Lo concerniente a
la Vida (3°Parte)
Escrito Autóctono
Continuación…
Somos llevados a la
cruz a dejarlo todo allí. Nos puede parecer o no, podemos quererlo o intentar
evitarlo, pero es necesario para que vivamos por la Vida.
“El que tiene a Cristo tiene la Vida”. ¡Qué
sentido adquiere, por Dios!
Y pensábamos que por
todo lo vivido, por todo lo aprendido, por todo lo hecho, por todo lo que
edificamos, por todo lo que servimos, por todo lo que sacrificamos, por todo lo
que dimos, por todo lo que sentimos, por todo lo que fuimos, por todo a lo que
nos entregamos,… que lo tuvimos. Y no; que lo conocíamos,… y no.
No estoy hablando
de salvación…, a ella la obtuvimos desde que creímos. Ella hizo que le
siguiéramos, pero…, apenas anduvimos con Él. Apenas le escuchamos enseñar y sus
enseñanzas nos impactaron comprendiendo que solo Él enseñaba de la forma que lo
hacía, como quien tiene autoridad y no como todo lo que habíamos escuchado
antes. Apenas vimos sus milagros, observamos su autoridad sobre los elementos y
eso nos asombró, le vimos levantar muertos… (que al tiempo volvieron a morir
por supuesto) y nos maravilló, le vimos multiplicar los panes, le vimos andar
sobre el mar, le vimos ir a la cruz, morir y resucitar y nos dejó perplejos; le
vimos irse al cielo, todo, y eso nos dio un norte, pero fue solo información,
maravillosa información claro, información que entendíamos o no pero finalmente
información que nos sirvió para caminar. Sin embargo su propósito no era solo que
supiésemos de Él y le admiráramos más y más.
Al final era darnos
Vida, su misma Vida en nosotros. “…Yo he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” Juan 10: 10.
No significaba solo
caminar en sus cosas sino andar en el Espíritu
Pero “andar en el
Espíritu” que significa: vivir por Él, nunca tuvo como premisa consumirnos en un
cúmulo de buenas normas para desarrollar la tal y tan anhelada santidad como un
fin, sino sumirnos en la Vida.
Porque la santidad que
es una vida apartada del pecado, nos significaba una lucha constante con el
pecado para poder alcanzarla, como si fuese una meta, una lucha descarnada y
agotadora que al final nos era imposible superar, pues Dios quien sabe que no
podemos ganar allí, nos da su Vida y esta anula el deseo de nuestra carne. Nuestro
corazón es circuncidado (Rom. 2: 29; Col. 2: 11); el pecado pierde
todo poder en nosotros, muere, es destruido. La santidad es posible. La
santidad no es algo a lo que debíamos de esforzarnos para obtener sino algo que
recibíamos con su Vida. Somos hechos santos.
¿Acaso no lo dice
así la Escritura?
Entonces si pecamos
viene a ser por nuestra propia voluntad, ya no por debilidad. Somos nosotros
quienes le concedemos ahora poder al pecado sobre nuestros miembros, no como
antes que lo teníamos impreso en ellos.
Así que si pecamos,
lo confesamos a Dios para ser limpiados (1° Juan 1: 9) y tomamos nuestro
cuerpo ya limpio para presentarlo como una víctima dedicada a Dios en el altar
para sacrificarlo (Rom. 6: 12 y 13; 12: 1), poniendo la razón (inteligencia,
entendimiento) en ello que es nuestra dedicatoria (culto)/adoración a Dios. No
presentamos un cuerpo imperfecto… pues ninguna víctima debía serlo, sino uno
que ya tiene las condiciones de ofrenda para ser entregado.
Continuará…