domingo, 9 de junio de 2019

La Voluntad de Dios para mi vida (10° Parte)


La Voluntad de Dios para mi vida (10° Parte)
Escrito autóctono

Continuación…

Haciendo una panorámica en la Palabra, veo un fundamento: la Voluntad de Dios es una, eterna, definida; una que se está llevando a cabo no dependiente de nada ni nadie, es contundente, inamovible, imperecedera; la podría definir como la Voluntad establecida de Dios que va en una sola dirección y no se ramifica ni modifica según los tiempos, los eventos o las personas de cada época en particular. Además ya la tenemos disponible y revelada.

Revisaremos esto en los personajes bíblicos en unos momentos.

Note primero lo interesante de la Oración que nos enseñó Cristo: Padre nuestro que estás en los cielos…” y “…Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra (Mateo 6: 9 y 10; Lucas 11: 2). Podríamos parafrasearlo así: “Padre, que tu Voluntad se haga en la tierra con la misma contundencia como se hace en el cielo”. Ahora, ¿entendemos estas palabras como si en alguna forma la Voluntad de Dios no fluye en esta tierra como si lo hace de manera libre y categórica en su ámbito celestial y eterno?

En el cielo los seres celestiales reconocen su dominio, que Él es Dios, Santo, Justo, Omnipotente, Omnipresente, Omnisciente y obedecen su Voluntad sin objetarla. Por su parte en este ámbito material, vemos que todo cumple su Voluntad desde que se creó; la naturaleza, el universo en toda su extensión; pero existe un lugar, un único lugar en que dicha Voluntad encuentra oposición: en la voluntad del hombre. Y es así porque Él mismo le concedió al hombre tener voluntad para decidir, pero hemos de comprender que se refiere solo a decidir su propio camino y destino, sus propias acciones, no así lo que está fuera de él. En otras palabras si alguien quiere pecar, Dios no se lo impide. El hombre tiene intacta su voluntad en ese plano. No es obligado bajo ninguna circunstancia a vivir en santidad. Por ello el único responsable de sus acciones es él mismo porque igualmente nadie lo obliga a pecar.

Sin embargo al hombre no se le está permitido autodestruirse, porque ni su cuerpo ni su vida le pertenecen. Tampoco destruir su medio ni destruir a otros. Hacerlo o atentar deliberadamente contra sí mismo le inutiliza y auto determina por su propia mano no acceder a la única posibilidad de salvación que posee.

Continuará…