Lo concerniente a
la Vida (6°Parte)
Escrito Autóctono
Continuación…
El Poder de la cruz
de Cristo es la Vida. El Poder de su resurrección es la Vida. Ese es el Poder
del evangelio. Concierne a la Vida y a nada más. Concierne a quienes viven no a
quienes están muertos.
Conocer la Palabra,
la doctrina, las cosas de Dios, que no se da por mero leerlas sino por revelación
claro está, nos lleva ineludiblemente a una confrontación con la Vida tarde o
temprano. Nos pone frente a la cruz para que procedamos al siguiente nivel:
morir para vivir.
Pero aquí surgen
las preguntas válidas: entonces ¿qué había en el Cristo que se nos predicó al
principio y en el cual creímos?, ¿acaso no era Vida?, ¿qué recibimos cuando se nos
dio al hijo de Dios a fin de que fuésemos salvos?
¡Pues todo!, lo
recibimos todo en Él porque “…en Él
habita corporalmente la plenitud de la deidad” (Col. 2: 9)
Pero no estamos
listos para todo en ese momento. Entonces su revelación es gradual. Como un
niño recién nacido que tiene en él todas las facultades (hablar, caminar,
autosustentarse, etc); pero no está listo todavía. Requerimos crecer en su gracia
y conocimiento, poco a poco hasta que seamos capaces para Dios. Esto no
diciente con nada de la Palabra; “el que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
(Filip.
1: 6).
Es necesario un
proceso en el que vamos aprendiendo y desaprendiendo a la vez, para obtener la
certeza de cuán valiosa es la esperanza a la que hemos sido llamados, de cuán aptos
estamos para finalmente valorar lo que ya estaba dentro de nosotros pero que no
lo sabíamos. De nuevo, no es un saber cognitivo (de la mente o intelecto). Lo
concerniente a la Vida no se obtiene por saberlo o por verlo en otra persona,
se debe haber sido llevado allí y en eso nosotros no podemos hacer nada, nada
más que confiar en fe en Dios.
Siempre que Moisés
estaba en la misma presencia de Dios (cara a cara con Él), su rostro adquiría
su Luz. Pero eso se desvanecía con el tiempo porque nuestro cuerpo expuesto al
pecado no puede retener la Luz de su Gloria. Nuestro cuerpo no fue hecho para
contenerla como propia. Él debía ponerse un velo para que nadie notara que la Luz
se disipaba. Ese Moisés no es el mismo que se encontró con Cristo y con Elías
en el monte de la transfiguración el cual ya vivía inmerso en la Luz. Ellos
resplandecieron con y por esa Luz.
Adán fue creado por
Dios en total perfección. Vivía, se relacionaba y caminaba con Dios
permanentemente. Estaba expuesto a la Luz de Dios, Luz que le embargaba. La
tenía en él y la irradiaba literalmente pues estaba vestido de Luz. En cuanto
Eva fue sacada de él, también irradiaba la luz de su Creador. Ambos estaban
revestidos de esa luz. Nuestros cuerpos libres del pecado tomaban
incandescencia al estar expuestos ante su Gloria. Pero cuando pecaron notaron
que estaban desnudos, la luz se había disipado. La Luz de Dios no es compatible
con el pecado. Más un día tendremos un
cuerpo nuevo y glorificado preparado para la eternidad el cual irradiará luz y lo
hará por siempre.
Continuará…