domingo, 2 de julio de 2023

Doctrinas y prácticas evangélicas en el ojo del escrutinio. 40° Parte

Doctrinas y prácticas evangélicas en el ojo del escrutinio. 40° Parte

Continuación…

Al igual que la alabanza, podemos agregarle música a nuestra adoración y cantos si queremos, pero ellos son ingredientes ajenos a la adoración genuina. No les son imprescindibles.

Adorar en espíritu y verdad se refiere al reconocer a quien se tiene por Dios y Señor sobre la vida y existencia personal, y eso sucede en un espíritu vivificado y totalmente sometido Dios, y por supuesto se observa un fruto externo en la vivencia de aquel que es adorador. Evidentemente se trata de personas que son obedientes a Dios y le viven en sus existencias permanentemente. 

La virtuosidad en la interpretación de un instrumento o de un cantante grandioso, no hace ni denota a un adorador, ni es aquel al que el Padre busca para que le adore. El problema es que en vez de ser adoradores, muchos se han convertido en adoradores de la adoración y no de aquel al que debían adorar.

La adoración real implica una entrega y humillación ante aquel que se adora y eso no es físico necesariamente o algo que se ve, como por ejemplo estar postrados para mostrar que se adora, porque Dios ama los corazones postrados ante Él más que un cuerpo postrado. Debemos comprenderlo.

Hay religiones en el mundo que muestran una actitud de adoración hacia sus dioses visiblemente hablando, pero entre ellos muchísimos dejarían con hambre a sus prójimos o inclusive se desharían de sus hermanos si estos le son molestia. Lamentablemente en el cristianismo también sucede, sobre todo cuando este se convierte en una religión.

La gente cree adorar a Dios porque se inclinan, se arrodillan, se postran, cierran sus ojos, levantan sus manos, cantan o tocan un instrumento “para Dios” en fin, pero ninguna de esas visibles cosas les hacen genuinos adoradores. Tampoco estoy diciendo que hacer cualquiera de ellas esté mal, que conste, pero todo ha de ser respuesta a algo que es real en lo interno, en el espíritu y no al revés. Si nos postramos no lo hacemos para ser vistos ni mucho menos porque se nos pide que nos postremos o nos arrodillemos o alguien nos dirija en cantos de adoración; por eso creo que la adoración más cierta es la que se vive en lo secreto más que aquella que se muestra visiblemente que se adora, pero reitero, hay un fruto natural de vida que si es visible en los verdaderos adoradores.

Continuará…