,
Él.
Creer que podemos dominar, es
afrentar el señorío total y absoluto de Cristo. De nuevo es como pensar que la
mano puede funcionar en el cuerpo sin la participación de la cabeza. Esto es
una aberración que tiene su fuente en lo demoníaco puesto que ha sido el interés
del maligno desde el principio “ser igual a Dios”.
Continuará…