domingo, 24 de marzo de 2019

Lo concerniente a la Vida (6°Parte)


Lo concerniente a la Vida (6°Parte)
Escrito Autóctono

Continuación…

El Poder de la cruz de Cristo es la Vida. El Poder de su resurrección es la Vida. Ese es el Poder del evangelio. Concierne a la Vida y a nada más. Concierne a quienes viven no a quienes están muertos. 

Conocer la Palabra, la doctrina, las cosas de Dios, que no se da por mero leerlas sino por revelación claro está, nos lleva ineludiblemente a una confrontación con la Vida tarde o temprano. Nos pone frente a la cruz para que procedamos al siguiente nivel: morir para vivir.

Pero aquí surgen las preguntas válidas: entonces ¿qué había en el Cristo que se nos predicó al principio y en el cual creímos?, ¿acaso no era Vida?, ¿qué recibimos cuando se nos dio al hijo de Dios a fin de que fuésemos salvos?

¡Pues todo!, lo recibimos todo en Él porque “…en Él habita corporalmente la plenitud de la deidad” (Col. 2: 9)

Pero no estamos listos para todo en ese momento. Entonces su revelación es gradual. Como un niño recién nacido que tiene en él todas las facultades (hablar, caminar, autosustentarse, etc); pero no está listo todavía. Requerimos crecer en su gracia y conocimiento, poco a poco hasta que seamos capaces para Dios. Esto no diciente con nada de la Palabra; “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filip. 1: 6).

Es necesario un proceso en el que vamos aprendiendo y desaprendiendo a la vez, para obtener la certeza de cuán valiosa es la esperanza a la que hemos sido llamados, de cuán aptos estamos para finalmente valorar lo que ya estaba dentro de nosotros pero que no lo sabíamos. De nuevo, no es un saber cognitivo (de la mente o intelecto). Lo concerniente a la Vida no se obtiene por saberlo o por verlo en otra persona, se debe haber sido llevado allí y en eso nosotros no podemos hacer nada, nada más que confiar en fe en Dios.

Siempre que Moisés estaba en la misma presencia de Dios (cara a cara con Él), su rostro adquiría su Luz. Pero eso se desvanecía con el tiempo porque nuestro cuerpo expuesto al pecado no puede retener la Luz de su Gloria. Nuestro cuerpo no fue hecho para contenerla como propia. Él debía ponerse un velo para que nadie notara que la Luz se disipaba. Ese Moisés no es el mismo que se encontró con Cristo y con Elías en el monte de la transfiguración el cual ya vivía inmerso en la Luz. Ellos resplandecieron con y por esa Luz.

Adán fue creado por Dios en total perfección. Vivía, se relacionaba y caminaba con Dios permanentemente. Estaba expuesto a la Luz de Dios, Luz que le embargaba. La tenía en él y la irradiaba literalmente pues estaba vestido de Luz. En cuanto Eva fue sacada de él, también irradiaba la luz de su Creador. Ambos estaban revestidos de esa luz. Nuestros cuerpos libres del pecado tomaban incandescencia al estar expuestos ante su Gloria. Pero cuando pecaron notaron que estaban desnudos, la luz se había disipado. La Luz de Dios no es compatible con el pecado.  Más un día tendremos un cuerpo nuevo y glorificado preparado para la eternidad el cual irradiará luz y lo hará por siempre.

Continuará…