La Voluntad de Dios para mi vida (10°
Parte)
Escrito autóctono
Continuación…
Haciendo una panorámica en la Palabra, veo un
fundamento: la Voluntad de Dios es una, eterna, definida; una que se está
llevando a cabo no dependiente de nada ni nadie, es contundente, inamovible,
imperecedera; la podría definir como la Voluntad establecida de Dios que va en
una sola dirección y no se ramifica ni modifica según los tiempos, los eventos
o las personas de cada época en particular. Además ya la tenemos disponible y
revelada.
Revisaremos esto en los personajes bíblicos
en unos momentos.
Note primero lo interesante de la Oración
que nos enseñó Cristo: “Padre nuestro que estás en los cielos…”
y “…Hágase tu voluntad, como en el cielo,
así también en la tierra”
(Mateo
6: 9 y 10; Lucas 11: 2). Podríamos parafrasearlo así: “Padre, que tu
Voluntad se haga en la tierra con la misma contundencia como se hace en el
cielo”. Ahora, ¿entendemos estas palabras como si en alguna forma la Voluntad
de Dios no fluye en esta tierra como si lo hace de manera libre y categórica en
su ámbito celestial y eterno?
En el cielo los seres celestiales reconocen
su dominio, que Él es Dios, Santo, Justo, Omnipotente, Omnipresente, Omnisciente
y obedecen su Voluntad sin objetarla. Por su parte en este ámbito material, vemos
que todo cumple su Voluntad desde que se creó; la naturaleza, el universo en
toda su extensión; pero existe un lugar, un único lugar en que dicha Voluntad
encuentra oposición: en la voluntad del hombre. Y es así porque Él mismo le
concedió al hombre tener voluntad para decidir, pero hemos de comprender que se
refiere solo a decidir su propio camino y destino, sus propias acciones, no así
lo que está fuera de él. En otras palabras si alguien quiere pecar, Dios no se
lo impide. El hombre tiene intacta su voluntad en ese plano. No es obligado
bajo ninguna circunstancia a vivir en santidad. Por ello el único responsable
de sus acciones es él mismo porque igualmente nadie lo obliga a pecar.
Sin embargo al hombre no se le está
permitido autodestruirse, porque ni su cuerpo ni su vida le pertenecen. Tampoco
destruir su medio ni destruir a otros. Hacerlo o atentar deliberadamente contra
sí mismo le inutiliza y auto determina por su propia mano no acceder a la única
posibilidad de salvación que posee.
Continuará…